"Tenía una jefa 'tripolar'"
Dos testimonios que han sufrido a mandos tóxicos revelan la angustia y malestar padecidos por la conducta de sus superiores
Ricard, un joven que trabaja en la Administración coordinando proyectos tecnológicos, sufrió durante medio año los vaivenes de una jefa "tripolar". Así califica la “montaña rusa” de un comportamiento con gritos, lloros y discusiones perpetuas. ”Perdía los nervios y se desbocaba. No sabía delegar, lo quería controlar todo y era un total caos, con nulas condiciones para gestionar un grupo y cambios de planes constantemente”, explica en pasado porque, desesperado, acudió a la dirección con ultimátum: o ella o él. Ganó y le adjudicaron otro responsable de área.
“Yo soy hiperactivo y estoy acostumbrado a trabajos cañeros, pero lo suyo era insoportable”, expone Ricard, que apunta a los estragos de una hiperconectividad que ha llevado a los mandos a invadir la vida privada de muchos trabajadores. “Me enviaba wásaps a medianoche, los sábados, con cambios de planes y exigencias irracionales. No dormía. Esto antes no pasaba y es intolerable que se acepte. Era para pegarse un tiro”.
UN PARANOIDE DESCONFIADO
María, otro testimonio que sabe lo que es un jefe tóxico, cuenta que un mal día a su superior directo se le "cruzaron los cables". Empezó a apartarla de proyectos, de responsabilidades y le obligó a que cualquier mínima tarea, como 'e-mails' a los clientes, pasaran por él. “Desconfiaba sin razón”, esgrime la mujer, que, arrastrada por la ansiedad y el estrés, acabó en la consulta de la terapeuta Júlia Pascual. Allí entendió que se enfrentaba a un perfil “paranoide”, un mando presa de sus inseguridades que temía perder el control, los galones y pretendía que nadie “le hiciera sombra”.
“Tenía miedo a delegar y me acusó sin ser verdad de hacerle ‘bypass”, prosigue María, que también ha asimilado el tránsito de su inicial “buena relación” a la actual desconfianza. Ella le enseñó porque llevaba más años en la empresa. “Cuando ya dominaba todo, tras unos meses trabajando fuera para la compañía, volvió raro, transformado”.
La terapia le ha ayudado a gestionar con más audacia la situación y mejorar la relación con su superior. “He aprendido a hacer el papelón, ir con pies de plomo y mostrar la mayor transparencia para no despertar sospechas. Debo evitar que tenga miedo”. También se muestra “más simpática” e intenta fomentar el trabajo en grupo, aunque, dice, choca contra el individualismo de un responsable de área que busca ganar puntos. “Conviene que los que estamos por debajo suyo no hagamos ruido. Me ha quedado muy claro que el jefe es él”, apostilla, lamentando que los de más arriba no se enteren de su perniciosa conducta.
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