EL FINAL DE UN MES DE INTERNAMIENTO

"Tenemos la mejor sanidad, pese a la nefasta dirección política"

Teresa Romero sale del Carlos III y rechaza comparecer junto a la cúpula del hospital

MANUEL VILASERÓ / MADRID

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La pesadilla del ébola acabó ayer para Teresa Romero y puede haber empezado para los responsables de los errores cometidos en la gestión de la crisis sanitaria. La única persona infectada por el virus en Europa abandonó ayer el Hospital Carlos III de Madrid tras un mes de internamiento. Aún muy débil, emocionada y envuelta en vítores Romero leyó una breve declaración en la que trazó claramente la frontera que separa a los compañeros que le han salvado la vida de los gestores contra los que presentará varias demandas judiciales. «Se ha demostrado que tenemos la mejor sanidad del mundo. Profesionales abnegados que, pese muchas veces a la nefasta dirección política, son capaces de obrar milagros. Yo soy uno de ellos», sostuvo.

No hubo más referencias críticas a los responsables sanitarios, pero la escenografía escogida para sus primeras palabras lo decía todo. No solo se negó a participar en la rueda de prensa convocada por el equipo directivo del hospital sino que puso como condición para efectuar su declaración que no aparecieran detrás suyo el logotipo ni la marca del centro sanitario. Los directivos se plegaron a la exigencia y bajaron la pantalla blanca de las proyecciones para que tapara los rótulos.

VÍTORES Y APLAUSOS / La claca también marcó la diferencia. Enfermeras, auxiliares y celadores vestidos de calle cortaron su intervención en varias ocasiones con vítores («¡Tere, Tere, Tere!») y aplausos y a su salida a la calle la recibió una comitiva de sanitarios con esta leyenda en sus mascarillas: «Todos somos Teresa».

La incógnita de cómo se contagió parece que nunca se resolverá. El comité de seguimiento del ébola creado por el Gobierno ya advirtió de que si Romero no lo sabía sería imposible averiguarlo y esta ayer arrojó aún más dudas. «No sé lo que falló, ni siquiera sé si falló algo. Solo sé que no guardo rencor ni reproches para nadie», señaló, desmintiendo así una vez más que hubiera reconocido haberse tocado la cara con un guante al quitarse el traje, pero sin mencionar al doctor que salió a pregonar que ella había confesado su error cuando estaba aún luchando entre la vida y la muerte. Un médico que desde entonces ha desaparecido del escenario y que ayer ni se acercó a los actos de celebración.

Romero había llegado al salón de actos subrayando su fragilidad con una silla de ruedas. Varias veces destacó que aún está «débil» y que lo único que quiere es apartarse de los focos para recuperarse al calor de su familia. No hará más actos públicos que un encuentro con la hermana Paciencia Melgar, la superviviente del ébola que le prestó su plasma con anticuerpos, a la que estará «eternamente agradecida».

En justa correspondencia, la auxiliar se ha ofrecido como donante. «Si mi sangre sirve para curar a otras personas, aquí estoy, la daré hasta quedarme seca», enfatizó. Para hacerlo deberá esperar como mínimo un mes, según el equipo médico, que aunque le ha dado el alta, aún no la considera recuperada del todo. Cree que aún tardará en poder hacer una vida plenamente normal.

Su marido, Javier Limón, leyó la parte final de la declaración, dedicada a condenar «la ejecución» del perro Excalibur, porque ella no era capaz debido a la emoción. A partir de ahora, cualquier información sobre Romero la comunicará su abogado, José María Garzón. Ayer por la tarde, ella ya estaba en la casa de su madre en Galicia.