Gente corriente

Roberto Estéfano: «En su último aliento, dejan su impronta en mi mural»

Este ingeniero argentino dibuja un gran mural en el Institut Català d'Oncologia. Punto a punto y sin cobrar un euro.

«En su último aliento, dejan su impronta en mi mural»_MEDIA_1

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NÚRIA NAVARRO

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Este es un cuento de Navidad anticipado. Y lo protagoniza el ingeniero Roberto Estéfano (Tucumán, Argentina, 1959). Desde hace un año, cada día sin falta, al acabar sus obligaciones como gerente de una empresa de lubricantes, llega al Institut Català d'Oncologia. Coge su grafito del número 0,5 y trabaja, con la entrega de Miguel Ángel en la Sixtina, en un mural gigante del hall del hospital. Los enfermos, familiares y sanitarios pasan por allí y lo llenan de palabras. Lo hace porque sí, sin cobrar ni los materiales.

-¿Qué explica este mural suyo?

-El camino de la vida. Comienza el maratón y, en el transcurso, algunos caen, otros tienen dificultad y muchos llegan a la meta, representada por este caballo, el símbolo del guerrero.

-Está hecho a base de puntitos. Una locura.

-Aplico las técnicas de ingeniería. Pero interpreto los sonidos del 0,5 a través de lo que me dice el corazón. La presión que ejerzo sobre la punta, que es muy sensible, es la que da la densidad del color. Y fíjese, la sudadera de este chico está rellena de la palabra «lucha»; el pantalón de esta otra figura, de «esperanza», y la Sagrada Familia [no se ve en la foto] contiene las frases que los enfermos y los sanitarios han querido escribir dentro de ella.

-¿Ha tenido algún familiar con cáncer?

-No. Es mi forma de devolver parte de lo que Catalunya me ha dado. Hace 16 años llegué con mi mujer, mis hijas y un contrato como director de las minas de Iberpotash. Este país nos ha acogido y nos ha permitido crecer.

-Entonces, ¿por qué eligió el Oncológico?

-Al pasar por delante del edificio de camino a Viladecans, donde trabajo actualmente, siempre me llamó la atención su arquitectura fea. Pregunté qué era, me explicaron y el edificio se me volvió tierno. A través del ayuntamiento de Viladecans, contacté con el director del Oncológico y me cedió esta hermosa pared.

-Este no es un lugar de muchas alegrías.

-Aquí el hilo entre la vida y la muerte está danzando, y lo palpas. Pero el mural me ha regalado experiencias absolutamente gratificantes. Hay gente que en su último aliento viene y quiere dejar su impronta.

-Un día viene alguien a escribir, y al siguiente puede que ya no...

-Eso me afecta profundamente. Pero no porque me haga pensar en mi propia muerte. Yo no la temo. Somos parte del big bang. Solo el amor es el camino que conduce a la comprensión de una persona, al encuentro de la verdad. La ecuación es definitiva: amor o nada.

-¿Por eso lo hace gratis?

-Me pagan con el honor de dejarme entrar aquí y expresarme. Este es el mural más grande de los 15 que he realizado. He recibido encargos de China, Israel, Australia, Alemania... Y todo a partir de unas cartas ilustradas que enviaba a mis amigos por Navidad. Ellos hicieron de red.

-Un completo renacentista.

-[Ríe] Soy inventor, escritor, tengo un proyecto sobre biomasa presentado a la UE. Pero lo del dibujo viene de lejos. A los 5 años, mientras mis amigos jugaban al fútbol en el patio trasero de casa de mi abuelo francés, yo me ponía a dibujar en la tierra. «Goya, dejá de dibujar», me decían.

-¿La creatividad le viene de familia?

-En mi familia había de todo. Nasif Estéfano, familiar de mi padre, fue el primer piloto de F1 que ganó carreras en Europa después de Fangio; mi propio padre era un gran dibujante; mi abuela catalana fue una eximia pianista que ponía música en las películas mudas en Buenos Aires...

-¡Abuela catalana! Su agradecimiento tiene viejas raíces, entonces.

-¿Sabe lo más curioso? La primera vez que use la técnica de este mural fue sobre la pared de una casa en Tucumán, en 1987, y dibujé un Sant Jordi y el dragón. ¿Quién me iba a decir que estaría hoy aquí?