EQUIPAMIENTOS CULTURALES
Territorio de susurros
Las salas de lectura han redistribuido espacios y han relajado algo las normas
Con los niños está muy claro. ¿Qué biblioteca pública no cuenta -desde hace ya tiempo- con una atractiva sección infantil, repleta de materiales, cuentos, juegos, películas y actividades dedicadas a los escolares más pequeños? El problema aparece cuando los chicos entran en la adolescencia y «quedan un poco dejados a su suerte», reflexionaba recientemente una bibliotecaria especialista en literatura juvenil. «Hasta hace muy poco pasaban, sin transición, de las colchonetas y los 'pufs' de la zona infantil a ocupar las mesas alineadas de la sección de adultos. Y se encontraban perdidos, fuera de lugar y sin ningún aliciente que no sea conseguir las lecturas escolares obligatorias», proseguía la experta, que trabaja desde hace casi 25 años con adolescentes.
Las actividades de fomento del hábito de la lectura para niños de preescolar y primaria, que han proliferado en toda España, «han empezado a calar», dice la bibliotecaria, convencida de que la mayor presencia adolescente en estas instalaciones es el fruto de la semilla que se ha ido sembrando a base de «sesiones de cuentacuentos, actividades de escritura, concursos, talleres de lectura y tertulias con autores o ilustradores».
«Y de un tiempo para acá, en vista de que estos chicos pasaban a la secundaria y continuaban viniendo la biblioteca, también hemos empezado a organizar actividades para ellos», agrega Carme Barroso, directora de la biblioteca Llefià-Xavier Soto, un equipamiento amplio, diáfano y sin apenas tabiques, abierto el 2002 y adscrito a la red municipal de Badalona.
Salas convertibles
Lo primero que hizo la responsable de esta sala, situada en un barrio popular y que hasta entonces había sido muy frecuentada por trabajadores inmigrantes, fue redistribuir el espacio. «Un día, recuerdo que era septiembre de hace dos o tres años, eché un vistazo hacia la zona de adultos y me di cuenta de que estaba llena de chavales», cuenta Barroso. La suerte de trabajar en un centro de proximidad es que «tienes margen para responder rápidamente a las nuevas necesidades», indica la directora, mientras señala hacia una sala a la izquierda del equipamiento.
«Lo que hicimos fue adaptar aquel espacio, el único sitio cerrado que tenemos en la biblioteca y que hasta entonces era sala multimedios y lo reconvertimos en aula de silencio», explica. En el resto de la biblioteca, siguen rigiendo las normas de respeto y convivencia habituales en cualquier equipamiento de estas características. «Salvo que aquí sí se permite hablar. Pero sin levantar la voz», puntualiza la directora, también entre susurros.
«Bueno, yo vengo más que nada porque me va bien para hacer los deberes. Aquí me concentro mejor y tengo un ordenador para mí, porque el de casa lo he de compartir con mis hermanos», explica Kafeel, que está en primero de la ESO. De vez en cuando se lleva también algún libro. «Pero normalmente, me los miro aquí», aclara el joven.
«Lo que le comentaba sobre las bibliotecas de proximidad tiene otra gran ventaja: acabas conociendo a tus usuarios y eso te permite también guiarles en sus elecciones», indica Barroso. Y cuenta el caso, «el otro día», de un chico de los de toda la vida, «que vino a informarse para irse de Erasmus». «Me preguntó a mí -prosigue- qué me parecía, dónde podía ir... Supongo que pensó que yo podía serle de ayuda. Creo que esa es otra de las razones por las que vuelven, porque encuentran un apoyo que va más allá de la lectura», dice.
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