Gente corriente

Sianna Gori: "Ahora empleo la picardía para ganarme a los yayos"

Trabaja cuidando ancianos, pero en los 80 fue la primera vedete negra del hoy agónico Teatre Arnau

«Ahora empleo la picardía para ganarme a los yayos»_MEDIA_1

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NÚRIA NAVARRO

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Carmela Eladia Ebitcha Gori, discreta y vivaz asistente sociosanitaria, le pide a Ada Colau que devuelva la revista al Teatre Arnau. ¿Que por qué reclama eso? Porque está convencida de que las plumas de marabú alegrarían a los yayos tristones. Y porque a mediados de los 80 fue Sianna Gori, la primera vedete negra del teatro del Paral·lel. Su asombrosa doble vida da para un serial.

-A los 5 años perdí a mis padres, cultivadores de cacao en la Guinea española. Yo era la menor de cinco hermanos y mi tío, Enrique Gori, un notable político que estuvo en la cocina de la independencia, se volcó en mi educación. Me dio buenos consejos y, en 1969, cuando el país se enrareció, me mandó a estudiar interna en las carmelitas de Barcelona.

-Una niña bien, sin duda. Una niña con educación, ante todo. Pero al romper las relaciones con España se acabó la beca. Volver a Guinea era inviable porque estaban matando a todo el mundo. Y en 1972, Francisco Macías asesinó a mi tío y a otros políticos que le podían hacer sombra.

-¿Qué fue de usted? Empecé a cuidar niños y enfermos en verano. Y me mudé a Madrid, donde vivía una paisana. Trabajé de secretaria, vendí libros y, por comprarme unas botas que no me podía permitir, me puse a bailar en una discoteca. Así empecé en el mundo del espectáculo. Así conocí la noche.

-En plena erupción de la Transición. Y del destape. Me propusieron trabajar en obras de café teatro de Alfonso Paso, donde mi gran vestuario era una toalla. Hasta que, en el rodaje de un anuncio, conocí a Sara Montiel. ¡Maravillosa! Me contrató para la gira de Saritísima y me dijo: «Si quieres estar en el espectáculo, hazlo bien y estudia». Gracias a ella, conseguí el papel protagonista del musical África, el amor ardiente de los negros, que recaló en el Victòria. Secundé a José Antonio Plaza y Mayra Gómez Kemp en el 625 líneas. Trabajé con Esteso...

-No todo era fulgurante, imagino. En aquella época los tíos creían que podían disparar a todo lo que se movía. Te llamaban para castings cuando en realidad querían hacerte fotos en bolas y «rodar la película» en Puerta de Hierro. Era un desmadre total. De alguna casa me escabullí por la ventana, y no era una mojigata. Rodé películas S como Jóvenes amiguitas buscan placerNo me toques el pito que me irrito, En busca del polvo perdido. Sin quitarme nunca el tanga, ¿eh?

-Qué angustia huir de los babosos, ¿no? Por eso acepté la oferta de El Molino. Una gran escuela. La primera capa que lucí me la regaló Sara, que la había utilizado en El último cuplé. Viví un tiempo de esplendor. Luego se incorporó otra vedete negra, y me ofrecieron dar el salto al Arnau. Dos años después emprendí una carrera en solitario.

-¿No le fue bien? Sí, pero mi mundo del espectáculo no coincidía con los tiempos. Empecé a oír entre el público: «¡Enseña una teta y deja de cantar!». Venía una ola de alterne y yo, que en el pasado había hecho puñetero caso de las pelas que me ofrecían ciertos caballeros, no iba a consentir ser tratada como carne. Algunas paisanas mías se quedaron por el camino... El mundo del espectáculo me dio mucho, pero también me quitó. La negra era divina, pero solo para lucirla.

-Salió de la farándula sin lesiones graves. En el 2006 llamé a la puerta de Barcelona Activa. Comiéndome mis ahorrillos, estudié durante dos años y saqué los títulos de sociosanitaria en residencias y en atención domiciliaria. Actualmente me ocupo del bienestar de siete ancianos.

-De las plumas a la bata. ¡Vaya cambiazo! No crea. En ambos trabajos se requieren dotes de observación y mucha psicología. La picardía que empleaba para subir a un hombre al escenario hoy me sirve para ganarme a los yayos.