«La vida del ceramista es esquizofrénica»

Penélope Vallejo adora la lentitud y la instrospección propias de su oficio, pero dice que roza lo desquiciante intentar vivir de él.

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MAURICIO BERNAL

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Y entonces, con 28 años, Penélope Vallejo decidió que no, que no eran la ingeniería ni la industria alimentaria; que aquello no le decía ni mu, o le decía muy poco; que la apasionaba y la había apasionado siempre la cerámica, desde los 7 años, el torno, el barro, el contacto con la tierra. Le dijo todo el mundo que se le había zafado un tornillo, que tenía un buen trabajo, que ganaba bien, que se lo pensara, en fin. Cerámica: nadie se hace rico con la cerámica. Pero nunca se trató de eso.

-¿Desde los 7 años?

-Sí, estaba en 2º de primaria y era una niña tranquila y la profesora les dijo a mis padres que igual me podía gustar. Y sí: desde el principio me sentí muy a gusto con el material.

-¿Me dice que era una niña tranquila porque eso influyó?

-Yo creo que sí. La cerámica es una disciplina que te hace trabajar la paciencia, la perseverancia, es un proceso largo que te hace meterte muchísimo en tu mundo interior. La pieza es frágil y tienes que saber escuchar el material, entenderlo. Yo siempre digo que el torno es como una meditación activa.

-Empezó a los 7 años, luego estudió algo que no tenía nada que ver, luego volvió…

-Bueno, cuando llegó el momento de escoger carrera digamos que en casa les preocupaba que lo artístico no me diera de comer, así que estudié algo más relacionado con las ciencias. Trabajé en el mundo de la empresa, en el ámbito del control de calidad, hasta que me di cuenta de que no, no era lo mío.

-Más difícil que cambiar supongo que fue conseguir vivir de la cerámica, justamente.

-Mire, asumí el riesgo hace unos 10 años y desde entonces no he dejado de batallar para llegar a donde estoy ahora. Y puedo decirle que la vida del ceramista es esquizofrénica.

-¿Esquizofrénica? Pero si estábamos hablando casi de un oficio zen.

-Estoy obligada a diversificar. Hago cerámica utilitaria pero también cerámica artística, que es lo que más me gusta hacer, y además doy cursos, que es básicamente lo que me da de comer. Tengo que diversificar porque de cada tecla que toco obtengo un beneficio económico ínfimo. Es un oficio duro.

-Estuve curioseando en su web

-La cerámica japonesa ha sido siempre un referente para mí.

-¿Por qué?

-Me gusta estéticamente y me gusta la forma en que se trabaja. Los japoneses tienen muy en cuenta el tema de la imperfección. Se cargan la técnica porque la conocen a la perfección, y el resultado son piezas que parecen mal hechas, pero que son brutales.

-¿La cerámica que hace es japonesa?

-No. Mucha gente me dice que hay una influencia, pero yo nunca he intentado hacer un trabajo que se parezca a lo japonés. Pero sí tengo mucha relación con ellos.

-¿Qué quiere decir?

-Bueno, resulta que una vez asistí a un curso que habían venido a dictar dos ceramistas japonesas aquí. Entablé relación con ellas y fui a Japón... y desde entonces organizo cursos de ceramistas japoneses aquí.

-Aquí. En Santa Maria de Palautordera.

-Sí. Viene gente de Alemania, de Miami, de Austria, de Canarias… y de Japón, claro.

-Cuénteme, haberse criado en este entorno… ¿Usted cree que la marcó?

-Desde luego. Para mí el punto que tiene la cerámica de contacto con la naturaleza es muy bestia; vivimos al lado del parque del Montseny y desde pequeña he ido a la montaña. El hecho de que en la cerámica estés jugando con recursos naturales y reproduciendo procesos geológicos me parece brutal. Creo que estos oficios ancestrales conectan al ser humano con algo muy íntimo, muy básico, y que por eso es muy difícil que desaparezcan.