La seguridad en el consumo

Una cerveza abrasadora

Terraza del pub The New Conservatory, en la ciudad inglesa de Leeds.

Terraza del pub The New Conservatory, en la ciudad inglesa de Leeds.

VÍCTOR VARGAS LLAMAS
BARCELONA

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Quiso la suerte que fuera un pequeño vaso de degustación y no una pinta. Aparte de eso, todo se tornó desgracia en la cerveza que David Caminal tomó en el pub The New Conservatory, en Leeds, el 19 de julio, acompañado de Miquel, un cliente para el que realizaba una grabación audiovisual en la ciudad inglesa. Tal fue el malestar instantáneo que sintió tras la ingesta que fue evacuado a un hospital, donde constataron que aquel mal trago había puesto su vida en serio peligro. Un mes después, Caminal sabe que, además de cerveza, aquel vasito contenía hidróxido de sodio, o sosa caústica, un componente muy corrosivo usado para elaborar jabones y como limpiador de conductos.

Caminal, de 47 años, recuerda que entre aceptar la sugerencia del camarero de una cerveza sin gas servida mediante bomba manual (posiblemente del tipo real ale) y notar «una llama de fuego» en su interior apenas pasaron unos segundos. «Miquel bromeaba con qué había tomado que ni levantaba la cabeza», recuerda. Ni la cabeza, ni nada. «Aparté el taburete, me apoyé en la barra e intenté escupir y vomitar», dice este vecino de Sant Quirze del Vallès. «¿Qué me has puesto? ¿Estás loco?», le gritó al camarero, desesperado.

Ahora sabe que aquel mediodía se sucedió «una negligencia detrás de otra». La primera, que la limpieza de los conductos del surtidor se suele hacer de noche, para dar tiempo a que se diluya la sosa. «O la hicieron en ese momento o por la noche sin que pasara el tiempo suficiente», afirma Caminal. La segunda fatalidad, que fuera el primer día para el camarero que le sirvió. Por eso, cometió un grave error, según Caminal. Cuando se limpian los conductos en este y otros pubs ingleses se da la vuelta a la etiqueta del grifo para que no esté a la vista del cliente. El empleado, desconocedor del protocolo, volvió a girar la etiqueta de la cerveza que ofreció a Caminal.

A la retahíla de despropósitos cabe añadir que el producto limpiador que se usa suele ser de un color llamativo, rosa o azulado. El que se usó en el pub era transparente, imposible de distinguir de la cerveza. Tampoco se cumplió la última medida de seguridad: «El camarero más experimentado tira unas cervezas del surtidor para controlar que no quede regusto del detergente», explica la víctima.

SECUELAS / Lo último que recuerda es su tensa espera en un local semivacío, donde apenas aguardó unos minutos hasta la llegada de la ambulancia que le trasladó a la uci del hospital Leeds General Infirmary. Allí alertaron a Mikel de que en las siguientes 48 horas se sabría si sobrevivía. Nada podía hacerse hasta que la sosa dejara de actuar.

Tras esos dos días, ya con su pareja, Loly, y sus dos hermanos, Danny y Eva, en Leeds, empezaron a llegar mejores noticias. Su vida ya no corría peligro, pero los médicos prefirieron practicarle una traqueotomía para que la intubación no infectara sus órganos. Las pruebas de los siguientes días revelaron que la tráquea, el estómago y la mayoría de órganos estaban bien. La excepción, el esófago, con 14 centímetros de estenosis -«una úlcera», explica- en el tramo final. David no recuperó plenamente la conciencia hasta el 3 de agosto. Aún no podía comer ni siquiera beber. No hasta su llegada a Barcelona -previo paso por otro hospital en Leeds- en un avión medicalizado, el 9 de agosto, cuando ingresó en el Hospital de Sant Pau.

Allí le preguntaron si podía tragar saliva. Afirmativo. Le animaron entonces a beber agua. Simple y certero. Probaron con un yogur y lo encajó bien. De ahí al caldo y el puré. Pero nada más. «Yo que ya pensaba en un bistec», bromea Caminal. Aún puede comer solo alimentos triturados. «Acabaré como Ferran Adrià, experto en deconstrucciones», suelta. En dos o tres meses se someterá a otra endoscopia en la que introducirán una especie de globo en el esófago que al inflarse compensará la atrofia. En el futuro se verá la evolución, pero es consciente de que sufrirá «secuelas de por vida».

NEGOCIACIONES / David tiene días de todo. «De tristeza y llanto, de impotencia y pensar por qué a mí, pero también de alivio», confiesa. Alaba el trato recibido por los sanitarios en Leeds en la misma proporción en que lamenta que el pub no se haya disculpado. «Ni preguntan por mí», dice. Ahora deja en manos de su abogada, Jill Greenfield, la negociación con la aseguradora del bar, de la que David espera que también asuma posible complicaciones futuras. La entidad gubernamental de salud y seguridad ya realiza una «investigación exhaustiva», según su letrada.

Mientras, David se mentaliza, con el apoyo de los suyos, convencido de volver a visitar Inglaterra. No tanto de volver a tomar cerveza de barril. «Quizá me pase a la coca-cola o, mejor, al Priorat», zanja.