Gente corriente

Soledad Aznar: «Tapas un nombre, pero no borras la historia»

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CARME ESCALES

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Bragado es una ciudad argentina de unos 30.000 habitantes, al noroeste de la provincia de Buenos Aires,«una ciudad con alma de pueblo»,dice Soledad Aznar Rodríguez. Ella nació allí, hace 47 años. Cuando tenía 15, para ganar el dinero que necesitaba para entrar en la Escuela de Bellas Artes de Buenos Aires, trabajaba en una tienda de material agrícola y ganadero para granjeros. Una tarde, aprovechando que no había ningún pedido para entregar, se acomodó en la trastienda, cogió una aguja, le quemó la punta con un mechero y, untándola en un bote de tinta china, fue dibujándose con ella una serpiente en su antebrazo, intacta aún hoy.

Dibuja y pinta desde los cinco años. Empezó sobre papel y hace diez años que se gana la vida haciéndolo sobre la piel.

-¿Iba alguien tatuado a su alrededor? No. No sé dónde lo debí haber visto, ni recuerdo dónde aprendí cómo hacerlo, entonces la información no corría como ahora. Imagino que lo descubriría en mis ídolos musicales: Bowie, Zeppelin, Prince o Joplin.

-¿Por qué eligió una serpiente ? Porque me encantan, y me dan pánico a la vez, pero me gusta su estética, su manera de moverse, tan silenciosas y rápidas. De todos modos, en aquel primer tatuaje decidía más mi actitud rebelde que yo misma. Igual que cuando me rapé la cabeza a los 17, o cuando, más tarde, llevé rastas. Sentía la libertad.

-¿Y sus padres cómo sentían su libertad? Lo del tatuaje se lo escondí durante años. Hasta que fui mayor de edad lo oculté, debajo de una gran pulsera, o de la manga de los jerséis, para no levantar conflictos. Ahora están orgullosos de mis tatuajes, tienen el aliciente de que me gano la vida con ellos, pero llegar hasta aquí fue un trabajo. Mis padres son del año 40 y de un pueblo. En Buenos Aires las influencias eran otras.

-¿Cómo se formó para vivir tatuando? Cuando llegué a Madrid, en el 92, harta de la idiosincrasia cultural y sociopolítica argentinas, y con la necesidad de salir a vivir mundo, coincidí en un bar con un chico que, con el motorcito de los walkman, fabricaba máquinas de tatuar caseras. Me regaló una y empecé a tatuar a colegas. Y enseguida sentí ganas de aprender bien. En el 2001, ya en Barcelona, fui de las primeras en hacer el curso higiénico-sanitario para aplicadores de tatuajes y anilladores.

-Sole y su pareja, Sara, regentan su estudio de tatuaje (www.stademonia.com) junto al mercado de Santa Caterina. Este año, el negocio cumple diez años. Su paisano Messi es una de las mejores propagandas de su oficio. ¿Qué motivos les piden más? Vegetales y animales, muchísimo, pero también clásicos como anclas, rosas o el corazón. Ahora se lleva el dot work, puntito a puntito. Así hacemos muchas mandalas.

-¿Hacerse un tatuaje cuánto cuesta? A partir de unos 70 euros.

-¿Y cuáles son las zonas del cuerpo más habitualmente elegidas para el tatuaje? El top ten es el antebrazo, luego el resto del brazo, las piernas y la espalda. Y de las zonas ocultas o más íntimas, gana la ingle, luego cadera, coxis, los tobillos y los pies.

-Y usted, ¿qué tanto por ciento del cuerpo lleva tatuado? -cuero cabelludo incluido-. Debo llevar el 30%. Tengo piel para rato.

-¿Tatuarse cuánto duele? Es comparable al tirón de la depilación con cera. El primer tirón quema, sientes un escozor bastante fuerte, como un raspado, luego el cuerpo se acostumbra. El tatuaje es un trabajo en equipo, yo necesito que el cliente lleve su mente a otra parte.

-¿Ha tenido que borrar muchos nombres de exparejas o examantes? He borrado algunos, sí, o los he tapado con otros motivos. Aunque pienso que las historias no se borran, forman parte de ti. Tapas un nombre, pero no borras la historia. Y si alguien te quiere de verdad, te quiere con tu pasado.