Gente corriente

Rosa Maria Sánchez: «Hospedar a viajeros ha sido mi tabla de salvación»

En año y medio se quedó viuda y en paro. La necesidad, y un azar muy gatuno, la llevaron a alquilar habitaciones.

«Hospedar a viajeros ha sido mi tabla de salvación»_MEDIA_1

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NÚRIA NAVARRO

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La patronal hotelera no la mira con buenos ojos, fijo. Pero la encantadora y locuaz Rosa Maria Sánchez (Barcelona, 1953) defiende su iniciativa de alojar a visitantes en su luminoso sexto piso del barrio de Fort Pienc. Tiene sus buenas razones, que ha explicado incluso a Ada Colau.

Hace 9 años mi marido murió de cáncer. Solo tenía 55 años. Durante su enfermedad apenas dormí. Necesité antidepresivos.

Es comprensible. Volví a las oficinas de papeles Guarro, donde trabajaba desde hacía 40 años, y al cabo de un año y pico, un viernes negro, fui una de las 60 personas del departamento que recibió el finiquito.

Doble mazazo. Y se añadió un reventón de las tuberías del cuarto de baño y la rotura de una persiana. Supe también que no podía tocar un solo euro de mi plan de jubilación. Tenía y tengo una hipoteca de 527 euros al mes y solo entraban los 681 euros de la pensión de viudedad.

Le quedaban 154 euros para pasar el mes. Ya me dirá... Fui a la tintorería del barrio para ver si me querían como planchadora. A los supermercados, de cajera o reponedora. Pero a los 56, ¿quién te va a querer? Estaba desesperada.

Decidió alquilar habitaciones. Todo empezó por una gata.

¿Una gata? Laia. Me la encontré en mi balcón, mirando a Lolo, mi gato. Había saltado del piso vecino, ocupado por estudiantes italianos. Trabé relación con Priscilla, la dueña de Laia, y un día, tomando un café, le dije: «Estoy condenada a alimentar las estadísticas de desahucios». Ella respondió: «Tienes cuatro habitaciones, ¿por que no alquilas alguna?». Me ayudó a crear mi perfil en Airbnb en el 2012.

¿Funcionó? Al cabo de pocos días se instalaron Rafa, un enfermero de Madrid que venía a participar en un concurso de televisión, y su chica. Desde entonces han pasado cerca de un centenar de viajeros de todo el mundo.

Si no es indiscreción, ¿qué cobra? Unos 30 euros por noche.

¿Y no le da apuro meter a extraños en casa?Las primeras veces. Pero nunca he tenido problemas. Casi todos se marchan diciendo que se han sentido «como en casa». Algunos hasta se van llorando a moco tendido.

¿Algún huésped raro? Un sueco que había estudiado en Uruguay. Vino cargado de ordenadores y se quedó los seis días sentado en el sofá. No había manera de que saliera. Hasta le tuve que acompañar a plaza de Catalunya para indicarle el bus al aeropuerto.

Así, queda justificado el título de 'mejor anfitriona del 2014'Yo solo les procuro una estancia agradable. Hay anfitriones con más mérito que yo, ¿eh? Una señora asturiana alojó a una pareja de Australia y su bebé de ocho meses. Haciendo senderismo, cayeron por un barranco y ella se hizo cargo del bebé durante la hospitalización de la madre.

¿No se arrepiente ni pizca de este lío? ¡Hospedar a viajeros ha sido mi tabla de salvación! De no ser por esto, estaría debajo de un puente.

Sabe usted que muchos les ven como competencia desleal. Estamos en un limbo legal. Pero le aseguro que el 90% de los 5.000 que alquilamos habitaciones en nuestros hogares lo hacemos por necesidad. No somos profesionales. Pagamos el IRPF. Se lo hemos explicado a Felip Puig y a Ada Colau. No sé lo que va a pasar... pero me angustia.