LA SITUACIÓN DE UN COLECTIVO VULNERABLE

"Cuando la gente está en el peor momento no obtiene respuesta"

Las hijas de dos dependientes, Vanesa y Pilar, lamentan que la ayuda llegue a destiempo

Vanesa revisa la documentación sobre el grado de dependencia de su padre.

Vanesa revisa la documentación sobre el grado de dependencia de su padre. / periodico

VÍCTOR VARGAS LLAMAS / BARCELONA

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Por si resultara poca penitencia deambular por el vía crucis de un cáncer desaforado, Francisco pasó sus últimos meses con la pesadumbre de considerarse una carga añadida a la complicada rutina de su hija Vanesa. Por un tiempo tuvo la esperanza de que las ayudas a la dependencia que tramitó rebajaran el lastre de Vanesa en su día a día, pero los anhelos de Francisco se fueron marchitando al ritmo que lo hacía su resuello. Ya ha pasado un mes de su muerte aún no hay noticias de las contribuciones en las que tantas esperanzas depositó.

"Yo ni hubiera pedido la ayuda porque no me importaba cuidar de alguien que hizo tanto por mí, pero mi padre quería reducir al máximo las molestias a la familia", recuerda esta vecina de L'Hospitalet. Ella prioriza las responsabilidades filiales y los sentimientos, pero es consciente de que el apoyo hubiera aliviado las maltrechas arcas familiares: el padre cobraba 91 euros al mes de su pensión no contributiva y la situación de Vanesa no es mucho mejor, con 426 euros de la ayuda familiar para desempleados de larga duración.

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En caso de haber llegado a tiempo, también la ayuda profesional hubiera armonizado las limitaciones logísticas de Vanesa y las físicas de su madre, operada tres veces de la rodilla y con 104 kilos en un cuerpo que no alcanza los 1,60 metros. "En los últimos tiempos mi padre era totalmente dependiente, necesitaba ayuda para todo las 24 horas; estaba tan débil que a veces ni tenía fuerzas para decir mi nombre en voz alta y me hacía una llamada perdida", recuerda emocionada.

La hija se muestra "indignada" y dice haber perdido la esperanza en el sistema, "viendo cómo ha ido la cosa". "Somos un pueblo engañado. Vamos pasando la vida y nos hacen creer que hay un Estado del bienestar que nos da cobertura, pero cuando la gente está en el peor momento de su vida no obtiene la respuesta que necesita", afirma. 

INDIGNACIÓN

Esa desesperanza consumada en el caso de Vanesa es (algo más que) premonitoria en la situación que Pilar Aguilar vislumbra para su padre, Federico, afectado por una demencia vascular que se embaló hace un año y medio, limitando su autonomía hasta el extremo. "Pedimos la el grado 3 en el 2013 y no lo han concedido hasta octubre, tras la revisión del pasado junio", explica.

Las buenas noticias se acaban tras una charla con la trabajadora social, que le advierte de que la lista de espera, tanto para una plaza en la residencia del barrio de la Barceloneta como para recibir una prestación económica con la que sufragar parte de la cuidadora profesional, "oscila entre un año y miedo y dos". "La evolución de una enfermedad neurodegenerativa es impredecible, pero en la familia tenemos muy claro que mi padre no disfrutará en vida de esas ayudas", expone.

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Pilar ha echado cuentas de los gastos extra que requiere la nueva vida de Federico, de 89 años, y la calculadora arroja la cifra de 7.000 euros al año. "La cuidadora, que pagamos nosotros, los suplementos proteínicos, los aceites para que no le salgan llagas por tanto tiempo sentado, el cinturón ortopédico para que no caiga de la cama...", relata como parte de una lista interminable.

DESAMPARO

La sensación de desamparo acompaña a Federico y a sus parientes en cada detalle, incluso en entornos como el sanitario, donde cabría esperar más sensibilidad. "Muchas veces acabas en Urgencias y no hay ninguna deferencia hacia estas personas tan vulnerables, no hay unidad de geriatría, ni acompañamiento afectivo para los enfermos y sus familias; te dan un antibiótico y listos, te mandan a casa", ilustra.

Pilar expone su experiencia como cooperante en Cuba para atinar en otra respuesta del sistema: "Allí el médico, la enfermera y la trabajadora social van de ruta por las casas de dependientes; aquí van con la silla de ruedas hasta el CAP porque falta un acompañamiento más sensible y didáctico, que ahorraría gastos sanitarios". "El sistema está deshumanizado -zanja-, obsesionado con investigar para alargar la existencia de las personas y olvidando lo más importante: su calidad de vida".