CIRUGÍA SIN PRECEDENTE EN EL MUNDO

El Vall d'Hebron consigue crear un intestino a partir del duodeno

El cirujano Javier Bueno, junto a Álex Curero (jersey verde), Álex Gil, otro niño operado, y la doctora Susana Recillas, en el Hospital del Vall d'Hebron.

El cirujano Javier Bueno, junto a Álex Curero (jersey verde), Álex Gil, otro niño operado, y la doctora Susana Recillas, en el Hospital del Vall d'Hebron.

ÀNGELS GALLARDO / BARCELONA

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Alex Curero Burgos, de 9 años, nació sin las fijaciones que suelen sujetar los intestinos a la cavidad abdominal. Podía haber vivido años sin percibir su peligrosa peculiaridad, pero no fue así. A los 40 días de vida, su intestino delgado rotó sobre sí mismo y provocó una torsión completa que convirtió aquel tubo digestivo -que en un bebé mide dos o tres metros, y hasta ocho en un adulto- en un dique de la corriente sanguínea. «Se puso muy malito», recuerda su madre, Yolanda Burgos, que llevó al niño a su CAP en Sant Vicenç dels Horts, desde donde lo derivaron al Hospital del Vall d'Hebron. Cuando llegó al hospital, la sangre abdominal estancada inició una gangrena y el corazón de Álex se paró.

Fue operado 18 veces en un par de meses. «Le abrían a diario el vientre para ver cómo estaba», relatan los cirujanos. Los abscesos, poros y fugas intestinales que surgían sin parar le fueron dejando, palmo a palmo, sin su valioso intestino delgado. Hasta que se acabó. Le quedó a salvo el duodeno, que los médicos conectaron directamente al colon, con un enorme vacío intestinal en medio. Sin órgano para digerir y absorber los alimentos, Álex quedó sujeto a una máquina que durante los siete años siguientes le inyectó en vena las proteínas grasas e hidratos que normalmente hubiera masticado. Podía comer por la boca, pero no se alimentaba. Dejó de hacerlo un tiempo.

También la nutrición intravenosa -terrible en un niño- llegó a su límite. Las venas capaces de soportar la continua descarga protéica fueron quedando inservibles para tal función, rotas. «Llegamos a un punto de estancamiento -relata el doctor Javier Bueno, cirujano pediátrico del Hospital Maternoinfantil del Vall d'Hebron-. O hacíamos un trasplante intestinal a Álex, de no muy buen pronóstico, o, con imaginación, le diseñábamos una cirugía». Así lo hicieron.

Ese acto quirúrgico innovador implicaba un alto riesgo vital ya que suponía manipular el duodeno, considerado por los cirujanos «el órgano prohibido», intocable. «El duodeno es vecino del páncreas y del hígado, canaliza los conductos biliares y es muy fácil provocar una pancreatitis -explica Bueno-. Tocar el duodeno podía conducir a un desenlace fatal». Por esa razón, nunca se había emprendido, en el mundo, una operación como la que idearon para Álex. «Hicimos un proceso quirúrgico nuevo -describe el cirujano-. Sujetamos el duodeno desde el extremo del yeyuno y fuimos estirándolo hasta convertirlo en un tubo de 40 centímetros de longitud, que siguió enlazado al intestino grueso». Suturaron, y aguardaron. La operación se realizó en febrero del 2013. Lentamente, la mucosidad interna del antiguo duodeno aprendió a comportarse como un intestino delgado que digiere lo comido. Desde hace tres meses, Álex se alimenta de forma independiente, sin nutrición por vena. «Absorbe los alimentos -resume Bueno-. Esta operación ha sentado precedente y, a partir de ahora, los cirujanos saben que sí es posible emplear el duodeno en casos de ausencia intestinal». Otros dos niños han sido intervenidos de igual forma en Vall d'Hebron, también con éxito. El avance lo publicará la revista científica Journal of Pediatric Surgery.

Álex Curero arrastra secuelas graves de su larga nutrición intravenosa. Sufre insuficiencia renal y todo su cuerpo mide tres tallas menos que la media de los niños de 9 años. Ha superado un proceso de repudio fóbico a la comida, al igual que un periodo de imparable necesidad de masticar e ingerir alimentos. Ahora come «de todo», dice su madre, aunque sufre una cierta acidosis. Su evolución es seguida muy de cerca, pero ya no ha de acudir cada semana al Vall d'Hebron, como le sucedió durante sus primeros siete años.

Los fallos morfológicos, o de origen infeccioso, que conducen a la pérdida de tramos del intestino delgado en niños no son una rareza. El Vall d'Hebron ha atendido a 40 menores con este tipo de alteraciones en los últimos 10 años. El 90% se alimentan de forma independiente.