COMERCIALIZACIÓN DE UN PRODUCTO OLVIDADO

Vino catalán en el Vesubio

La catalanesca, una uva llegada a Nápoles hace 600 años, da nombre a una denominación de origen

Unos racimos de catalanesca.

Unos racimos de catalanesca.

ROSSEND DOMÈNECH / ROMA

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Se llama catalanesca y es una uva llegada a Italia desde Catalunya hace al menos 600 años. Se cultiva en los municipios de Somma Vesuviana, situados en el lado más antiguo del famoso volcán de Nápoles, donde podría haber sobrevivido, como una reliquia arqueológica, a la plaga de filoxera que diezmó los viñedos europeos a finales del siglo XIX. Recientemente ha obtenido la denominación IGP (origen geográfico protegido), después de haber sido relegada durante siglos a simple uva de mesa, y empieza a ser comercializada con los nombres de Katá y Catalanesca, este último una especie de vi ranci.

Para saber si gracias a los vapores sulfúreos del Vesubio la catalanesca pasó indemne la crisis de la filoxera será necesario que los expertos estudien el caso, porque hasta donde llegan las primeras informaciones no se consigue desvelar el misterio, que es a la vez histórico y legendario, gracias a una historia de amor. Veinte años atrás, si uno viajaba por el lado del Vesubio opuesto a Nápoles, los campesinos solían ofrecer un tinto casero, al que daban el nombre de catalanesco, catalano, catalaunico o catalanesca. Tenía un sabor salvaje.

La cepa había llegado con Alfonso I de Nápoles y V de Aragón, pero en los registros del puerto, tal vez por falta de más datos, los mozos escribieron simplemente «uva catalanesca», y los documentos posteriores no iluminan mucho más.

Cuando los piamonteses se hicieron con toda Italia (1870), elaboraron una lista de las cepas del país y la catalanesca fue inscrita solo como uva de mesa, no adecuada para vinificar porque maduraba hacia octubre o noviembre o incluso a final de año, según se puede constatar en los archivos del Centro de Investigaciones Agrícolas (CRA) de Roma.

En el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CNR) de Bari, el especialista Donato Antonacci corrobora que «no existen muchas informaciones históricas» y que la cepa actual podría no ser la original, sino «un híbrido productor directo», pues una vez transcurrida la filoxera se podría haber usado una base o pie de cepa norteamericana -las que llegaron a Europa para repoblar los viñedos- para injertar en ella un tallo de catalanesca, asegurándole así resistencia a la plaga.

La historia no se agota en los municipios que ahora sacan vino de ella, ya que las crónicas reseñan otras breves referencias, en primer lugar la de Marcelino Menéndez Pelayo en el siglo XIX, cuando describe la corte napolitana de Alfonso V. El autor español cita al escritor italiano Benedetto Croce y escribe que «con el reinado de aquel memorable conquistador (...) comienza lo que el señor Croce llama la españolización de la Italia meridional. Y señala que, «a título de curiosidad», este consigna «que algunos frutos de Catalunya se introdujeron en el cultivo del Mediodía de Italia, conservándose todavía los nombres de uva catalanesca....», junto con otras frutas y verduras catalanas como los nabos.

Otra referencia histórica se encuentra en el Libro de guisados, manjares y potajes, intitulado libro de cozina (1525), escrito por Ruperto de Nola, cocinero de corte, en el que se encuentran referencias al «vino más vinculado a la dominación aragonesa, el catalanesca».En los años siguientes a la unidad de Italia (1870), el Instituto Superior de Portici, al lado de Nápoles, trabajó intensamente para introducir en la región «procesos innovadores importantes, aunque siempre respetuosos con la tradición», entre los que Ruggero Arcuri cita «el cultivo de la uva catalanesca, la producción y comercialización del homónimo vino», porque al autor no se le escapa una verdad esencial: que más allá de su valor, el vino catalanesca representa el espíritu y la historia de la comunidad y territorio de Somma.

La leyenda de Lucrezia

A partir de aquí, la historia de la uva se mezcla con la leyenda de Lucrezia D'Alagni -o Alagno, según otros—, que en el siglo XV fue considerada la mandamás de la corte de Alfonso el Magnánimo., «la verdadera reina de Nápoles», escribieron algunos autores. Alfonso, de 53 años, habría conocido a Lucrecia, de 18, exactamente el 23 de junio de 1448. Mientras la joven recaudaba donativos en la calle para la fiesta de san Juan, se prendó de ella, le entregó una bolsa de monedas de oro y se ofreció para acompañarla. Desde entonces la mantuvo a su lado, incluso en las ceremonias oficiales, a pesar de estar casado con María de Castilla. Los cronistas calificaron a Lucrecia como «vírgen incontaminada» y «alma gemela», ya que Alfonso no pudo casarse nunca con ella, por la oposición del Papa, también catalán, Calixto III.

Según la leyenda, Alfonso habría regalado a Lucrecia, que procedía de Somma Vesuviana, el primer esqueje de la antigua cepa, mientras que su resurrección actual se debe a varias personas, entre ellas al profesor Luigi Moio y a los socios de las bodegas Olivella. SFlb