EL TESTIMONIO

Una pensión de la que a veces comen 20 familiares

Con una jubilación de 1.095 euros, Antonio Molina es un sostén para tres hijos golpeados por la crisis

Antonio Molina

Antonio Molina / periodico

CARLES COLS / BARCELONA

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Antonio Molina comenzó a trabajar con 12 años. Ya adulto, no tenía un empleo. Tenía tres. El principal era en Unión de Disolventes, SA, en Gavà. Salía de ahí y por la tarde entraba a trabajar en una ferretería. Los fines de semana redondeaba los ingresos familiares como pintor. Este, conviene no olvidarlo, es un país muy bestia. Ahora lo dificil es encontrar trabajo, pero antes no bastaba con uno para sobrevivir. Había que tener varios. El pluriempleo, le llamaban. Fernando Fernán-Gómez le dedicó una película a ello, 'La vida por delante', un retrato trágico de la España de los 50 que no estaría de más revisitar.

La cuestión es que Molina se jubiló con 60 años y con solo dos vacaciones en el álbum de fotos, las dos en Mahora, Albacete. Eso ya duele. Lo peor, no obstante, es que su jubilación no ha sido el periodo plácido que imaginó. “Tengo una pensión de 1.095 euros”. La cifra está bien o mal en función de las necesidades. Tiene el piso pagado. Eso es una suerte. Lo malo es que tiene tres hijos muy golpeados por la crisis. El chico trabajaba en la construcción. Una de las dos hijas no pasaba de los trabajos temporales cuando comenzó la recesión. La otra resistió un poco más. La suma de tantos problemas ha hecho que a veces en casa de Molina se junten 20 personas a comer, no por celebrar, sino porque él es único con unos ingresos fijos. El pensionista aspira al nuevo subsidio creado por Gavà para pensionistas que ayudan económicamente a sus hijos.

Es un hombre entrañable. Habla muy despacio y tranquilo pese a la mochila que lleva a cuestas. Como consecuencia de esa cadena de desdichas laborales, ha terminado por hacerse cargo incluso de uno de sus nietos. Tiene nueve años. Reconoce que a esa edad son una alegría con sus ocurrencias, pero también es una responsabilidad añadida. “Ahora que estoy jubilado, trabajo mucho más que antes”. Lo dice porque, hijos y nietos al margen, su mayor preocupación es su mujer, a la que una serie desafortunada de dolencias y un par de ictus dejaron prácticamente inmóvil. Conserva la lucidez en la cabeza, pero requiere una atención casi permanente. Día y noche. Así que ni dormir a pierna suelta le ha permitido la jubilación.

A veces, casos como el de Molina sirven para descubrir que el Estado del bienestar en España tiene la arquitectura de un castillo de naipes. La ley de la dependencia, por ejemplo, aquella que iba a convertir a este en un país envidiado, le proporciona a este vecino de Gavà una ayuda de 250 euros mensuales. Algo es algo, pero es a todas luces insuficiente. Sin ir más lejos, tuvo que comprar una furgoneta y adaptarla para poder trasladar a su mujer cuando es necesario. De ella habla maravillas. Dice que fue gracias a su carácter previsor que lograron ahorrar dinero a lo largo de toda la vida para cuando fueran mayores. Eso es ahora. Ese dinero, sin embargo, poco a poco, desde que comenzó la crisis, fue menguando. “Por ayudar a los hijos, nos fundimos los ahorros. Hicimos lo que había que hacer”. Lo único que le queda ahora es la pensión.