ROSA MARÍA JOSA. Donante

"¿Si tenemos dos riñones, por qué no donar uno?"

Sor Irene Román necesitaba un trasplante y una compañera de la congregación Sagrada Família d'Urgell se lo dio al instante

Sor Irene y sor Rosa María, bajo el retrato de Anna Maria Janer , fundadora de la congregación Sagrada Família.

Sor Irene y sor Rosa María, bajo el retrato de Anna Maria Janer , fundadora de la congregación Sagrada Família.

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El primer día que se presentaron en la Fundació Puigvert dijeron, cómo no, que eran hermanas. El asunto pasó desapercibido para muchos, pero no para uno de los doctores que, al verlas tan distintas, comentó, con un punto de ironía simpática, algo así como «pues si las veo por la calle me juego lo que sea a que no son hermanas, no».

«Bueno, es que hermanas, hermanas, lo que ustedes entienden por hermanas, no somos», reconoció con su gracejo habitual Rosa María Josa, de 70 años, de Viladecans. «Somos monjas, así que, sí, somos hermanas, pero hermanas de la Sagrada Família d'Urgell»«Somos sor Rosa (ja, ja, ja) y sor Irene», añadió Irene Román, de 73 años, de Palencia, con el mejor catalán del mundo, por supuesto.

Ellas son hermanas y no dejarán de serlo nunca. Y hermanas a las que ya les une todo, no solo la congregación, la misión, su carácter desprendido y solidario, su complicidad hacia los demás, sino también la sangre, un riñón. Nadie, absolutamente nadie, le da menos importancia a este gesto que ellas. «¿No nacemos con dos riñones? ¿No está demostrado que podemos vivir sin uno de ellos? Pues, si tenemos dos riñores, ¿por qué no donar uno?», explica Rosa María, la donante.

El caso es que Rosa María siempre quiso ser donante. Ya cuando vivía en Andorra se hizo el carnet de donante, aunque le sirvió de poco, de nada. Pero el espíritu de donar siempre lo tuvo. De ahí que, en cuanto supo, por contactos, encuentros en la congregación o en las casas de acogida que una hermana, una monja, necesitaba un riñón fue la primera («no, la primera no, hubo un montón que se ofrecieron») en ponerse en contacto con Irene, a quien había conocido cuando coincidieron en Andorra, para que contase con ella.

Rosa María no lo cuenta, pero ella siempre quiso hacer algo grande. Otra hermana, buena conocedora de la situación, relata: «Yo estoy convencida de que a Rosa María le hubiese encantado ir de misiones, como Irene, que estuvo un montón de años en Guinea Ecuatorial, pero la congregación siempre la necesitó en otros lugares». Y de ahí que meditase durante mucho tiempo que, en cuanto surgiese la posibilidad de ser útil, se prestaría de inmediato. Y la enfermedad de su amiga Irene le permitió dar ese paso.

Irene cuenta, con resignación, que la dura vida en Guinea le complicó la salud. Tantas vacunas, tanta medicación contra el paludismo y enfermedades raras, acabó provocándole una septicemia y el riñón empezó a fallarle. Al regresar a Catalunya, le pidieron que se hiciese cargo de la guardería que la congregación tiene en Cervera (Segarra) y allí se trasladó.

El mejor riñón del mundo

Y allí empezó la complicación. El nefrólogo de Tàrrega le vaticinó que debía someterse a diálisis y la provincial (las monjas hablan en unos términos que solo las hermanas entienden) decidió, de inmediato, que se visitase en la Puig-vert. «¡Uf!, nos entra por el Seguro», respira Rosa María, dando a entender que tuvieron mucha suerte.

«Cuando, estando en Andorra, me interesé en convertirme en donante -explica Rosa María-, todo el mundo me hablaba de poner mi cuerpo, mi cadáver, a disposición de la medicina, pero nadie me explicó lo de donar en vida, por ejemplo, un riñón». Y no solo lo hizo, sino que se lo aconseja a todo el mundo: «Eso sí, yo recomiendo hacerlo mucho más joven».

Rosa María insiste en que ella le hubiese dado el riñón a quien lo hubiera necesitado. «No se lo di a Irene porque era compañera de congregación, hermana como yo o amiga. No, no, qué va, se lo di porque lo necesitaba. Como se lo hubiese dado a usted», concluye Josa, que lanza una carcajada al aire cuando escucha decir a Irene (se lo ha oído contar mil veces, seguro) que el doctor, al salir del quirófano, le dijo: «Irene, jamás en mi vida había visto un riñón más sano, más robusto, más rosita, más entero. Te llevas un riñón de lujo».

Es el riñón de una monja. «Vida sana: no fumo, no bebo y todo el día con niños», sentencia Rosa María ante la carcajada más abierta de Irene, feliz por compartir algo más que la amistad.