Teresa Soriano: «Hay días en que salgo de urgencias con ganas de llorar»

Esta experimentada internista de urgencias de Vall d'Hebron siente que hacen medicina de guerra.

«Hay días en que salgo de urgencias con ganas de llorar»_MEDIA_2

«Hay días en que salgo de urgencias con ganas de llorar»_MEDIA_2

NÚRIA NAVARRO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Si hay algo parecido a Dios es un médico de urgencias cuando estamos descompuestos  y asustados en un box. En el gigantesco Hospital del Vall d'Hebron hay 20. Y entre los titulares está la doctora Teresa Soriano (Barcelona, 1972), no solo admirable porque lleva 15 años a pie de camilla y porque cuando cuelga la bata se convierte en madre de familia numerosa. También porque no teme alzar la voz para dar testimonio personal de  la situación en la que trabajan día sí y día también.

-Las urgencias del Vall d'Hebron siempre han sido complejas. En un día normal puedes recibir a 250 pacientes, y en días malos, hasta a 300. Eso está asumido, desde siempre. Es mi ritmo de vida. Mi vocación. Pero ahora tenemos la sensación de trabajar en una cadena de montaje.

-Ponga un ejemplo, si es tan amable.

-A las ocho de la mañana tienes que asumir de golpe a 10, 12, 15 pacientes. Te limitas a valorar a uno, miras que no tenga nada grave, le pones el tratamiento y al siguiente. Y cada enfermo merece que le dediques el tiempo y los conocimientos que precisa. Tu estiras lo que puedes, pero hay días en que salgo de urgencias con ganas de llorar al ver que los pacientes se acumulan porque el proceso no progresa.

-¿Qué quiere decir?

-El pasado lunes, por ejemplo, había una pobre chica de 19 años que llevaba desde el jueves anterior pendiente de ingreso. ¿Casi cinco días en urgencias y a nadie se le cae el alma al suelo? El que se dedica a gestionar el hospital debe darle una cama. Urgencias está para estabilizar un problema agudo y ya está. Quema el hecho de que lo que has podido resolver en un tiempo récord, se quede encallado porque falla el drenaje.

-En verano suelen cerrarse camas, ¿no?

-El colapso que vivimos no es fruto de un pico inusual en junio o consecuencia del cierre estival de camas. La sensación de hacer medicina de guerra se ha cronificado. Y angustia. Tienes la impresión de que se te escapan las cosas de la mano.

-Y encima, con el sueldo recortado.

-Por descontado. Pero no pedimos que nos suban el sueldo, ni que nos quiten horas de guardia o nos den mejor de comer por las noches. Solo pedimos trabajar en unas condiciones más dignas para las pacientes y para nosotros.  En los últimos cuatro años hemos escrito cartas denunciando la situación, pero también para protegernos, porque todo el mundo debe ser consciente de que, trabajando así, te puedes equivocar. Tratamos con personas, no con piezas de un coche.

-Ahí nadie le puede quitar la razón.

-Pues lo que más molesta es que el sistema opina y decide por ti. Quienes sabemos qué hacer con los enfermos somos nosotros, los médicos. Pero es más fácil decir que las cosas no funcionan porque los profesionales no quieren trabajar por la tarde que decir que no funcionan porque no nos dan los recursos necesarios para hacer que funcionen.

-No se calla, veo. Y eso que acaban de destituir al jefe de urgencias por quejarse.

-No callar está en mi ADN. Yo tendría miedo a decir una mentira y que alguien me pillara, pero solo digo lo que vivo cada día.

-No todos lo hacen.

-Alguien tiene que dar la cara. Hay mucha indignación en el hospital. Mucha. Tenemos la sensación de que lo único que importa es cuadrar los números a final de año.

-Por si llevara usted poco tute, es madre de familia numerosa.

-Soy la única loca del servicio de urgencias que tiene tres hijos, de 9, 6 y 2 años. Cuando acabo en el hospital y las asambleas, empiezan las urgencias caseras. Los deberes, el parque, las duchas, las cenas... Vivir a un ritmo revolucionado me empuja a organizarme. Eso y una madre que ayuda mucho.