Los retos de la humanidad

Tijeretazo al tercer mundo

TONI SUST / Barcelona

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La crisis, que tanto se ha llevado por delante en los presupuestos del Gobierno catalán y del español, ha arrasado con la cooperación al desarrollo. El Ejecutivo de Mariano Rajoy la ha reducido a la mitad. El Govern de Artur Mas, a un tercio en dos años. Ya no tiene mucho sentido preguntarse si se pudo evitar, sino más bien plantearse alternativas de futuro y preguntarse cuáles pueden ser las consecuencias de estos recortes que, ciertamente, la ciudadanía apenas llora. Se impone la idea de que toca concentrarse en los problemas de la gente que vive entre nosotros.

«Cuando se pierde la cooperación se pierde algo quizás intangible, un instrumento de justicia global, que contribuye a combatir desigualdades», declara Karlos Pérez de Armiño, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad del País Vasco. Tiene claro que existe una deuda antigua: «Como países del norte excolonizadores, hemos generado una estructura económica de la que nos beneficiamos». Y evalúa las pérdidas por el recorte: «Sentido de solidaridad e influencia internacional». Jesús Núñez Villaverde, codirector del Instituto sobre Conflictos y Acción Humanitaria, concreta más las pérdidas. Fuera: «Dejamos tirada a gente sin recursos alternativos para acabar proyectos previstos». Y dentro: «Perdemos presencia en el exterior y posición hasta tal punto que será imposible recuperarla». Lo que se traduce en menos influencia política y comercial.

Pérez de Armiño rechaza que al faltar dinero desaparezca la cooperación: «La ayuda no puede ser una caridad arbitraria». Y ahí podría empezar el debate sobre si la cooperación es imprescindible. Algo que irrita al presidente de la Federació Catalana d'ONG per al Desenvolupament, Francesc Mateu: «El problema está en que este debate exista. Salvando extremos, nadie se plantea la necesidad de que haya sanidad y educación, y de que sean una responsabilidad del Gobierno».

Mateu apunta por la senda de Pérez de Armiño: «Los gobiernos tienen una parte de responsabilidad ética y social de lo que pasa en el mundo». El catedrático de Ciencia Política y de la Administración Pere Vilanova cita incluso un interés propio: «Invertir en cooperación bien hecha es una inversión en futuro. Pensar que si nos la ahorramos podremos parar en las fronteras a quienes vienen es no entender nada».

AUTOCRÍTICA Mateu también admite culpas: «Las oenegés lo hicimos fatal». Según él, las organizaciones optaron por implicar a los poderes públicos y trabajar con sus recursos, ser su estilete. «Entonces era una fortaleza, ahora es una debilidad». Porque al desplomarse la aportación pública, varias entidades amenazan ruina. Para Mateu, las oenegés recuperarán el terreno «en dos o tres años» gracias a que conservan la legitimidad, pero cree que es urgente recuperar el contacto con los ciudadanos, que, dice, se han alejado de las oenegés: «Tenemos una base de gente débil. Debemos explicar qué hacemos; cambiar la estructura de las entidades. Mantienen la de los años 60, cuando intermediaban entre el primer y el tercer mundo. Y hay que lograr incidencia política, que los partidos vean que no se puede hacer lo que se ha hecho». «La cooperación catalana era una marca», proclama.

«¿Es bueno todo esto? No», admite el director de Cooperació del Govern de CiU, Carles Llorens. Pero insta a no lamentarse y a buscar otro modelo que combine ayuda pública, privada y donaciones: «Una situación más equilibrada». Ahora, dice, el Govern apuesta por lo que no se hacía: buscar financiación de la UE para proyectos. Llorens no solo debe afrontar la irritación por los recortes. La Generalitat debe 10 millones a las oenegés, que sufren la morosidad con desespero. Llorens no puede citar una fecha: «Pagaremos cuando podamos».