Patologías poco conocidas

El uso a gritos del móvil extiende las lesiones vinculadas a la voz

La foniatra Mercedes Velasco visita a una paciente en la Unidad de Foniatría del Hospital de Vall d'Hebron.

La foniatra Mercedes Velasco visita a una paciente en la Unidad de Foniatría del Hospital de Vall d'Hebron.

ÀNGELS GALLARDO
BARCELONA

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Trinidad, maestra de niños de P3 (3 años) en una escuela de Martorell,  perdía la voz cada primavera, a medida que sus pequeños discípulos iban subiendo el tono de sus expresiones y ella los contenía gritando más que ellos. El foniatra al que acudió le explicó que eso le sucedía por un encadenado de errores  en la forma en que colocaba su voz, y también por la mala educación de sus alumnos en el uso del habla. De no poner remedio, le advirtieron, las cuerdas vocales podían encallecerse, crear nódulos y conducirla a una situación crónica de completa incapacidad para ejercer su profesión. Se calcula que más del 30% de maestros sufren patologías de la voz.

La alteración, la disfonía, no deja de aumentar entre abogados, comerciales, periodistas de radio y televisión, profesionales de la educación y, de forma creciente, niños que, con apenas 3 o 4 años, sufren recurrentes pérdidas de voz. La disfonía es la patología de la voz más frecuente -afecta a cerca del 5% de la población- pero, como no duele, es frecuentemente infravalorada por quienes la sufren.

Gritar, fumar tabaco o permanecer en lugares polvorientos y ruidosos son las principales situaciones en las que se agrede a la voz. A esas circustancias se ha sumado en los últimos años el móvil, asegura la doctora Mercedes Velasco, responsable de la Unidad de Foniatría del Hospital del Vall d'Hebron, de Barcelona, única en su género en Catalunya. «El móvil ha contribuido de forma decisiva a la expansión de las patologías de la voz -asegura-.  El móvil no ayuda a controlar el tono de la voz, porque no tiene retorno [quien habla no se oye]. Las personas regulamos el tono y el volumen de nuestra voz aplicando la oreja, pero como eso no es posible con el móvil, se fuerza. Se grita». Los aparatos fijos sí permiten oír la propia voz a quien habla, y la modula.

MOLESTAR EN EL METRO /«Además de incomodar con sus elevados tonos agudos al resto de pasajeros, las personas que hablan por el móvil en el interior del metro, o en un tren, están forzando sus cuerdas vocales y se están arriesgando a sufrir disfonía», advierte Velasco. El grito es el recurso de quien no sabe colocar la voz en una posición sana, lo que debería implicar a todo el cuerpo, asegura el doctor José María Roqué, miembro de la Sociedad Española de Foniatría. «Para aprender a hablar [él instruye a sus pacientes con múltiples ejercicios] en primer lugar hay que tomar conciencia de lo que es la voz, y entender que está producida desde todo el cuerpo». La musculatura de los pulmones y la del abdomen deben intervenir tanto como la de la laringe, explica, y también han de participar la cavidad craneal -que ejerce de caja de resonancia- los mofletes y el paladar. «Las personas que hablan sin apenas mover la boca obligan a las cuerdas vocales a asumir todo el esfuerzo. Prescinden del paladar, los labios y la lengua», prosigue Velasco. El cráneo y la boca, añade, amplifican la voz y esta resuena en el exterior con el volumen y la intensidad que se ha decidido. Cuando se grita, ese proceso se convierte en tensión sobre la garganta. «Para que la voz adquiera proyección se debe gesticular al hablar», concluye Velasco.

Los foniatras lamentan la escasa presencia social de su profesión, a pesar, insisten, de lo trascendente que es la materia prima con la que trabajan, Un abogado que se exprese con un hilo de voz en un juicio, o un periodista radiofónico incapaz de hacerse entender, caerán de inmediato en  una crisis profesional. Pese a que la voz es el principal instrumento de trabajo de esos empleos, pocos de sus usuarios adquieren los conocimientos necesarios para conservarla, afirma Roqués. «¿Quién no a oído los gritos de un locutor deportivo cuando narra un buen gol?», se pregunta.