INVESTIGACIÓN DE LA EMPRESA STARLAB Y LA UNIVERSITAT DE BARCELONA

Telepatía digital

Un experimento logra que dos cerebros se comuniquen entre sí a gran distancia

ANTONIO MADRIDEJOS / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Por primera vez, dos personas han logrado comunicarse a distancia empleando únicamente sus cerebros, más internet como apoyo, en un experimento que no tiene nada de esotérico sino que es ante todo una primicia científica. «No hablamos de telepatía, o al menos de telepatía en su sentido popular, sino de tecnología», precisa el neurocientífico Carles Grau, profesor honorífico de Psiquiatría de la Universitat de Barcelona (UB) y colíder del estudio junto al físico y matemático Giulio Ruffini, de la empresa Starlab Barcelona. Aunque las dos palabras escogidas para la transmisión fueron Hola y Ciao, sumamente breves, el experimento requirió de muchos meses de preparación y entrenamiento. Veamos.

Resumiendo en exceso, lo que se ha logrado en el experimento es que, con la ayuda de unos electrodos y un encefalógrafo, uno de los voluntarios emitiera la palabra Hola y que su colega la pudiera leer al recibir unos impulsos en su cerebro. El experimento se realizó entre dos ciudades separadas por 7.800 kilómetros, Estrasburgo (Francia) y Thiruvananthapuram (India), que es donde se encontraban los dos científicos que han participado como voluntarios, aunque obviamente el experimento habría sido el mismo si se hubiera efectuado en habitaciones contiguas, prosigue el profesor. En la investigación, cuyos resultados se han publicado en la revista Plos One, han participado, además de Grau y Ruffini, otros investigadores de las universidades de Barcelona y Harvard y de las empresas Starlab y Axilum.

El trabajo parte de la evidencia de que las regiones del cerebro que se activan en una persona varían en función de lo que quiere hacer -en el ejemplo del estudio, el voluntario intentaba mover las piernas o mover las manos-, y que luego esas diferencias pueden ser detectadas y localizadas mediante unos electrodos colocados en el cráneo. A continuación, una vez conocidas las regiones que se iluminan en ambas situaciones, los científicos asignaron el valor 0 a la actividad cerebral derivada de mover los pies y 1 a la de mover las manos. Luego, las señales obtenidas por el encefalógrafo se pueden convertir en mensajes.

DESCODIFICAR LAS PALABRAS

Llegados a este punto, el emisor ya podía enviar bits (pulsos 0 y 1) a voluntad, simplemente pensando en mover sus pies o sus manos, pero se trataba de ir un poco más lejos: había que transmitir palabras enteras. Así que el voluntario tuvo que aprender un código binario, una especie de lenguaje Morse que le permitía convertir las diferentes letras de la palabra Hola en una secuencia de 0 y 1. En el caso del experimento, fueron necesarios 140 bits.

La señal enviada desde Thiruvananthapuram viajó inmediatamente por e-mail hasta el segundo voluntario, ubicado en Estrasburgo, que lógicamente también estaba familiarizado con el mismo código binario y podía leerlo. El receptor fue equipado con una interfaz robótica que convertía los 140 caracteres que formaban la palabra Hola en fosfenos, una especie de descargas que, sin dolor ni efectos secundarios, traspasaban el cráneo y «llegaban a una región del cerebro donde producen una sensación de flas», dice Grau. El receptor, que tenía los ojos tapados, interpretaba como un 1 si había activación y como un 0 si no notaba nada. En la operación -un minuto por letra- se produjeron muy pocos errores. Luego se reprodujo 10 días después, también con éxito, usando la palabra Ciao.

«Hemos logrado, mediante tecnologías no invasivas, una comunicación consciente entre cerebros -insiste Grau-. Hemos demostrado que es posible y ahora nuestro reto es hacerlo más fluido». Con anterioridad se habían efectuado varias investigaciones en este campo colocando implantes cerebrales en macacos, pero este sistema que resulta más preciso tiene obviamente sus peligros.

El profesor honorífico de la UB y asesor de Starlab está convencido de que tecnologías de este tipo tienen un inmenso recorrido mucho más allá de la pura anécdota científica. Así, pone como ejemplos una silla de ruedas para usuarios sin ningún tipo de movilidad (como el físico Stephen Hawking) o bien un teléfono móvil con marcación cerebral. Grau también considera que pueden ser muy útiles en el terreno de la medicina psiquiátrica, «por ejemplo en el tratamiento se depresiones y del síndrome compulsivo-obsesivo». Y ahora lo próximo es conseguir «transmitir emociones», avanza.