'Enrollados' por la pasta

Una joven fumando

Una joven fumando / RICARD CUGAT

IMMA FERNÁNDEZ / BARCELONA

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”Cámbieme el nombre, que si se enteran mis padres me matan”. Lo pide Sara, como en estas líneas quiere llamarse, una adolescente de 16 años consciente de que también la puede matar el hábito de fumar“De algo hay que morir, a mí lo de que no es sano no me preocupa”. Empezó a los 14 años con el tabaco convencional y quiere cambiarse al de liar, como la mayoría de sus amigos, que le está ganando la partida a la cajetilla por razones económicas, especialmente entre jóvenes y adolescentes. 

El bolsillo se ha impuesto a la comodidad, el rasgo que más valoran los que aún se agarran al pitillo manufacturado. “Los dos son malos para la salud, ya lo sabemos, pero si antes me gastaba 25 euros a la semana en cinco paquetes, ahora con cinco euros tengo de sobra. La diferencia es muchísima y al tener que hacérmelos, fumo la mitad”, apunta Jordi, un ‘tránsfuga’ de 22 años que lleva más de un lustro enganchado al “vicio”. Hagan cuentas: una bolsa de Virginia (3,50 euros) o Winston (4,25 euros) da para más de un centenar de cigarrillos (más o menos en función de la cantidad de producto que se utilice).

"Cada vez más niños"

Hay otro dato aún más preocupante que constatan los estudiantes que andan metidos o ya han superado la pubertad. “Cada vez los niños empiezan a fumar más pronto. Antes lo hacíamos en 4º de ESO o así, ahora ves a muchos hasta de 10 años”, aportan Sara y David. El ritual iniciático, informan, es el siguiente: “Los críos empiezan todos con el cigarrillo convencional para hacerse los mayores, los guays; algunos vienen chuleando y dicen que les han robado uno a sus padres. Pocos años después, cuando ya están enganchados, se pasan al de liar”.

María, de 16 años, lleva dos años enganchada. Es una máquina de fabricar pitillos. La agilidad manual ha vencido en su caso a la pereza, el pecado capital que lastra a los reacios a tener que ‘currar’ para echar unas bocanadas. “La práctica te lleva a liarlos muy rápidamente. En cinco segundos, ya está, por eso me los hago en cualquier lugar y cuando quiero. Solo a veces, en alguna fiesta, recurro a los otros”. Para María y sus colegas el proceso de manipular el producto se ha convertido en lúdica actividad. “En verano, nos reunimos y nos pasamos la tarde liando cigarrillos, es entretenido. Ahora con el cole lo estoy intentando dejar, solo me hago un par diarios”. Alejandro, de 38, entraría en el paquete de los perezosos. “Desde que me puse a enrollar cigarros, porque es mucho más barato, los he reducido de 15 a 8 al día. Sacarlos del bolsillo es fácil, pero hacértelos... Paso.

"MÁS NATURALES Y SUAVES"

Mercè, una fumadora de mediana edad, hizo el tránsito al tabaco de liar hace un par de años, en un intento “desesperado” de dejar el mal hábito. “Fumo mucho menos. Si antes consumía una cajetilla diaria, 20, ahora solo cuatro o cinco. Además, como se apagan mucho, me sirven para tres veces. Solo los lío en casa y me llevo un par al trabajo”. Aunque sabe que “todo el tabaco es dañino”, se aferra al criterio de que inhala menos química. “No me pongo tanta porquería y uso boquilla biodegradable. Los convencionales ahora los noto muy malos; los de enrollar son más naturales y suaves”.

Y es que, pese a las advertencias de los expertos, en muchos consumidores ha calado la creencia de que este tabaco es más saludable. “El industrial tiene más química, y yo empleo tabaco orgánico, sin pesticidas ni nada; el sabor me gusta más”, cuenta Xavi, de 19 años. David, de 18, lo corrobora: “Cuando abres uno convencional, ves toda la mierda que lleva y asusta. El de liar te da más buena onda, parece más natural”. Cuestión de apariencia, replica Anna, de 27, para quien ambos tabacos son nocivos, aunque el de liar “tiene mejor pinta”. Ella combina los dos tipos a la espera de subirse al tren de sus amigos. “La mayoría han dejado de fumar”.