Ya solo los carrozas dicen 'carroza'

El cheli lo mató Umbral cuando lo popularizó con un diccionario, pero en Barcelona había algo mejor, 'Makoki'

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Carles Cols

Carles Cols

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Con el alcalde Enrique Tierno Galván como telonero, Francisco Umbral presentó el 9 de marzo de 1983 su ‘Diccionario cheli’, un exhaustivo catálogo de la jerga entre castiza y marginal de Madrid. Fue todo un acontecimiento. Incluso solemne. Se celebró en el churrigueresco Palacio del Conde Duque. Visto con perspectiva, aquello fue en realidad un funeral. Llevar ‘gili’, ‘carroza’ o ‘bujarra’ a un diccionario con ánimo de superventas comportaba romper la magia de aquella jerigonza, porque la existencia de un argot subterráneo tiene siempre como propósito fundacional que sea indescifrable para los no iniciados. Aquel fue un flaco favor de Umbral al cheli. La prueba es que hoy solo los carrozas dicen 'carroza' y solo los 'gilis' dicen 'gili'.

Eso, por situar las fechas, fue en Madrid en 1983. En Barcelona no había un diccionario así, primorosamente encuadernado, pero había, antes incluso, algo mejor, 'Makoki', las frenopáticas andanzas del personaje que daba nombre al cómic y de su basca, gente tan chunga como el propio trazo en el que los dibujaba Miguel Gallardo. De 'Makoki' se podría hacer una exposición tan memorable como la que le dedicaron a Nazario en la Virreina (ahí queda la propuesta), pero lo que viene al caso ahora es otra cuestión, son los bocadillos de aquellas historietas, algo así como el cedazo que emplean los buscadores de oro. En aquellas viñetas ha quedado, como pepitas de ‘colorao’, la jerga de la Barcelona marginal de los 70, un tesoro del que gracias al Gallardo de hoy se puede tirar un poco del hilo.

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En aquella edad de oro del 'underground' gráfico barcelonés, él era la antitesis de la línea clara 'tintinesca', pero que como un Hergé se autoexigía un rigor máximo, y como prueba del nueve de ello una anécdota ocurrida cuando se arremangó para ilustrar la que sería su obra cumbre, 'Fuga en la Modelo'. Se presentó en el Col·legi d’Arquitectes de Catalunya y pidió los planos de la cárcel de Barcelona. ¡Y se los prestaron! Casi sobra añadir que aquella historia fue muy popular intramuros de la prisión.

Idéntico pundonor tenía su media naranja en aquella empresa, Juanito Mediavilla, el guionista y, en consecuencia, el responsable de todo aquel ‘slang’ en 'Makoki'.

MEDIAVILLA, HECHO UN HIGGINS

“Juanito iba siempre con papelitos en los que anotaba lo que oía. Para estas cosas tiene un oído total”, explica Gallardo. No es que ambos fueran por los bajos fondos de la ciudad como un Henry Higgins en ‘My Fair Lady’ en busca de floristas malhabladas. Era todo más fácil y también más bestia. Eran jóvenes y ambos tenían “un piso franco por el que pasaban todo tipo de personajes, camellos, expresidiarios…”. A Mediavilla no se le escapaba ni un detalle. Gallardo asegura que Makoki y su basca eran todos personajes reales tan solo un poco exagerados.

En los años 1979 y 1980, Fernando Lázaro Carreter, entonces letra R mayúscula de la Real Academia Española, publicó un par de análisis detallados sobre la jerga juvenil, sobre sus distorsiones semánticas y hasta sobre su característica pronunciación, con esa “fricación meridional de la ‘ch’ y el arrastramiento de la ‘s’”. Vamos, tal cual habla el Tío Emo en 'Makoki'.

Todo esto, sin embargo, no aclara cómo nace una palabra, sino solo cómo se extiende su uso.

El escritor Anthony Burguess se inventó una jerga, el ‘nadsat’, para sus protagonistas de ‘La naranja mecánica’, pero ni el hecho de que Stanley Kubrick la llevara después al cine le dio mucho recorrido a aquel argot. Que así sucediera no permite sacar la conclusión de que la literatura, el comic incluso, no puedan llegar a ser la fuente de la que brotan nuevas palabras. Shakespeare, en este sentido, es el referente indiscutible.

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'BE IN A PICKLE'

En su biografía sobre el bardo de Avon, el divertido divulgador Bill Bryson explica que Shakespeare acuñó personalmente (o como mínimo dejó registro escrito por primera vez) 2.035 palabras. Solo en 'Hamlet' hay 600 nuevas expresiones. A veces le bastaba con el simple ingenio de ponerle un contradictorio prefijo a palabras comunes (‘unmask’, ‘unlock’…) y en otras ocasiones eran expresiones completas que han sobrevivido al paso del tiempo pese a ser formalmente absurdas, como ‘be in a pickle’, el equivalente en español de meterse en un berenjenal.

Shakespeare, en cualquier caso, es un caso único, un universo paralelo. En España ese trabajo es más coral. ‘El Gran Libro de los Insultos’, de Pancracio Celdrán, un tomo descomunal, como es fácil imaginar, recopila unos 10.000 improperios y en bastantes casos fija su origen, ‘chelis’ de otros siglos. Muy oportunamente, el prefacio de esa obra corre a cargo de Antonio Fraguas 'Forges', que define el castellano como "el más extenso almacén 'corteinglésico' de insultos del planeta Tierra", y, por si Celdrán se decide a ampliar su trabajo de investigación, le propone que incluya algunos términos de su propia cosecha, como 'jilipollescente', 'cabronoide', 'tontolglande', 'banquero', 'pota voz parlamentario' y 'bocasobaco'. Tal vez deberían hacerle un hueco también a Mediavilla, padre inesperado de vocablos, como un día que se confundió y escribió ‘mechoro’ y no mechero, y la palabra cobró vida propia durante un tiempo.

Diccionario Castellano-Makoki

El cheli, en realidad, era empalagoso en los 80 y ridículo en el 2016. Margarita de Hoyos González, en un análisis realizado para el Instituto Cervantes, brindaba este perfecto ejemplo: “El guaperas que viste abrigo postura, zapatos guay, y pañuelo west mitin, el pelo engominado, bien afeitado y patillas altas. Se introduce en el pub, pide un combinado postura máxima bien cargado de Bacardí, demasié para su body, que le mola mil y que alucine mal. Se encuentra con los troncos y comentan coger los carros, que les pide rally y buscar unas buenas gachís que estén postura”.

El argot de Makoki era (cuestión de gustos) menos pretencioso y más eficaz. El peluco era el reloj. El colorao, el oro. Un chabolo era una celda de la Modelo. Y allí, cuidado con los kies, los presos más malos del penal. A Miguel Gallardo, en una firma de ejemplares, se le acecó un fan y expresidiario y le enseño el tatuaje del interior de su labio: “kies”.

Un retaco era una escopeta recortada. El trocolo era el porro. El tío Emo pillaba perreques, es decir, berrinches. Las ruedas (anfetaminas) son muy malas para crocanti (el cerebro).

La pulguera es la cama. Nadie la llama así, efectivamente, pero algunas expresiones de Makoki y su pandilla sí que han perdurado, como un siroco (más o menos un arrechucho) y un bul (culo). Y luego estaban las expresiones, algunas impublicables, pero otras, aptas y memorables: “Es más feo que un muerto con mocos” y “cada día que amanece, el número de tontos crece”.