Universitarias audaces

Aisse Macalou (a la izquierda) y Nahi Drammeh (derecha), el pasado 2 de enero.

Aisse Macalou (a la izquierda) y Nahi Drammeh (derecha), el pasado 2 de enero.

MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / BANYOLES

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El día que Nahi Drammeh supo que había sacado una matrícula de honor en una de las asignaturas de la carrera, su hermana Hawa lo celebró con un estallido de alegría, como si el mérito hubiera sido suyo. «Estaba tan orgullosa… Fue un reconocimiento muy importante al esfuerzo que están haciendo ambas», explica Blanca Andelic, técnica del Consorci de Benestar Social del Pla de l'Estany y una de las cofundadoras de la Associació de Suport a Joves Sudsaharianes en el Batxillerat.

Nahi y Hawa, de 20 y 22 años respectivamente, están ya en el tercer curso del grado de Ciencias Políticas y de la Administración de la Universitat de Girona (UdG), pero no lo están teniendo fácil. No solo por el coste económico que para una familia humilde como la suya supone tener a dos hijas en la universidad, ni por la complejidad (cada vez mayor) de los estudios. Lo más difícil es «la parte emocional, saber sobrellevar la presión», indica Andelic. «Nuestros padres tienen un punto de vista diferente, tienen otra idea sobre a qué deben dedicarse las chicas de nuestra edad», se limita a decir Nahi.

Sus progenitores, inmigrantes gambianos afincados en Banyoles desde finales de los años 80 (donde se asienta una importante comunidad subsahariana), habrían preferido que sus hijas, como hacen las mujeres jóvenes de la etnia soninké, se hubieran casado con un hombre de su mismo pueblo. Nahi y Hawa proceden de una región en que la familia extensa participa de forma muy directa en la educación de los niños «y son familias muy grandes, porque se admite la poligamia», explica Andelic. Como consecuencia de eso, la opinión de abuelos y tíos tiene un gran peso a la hora de fijar el futuro de la prole, incluso el de los que han emigrado, «y eso implica que son ellos quienes dictan con quién han de casarse los jóvenes. En el caso de las chicas, se las obliga a casarse con la persona que escoge la familia», relata la trabajadora social.

ALARGAR LOS ESTUDIOS

«Una de las pocas cosas que se aceptan como razón para aplazar estas bodas forzadas es que la niña esté todavía estudiando», agrega. Y eso es lo que hacen Nahi y Hawa Drammeh: alargar su escolarización. «No es fácil. Sigo teniendo muchos momentos de duda, por supuesto, pero a estas alturas, aquí en nuestro barrio, somos ya un referente para otras niñas como nosotras. Creo que ese es motivo suficiente para seguir», señala Nahi, que sueña con trabajar, cuando termine la carrera, en alguna oficina diplomática.

También Aisse Macalou, de 21 años y nacida en Banyoles en el seno de una familia de origen maliense, es una chica audaz. Aisse, que afirma tener algo más de apoyo familiar, compagina sus estudios de Pedagogía en la UdG con pequeños trabajos como voluntaria para dar clases de refuerzo escolar en un par de centros socioeducativos de la capital del Pla de l'Estany. «Mi madre, que es mediadora cívica, ha sido un pilar para mí y lo está siendo también para mis cuatro hermanos. Pero el apoyo de la asociación ha sido determinante», dice la joven. La entidad, creada en el 2010, le ayudó con algunas materias durante el bachillerato («con Inglés y Matemáticas», explica) y le prestó un refuerzo académico específico para preparar la selectividad.

ENTORNOS COMPLICADOS

«En prácticamente todos los casos que atendemos, nos encontramos con chicas cuyo entorno familiar no tiene los conocimientos suficientes para poder ayudarles con las tareas escolares», indica Teresa Tersa, profesora jubilada y encargada de coordinar las cuestiones académicas en la oenegé. Además, añade esta docente, las condiciones de vivienda de las jóvenes dificultan aún más el estudio. «Alguna de ellas convive con otras 20 personas en una misma casa, por lo que se han acostumbrado a trabajar en las bibliotecas», señala Tersa, que también se encarga de gestionar las becas y ayudas económicas.

A parte de las universitarias Hani, Hawa y Aisse, «la asociación colabora con otras cinco jóvenes de Gambia y Senegal: cuatro de ellas están en bachillerato y la quinta cursa un ciclo formativo de grado superior», prosigue Tersa. Hasta ahora, y a pesar de los esfuerzos que se han hecho desde distintas instancias, lo cierto es que la mayoría de los jóvenes originarios de estos países han sido víctimas del fracaso escolar, por lo que, por norma general, apenas acceden a los estudios posobligatorios, indica la docente. «En el caso de las chicas, muchas no completan siquiera la educación obligatoria», indica.

«Lamentablemente, aún no se ha conseguido una implicación de las familias en el proceso educativo de sus hijos», agrega Andelic, que trabaja desde hace años con este colectivo, integrado, en Banyoles, por un millar de familias. ¿Y qué pasa con los chicos? ¿A ellos no se les ayuda? «Su situación -explica la trabajadora social- es distinta. De entrada, aunque a ellos también se les somete a matrimonios forzados, los hombres siempre tienen la posibilidad de escoger esposa para su segundo matrimonio». Los chicos, por otra parte, suelen ser enviados a sus países de origen durante un tiempo para asistir a escuelas coránicas.