Centenario de una institución educativa

Un siglo de FP

Jaume Poch y Joan Francesc Gras, exalumnos de La Escola del Treball, ayer en la Escola del Treball.

Jaume Poch y Joan Francesc Gras, exalumnos de La Escola del Treball, ayer en la Escola del Treball.

CRISTINA SAVALL / Barcelona

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El 29 de mayo de 1914,  Enric Prat de la Riba, presidente de la Mancomunitat fundada un mes antes, inauguraba en Barcelona la Escola Elemental del Treball. Era un centro innovador destinado a formar obreros cualificados, imprescindibles para que la pujante industria catalana de la época aumentara su productividad y compitiera en el mercado europeo. Un mercado que aquel mismo año iba a verse inmerso en la primera guerra mundial, cuyo estallido iba a multiplicar la actividad del principal polo industrial español merced a su condición neutral.

Hoy, un siglo después, la Escola del Treball es un referente en la formación de 11 ramas profesionales, algunas tan tradicionales como la carpintería. Pero las más solicitadas, como la informática y las energías renovables, ni siquiera se imaginaban en la época en que nació.

Al acto inaugural de 1914 asistió el arquitecto Josep Puig i Cadafalch, también de la Lliga Regionalista, uno de cuyos objetivos era impulsar la renovación pedagógica. La Mancomunitat se volcó en este nuevo centro que tenía sus raíces en la Escuela Libre Provincial de Artes y Oficios, fundada en 1873. Allí ya se impartían clases de confección, tintorería, máquinas de vapor, construcción, electricidad y desde 1907 de mecánica del automóvil.

Método intuitivo

El auge de la industria propició que Puig i Cadafalch, entonces presidente de la comisión de Instrucción Pública de la Diputación de Barcelona, se propusiera transformar y hacer crecer la escuela. La Mancomunitat aplicó las nuevas corrientes de pedagogía a los profesores, muchos procedentes de la universidad. "Tenían que huir del verbalismo e implantar un método intuitivo y experimental", resume Carmelo Gómez, actual director de la Escola de Treball, que conmemorará su centenario con conferencias, talleres, visitas a empresas, exposiciones y actividades deportivas.

Durante su siglo de historia, 180.000 alumnos han cursado estudios en este instituto de formación profesional ubicado dentro del recinto modernista de la Escola Industrial, que ocupa cuatro manzanas entre Urgell, Viladomat, Rosselló y París. "Actualmente tenemos una oferta educativa que incluye bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales y de Ciencias y Tecnología,  y ciclos formativos de grado medio y superior", explica Gómez.

En el primer curso (1914-15) se matricularon 249 alumnos que podían optar por formarse como cerrajeros, fundidores, electricistas, operarios textiles, operarios de la química, carpinteros, albañiles, caldereros y chapistas. Para matricularse era imprescindible haber cumplido los 14 años, saber leer y escribir, conocer las reglas de la aritmética y entregar un certificado de obrero de oficio. Y aceptar que las clases se impartían en catalán, lo cual fue prohibido en 1939 cuando las tropas de Franco entraron en Barcelona.

De cómo era la escuela durante los últimos años del franquismo se acuerda Jaume Poch, exalumno de automoción, de 56 años, que después fue profesor. "Ese precioso vestíbulo en el que luce la estatua de 'El Forjador', de Josep Llimona, estaba cubierto de serigrafías: 'Arriba España. Viva Franco'. Teníamos algún profesor militar. Y los directivos de la escuela eran nombrados por méritos que no tenían que ver con su profesionalidad», asegura Poch, que actualmente imparte clases en el instituto de Mare de Déu de la Mercè.

Centro de referencia

"Nuestra escuela siempre ha sido un centro de referencia dentro de la formación profesional. Contamos con 1.200 ordenadores y 30 aulas con fibra óptica", señala Gómez. Este curso hay 3.200 alumnos. En algunas asignaturas apenas hay mujeres. "Son especialidades socialmente aún estereotipadas. Muchas mujeres estudian administración y muchos hombres, mecánica. Hoy, el esfuerzo lo hace la máquina, no la persona, por lo que cualquier oficio lo puede hacer una mujer", informa el director desde un despacho anclado en el tiempo con sus nobles maderas, las vitrinas iluminadas con cerámicas de los alumnos, libros de anticuario y marcos dorados que han cobijado retratos de los líderes políticos de cada época.

El vestíbulo y la sala de actos de la Escola de Treball y la sala noble del edificio del Rellotge son obra de Joan Rubió, también militante de la Lliga. Rubió fue discípulo de Gaudí, con quien trabajó hasta 1905, colaborando en las obras de la Sagrada Família. "En el recinto de la Escola Industrial también se encargó de los planos de la capilla de la residencia Ramon Llull", agrega el director.

A esa residencia fue a parar Joan Francesc Gras cuando a sus 16 años dejó las Terres de l'Ebre. "Había mucha disciplina en la escuela. A finales de los 70, la formación profesional estaba muy castigada. Ahora hay muchos más medios", considera este electricista que ha terminado licenciándose en Comunicación Audiovisual. "Ahora estoy escribiendo mi tesis doctoral", desvela Gras con orgullo, a sus 51 años. Hoy el 45% de los alumnos proceden del extrarradio, y un amplio porcentaje de otras ciudades.