debate sobre el 'decreto wert'

«No son los años, sino el dinero»

Los participantes en el encuentro con EL PERIÓDICO en la Facultat de Física de la UB.

Los participantes en el encuentro con EL PERIÓDICO en la Facultat de Física de la UB.

JOSEP SAURÍ

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No se trata de si en la universidad hay que hacer tres años de grado y dos de máster, como quiere el ministro José Ignacio Wert, o cuatro y uno como hasta ahora, que de todo se tiene que poder hablar. El problema de verdad es el dinero. Para los estudiantes y sus familias, ya muy exigidos por el encarecimiento de las tasas de los últimos años, y que ven como un segundo año de máster -hoy por hoy mucho más caro que el grado- puede suponerles la puntilla. Y también para la propia universidad, a cuya asfixia financiera esta reforma sigue sin dar respuesta. Profesores, alumnos y padres han coincidido ampliamente en ello en el debate sobre la reforma universitaria impulsado por EL PERIÓDICO.

«La gente puede salir bien formada con cualquiera de las dos fórmulas. La cuestión está en el coste. Cuando yo estudiaba, hace poco más de una década, un semestre nos salía por 400 euros. Ahora son 1.200, y esto para el grado. Luego tenemos el máster, a precio de máster», argumenta Joan Daniel Prades, profesor agregado del departamento de Electrónica de la Facultat de Física de la Universitat de Barcelona (UB). En torno a una mesa de esta facultad y unos cafés, profesores y alumnos comparten con este diario su visión del debate, como también han hecho en estos días otros docentes, estudiantes y padres con sus cartas. «El ministro no sabe lo que los trabajadores llegamos a hacer para poder dar una carrera a nuestros hijos», escribe Anna Marrollo, de Montcada.

El grado ¿otro bachillerato?

Que la fórmula de 3+2 no se demonice de entrada en esta mesa no significa sin embargo que no despierte resquemores, El principal, hasta qué punto la reducción a tres años puede suponer una devaluación del grado, convertido en una especie de nueva etapa de enseñanza media, «como un segundo bachillerato, papel mojado sin un máster», apunta Andrés Millán, que estudia el grado de Historia y ejerce como representante estudiantil en los órganos de gobierno de la UB. «Cuando acabas el grado, ya te están diciendo que tendrás que hacer un máster para acabar de formarte adecuadamente. Acabas pensando que si solo tienes un grado no tienes nada. Si se comprime todavía más, aún será más claro», sostiene Catalina Coll, que cursa un máster de Nanotecnología y Nanociencia. El grado de tres cursos supondría solo «la posibilidad de dejar el sistema universitario a la mitad con un título, y esto podría ser una vía de salida digna, correcta y útil en algunos casos, pero no la principal», concluye Prades.

Otro «efecto perverso» de la menor duración del grado puede ser «obligar a bajar el nivel, sobre todo en las facultades de ciencias», avisa Sònia Estradé, profesora lectora del departamento de Electrónica.

Los vaivenes

No parece que el ministro Wert sea muy popular en la Facultat de Física de la UB. Se le reprocha desconocimiento de la realidad universitaria y falta de diálogo: «Esto se aprueba sin haber consultado a quien al final acaba implicado, que somos los profesores y los estudiantes, que tendremos que tragar con una situación impuesta», afirma Antoni García-Santiago, profesor agregado del departamento de Física Fundamental. Y también la precipitación y los vaivenes: «Empezamos con los nuevos planes de estudio de 4+1 hace cinco años, apenas ha salido una promoción, aún no se ha evaluado cómo ha ido el experimento y ya lo estamos cambiando», lamenta Francesc Salvat, catedrático del departamento de Estructura y Constituyentes de la Materia. «Empezamos con el 4+1 cuando lo que habría tenido lógica en ese momento era el 3+2, que era lo que pedían tanto los estudiantes como la universidad, y ahora parece que vamos como retrasados respecto al resto de Europa. Incluso en algunos países se está empezando a abandonar en algunos casos el 3+2 en favor del 4+1. Parece que lo que pasa en Europa nos pilla siempre a contrapié», apunta Estradé. «Si lo que se busca es tener un buen sistema universitario, hay que mejorar muchas cosas; pero, sobre todo, hay que dejar trabajar al sistema (profesores, alumnos y administradores) en paz una temporada», añade Prades.

Pero el principal motivo de desencuentro es que esta reforma deja una vez más sin resolver lo que la universidad percibe como su principal problema, la financiación: «El 3+2 puede funcionar si se invierte en él. Si no, cambien lo que cambien seguiremos haciendo lo mismo. Y cada vez que se hace un gran cambio del plan de estudios, la inversión para ello es cero. Las universidades deberían estar mimadas por el Gobierno, y en cambio están ignoradas, y encima manipuladas, tratadas a patadas a base de ir cambiando el sistema cada vez que a un ministro se le enciende una lucecita de inspiración. Estamos muy cansados», sostiene Salvat.

Lista de agravios

De hecho, la reforma universitaria no afronta, a juicio de profesores y estudiantes, ni uno de los problemas a los que debería dar solución para ser digna de ese nombre: ni el estrangulamiento financiero de los centros ni el de los alumnos, pero tampoco la crisis de las políticas de profesorado (precarización, imposibilidad de incorporar talento joven), ni la descompensación de la oferta y los elevados índices de fracaso, ni el endurecimiento del acceso a las becas, ni los recortes en investigación... «De todo eso es de lo que deberíamos estar hablando, y no de si 3+2 o si 4+1», concluye Salvat. Con el asentimiento general.

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