LA TRANSFORMACIÓN DE LAS TELECOMUNICACIONES

Una web para localizarlas

La página ubica las cabinas situadas en un radio de un kilómetro del punto donde está el usuario

T. P. / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Encontrar cabinas telefónicas y que, además, funcionen resulta en ocasiones casi más difícil que hallar una aguja en un pajar. La complicación es tan evidente que incluso hay una web para localizarlas (www.cabitel.es). La página facilita información sobre los aparatos instalados en un radio de un kilómetro a la redonda de la zona donde está situado el usuario.

Pero si no dispone de esta ayuda virtual, el potencial usuario de los teléfonos públicos se topa de bruces con otra realidad mucho más desalentadora. Un sondeo aleatorio permite comprobarlo. Cuesta encontrar una cabina de teléfono y mucho más fuera de las zonas consideradas turísticas.

El personal de bares y restaurantes pone cara de circunstancias cuando se le pregunta si disponen de teléfono público. La cifra de clientes que utilizan las cabinas de la calle tampoco es como para tirar cohetes. Hay que esperar un largo rato hasta ver aparecer a alguien que recurre a un teléfono público. El solitario cliente es José Ribas, que por una cuestión de ahorro acude a llamar a una cabina de la plaza de Catalunya. «Solo las utilizo cuando tengo que contactar con algún 902 porque me sale por la mitad de precio que llamando desde el móvil», puntualiza.

En la transitada plaza de Catalunya, en la acera que va de la Rambla a la Gran Via, hay una hilera de cabinas que aguardan la llegada de clientes. La mayoría de los postes telefónicos tienen capacidad para dos aparatos pero en la mayoría solo hay uno. El otro ha pasado a mejor vida. La demanda ha impuesto su ley.

El veterano bar Zurich hace tiempo que quitó el teléfono público. «Lo tuvimos muchos años, pero ahora ya no. Nadie lo pide», aclara un camarero cuando se solicita llamar por teléfono. En otros locales, como el Corxus, se dan situaciones singulares al preguntar por el teléfono. Un solícito camarero va a la barra y extrae del tarjetero una tarjeta con el número del local. Tras aclarar la confusión, ofrece el teléfono particular.

El presidente del Gremio de Restauración de Barcelona, Pere Chías, explica su experiencia: «A mí, en los últimos 10 años nadie me lo ha pedido. Así que, como el teléfono es de mi propiedad, he decidido guardarlo en el almacén envuelto con film como si fuera una pieza de museo». Su decisión es similar a la que han adoptado otros colegas.

En la Rambla de Catalunya otro usuario se acomoda en la cabina. La llamada es breve. «Solo quería dar un recado. Se me ha estropeado el móvil y estoy perdido», explica Pere Puig. Y por si quedara alguna duda se justifica: «Hace años que no utilizaba las cabinas. Incluso creía que no iban a funcionar». Para mantener la clientela, Telefónica se ha esmerado en innovar los servicios que ofrecen los teléfonos. Muy lejos quedan las antiguas cabinas en las que, tras meter la ficha, la llamada se hacía a través de operadora «y, si el número comunicaba o no lo cogían, la telefonista mandaba una señal eléctrica a la cabina y esta devolvía la ficha».