La salvación del Ebro aconseja rescatar concesiones de agua

Durante la sequía del 2008, se planteó como solución de emergencia. De hecho, llegaron a celebrarse reuniones --oficiales y oficiosas-- para ver cómo podía ponerse en práctica. La compra de derechos de agua o de concesiones en el río Ebro apareció como una de las posibles soluciones para conseguir nuevos recursos y combatir con ellos la escasez. Al final, no hizo falta. Las lluvias de aquella primavera diluyeron el fantasma de la carestía y la medida quedó aplazada para mejor momento. Un momento que, según opinan ahora hidrólogos, ingenieros y otros expertos, podría haber llegado. La adquisición, por parte de las administraciones públicas, de derechos de agua es una buena fórmula, dicen, para que el Ebro vuelva a tener unos caudales aceptables.

La propuesta de rescatar concesiones no es nueva. Otros países del arco mediterráneo y regiones como California --que, pese a la distancia, tiene una climatología similar a la catalana-- la aplican desde hace años con un doble beneficio. El primero: les permite crear un banco de agua que se nutre de concesiones históricas --normalmente asignadas a zonas de riego-- que no se usaban. El segundo, y tan importante como el primero, es que la venta de derechos hídricos acaba desembocando en un cambio progresivo de cultivos y, por lo tanto, en un ahorro de agua.

En el caso del Ebro, la decisión tendrá que tomarse con rapidez. El eje fluvial, de casi 900 kilómetros, tiene comprometidos en forma de concesiones 6.900 hectómetros cúbicos de agua anuales, solo para cubrir las necesidades de agua potable y usos agrícolas y ganaderos. A ellos, hay que añadir los derechos de agua de las centrales hidroeléctricas, las piscifactorias, las estaciones de esquí, los cámpings, los establecimientos termales...

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