Puerta abierta a una nueva vida

La Associació Rauxa, dedicada al tratamiento del alcoholismo, el tabaco y otras drogas en personas que viven en la calle, celebra su 25º aniversario. En todo este tiempo han atendido a casi 1.500 personas

ATENCIÓN. La furgoneta de Rauxa, estacionada en los Jardinets de Gràcia.

ATENCIÓN. La furgoneta de Rauxa, estacionada en los Jardinets de Gràcia.

MÒNICA TUDELA

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Pese a las apariencias, no todas las furgonetas blancas son iguales. Hay una que, por dentro, es como un hogar, un primer lugar donde cobijarse para empezar de nuevo. Esa furgona, aparcada discretamente en los alrededores dels Jardinets de Gràcia, es de la Associació Rauxa. Cada noche, un par de voluntarios recorren Barcelona para contar a la gente que es adicta al alcohol y está en la calle que, si quieren, tienen un lugar para dormir. Ramón Aguayo, uno de esos voluntarios, durmió un mes en la furgoneta y ahora está rehabilitado. «Yo estuve tres días en la calle y, cuando me ofrecieron la furgoneta, me dije a mí mismo: 'estoy salvado'», explica. «Este vehículo es la puerta de entrada a una nueva vida», dice Josep Guerrero, rehabilitado desde hace cuatro años. «Y si la gente a la que vas a ofrecerle que duerma en ella tiene ganas de salir del infierno porque ha tocado fondo, este tipo de ayuda funciona», añade. «Lo único que les exigimos es que dentro de la furgoneta no se puede fumar ni beber. Esa norma hay que respetarla», dice Aguayo. Ambos hablan con agradecimiento de Rauxa, que les ha permitido, dicen, «salir del infierno».

La Associació Rauxa es una oenegé declarada de utilidad pública que acaba de cumplir 25 años y trata la dependencia del alcohol y otras adicciones para alcohólicos sin hogar. Al frente está la doctora María Luisa Marín. «El alcohol es una enfermedad devastadora a nivel biológico, psícológico y social. Es la sustancia que más daño acarrea», comenta la doctora Marín. «En nuestra asociación es clave la participación de los propios enfermos en la recuperación. Los alcohólicos rehabilitados actúan como catalizadores del cambio, mostrando de forma fehaciente que se puede alcanzar una vida digna con abstinencia total», añade.

En Rauxa trabajan 18 personas, siete de ellas rehabilitadas, y 41 voluntarios. En todo el tiempo que lleva funcionando ha atendido a 1.455 personas, unas 1.200 contactadas a través del trabajo de calle y que han estado en la furgoneta. Desde la asociación remarcan que la sociedad es consumidora y que «el alcohol es una droga legal. Por eso a un alcohólico se le llama a veces vicioso», explica Pilar Masvidal, trabajadora social de la entidad desde hace 19 años.

El trabajo de ayuda que llevan a cabo en la asociación se desarrolla en cinco fases que duran dos años y medio. La primera es la de captar a la gente en la calle a través de la furgoneta utilizando «la sabiduría callejera de los rehabilitados». «Son monitores que han hecho un máster», dice con una sonrisa. «Allí es cuando tratamos de convencerles para iniciar la rehabilitación».

La segunda fase es la entrada en una comunidad terapéutica. Se trata de una casa organizada en la que los alcohólicos se tienen que organizar por sí mismos. Tienen que barrer, fregar, tenerlo todo en orden. Ahí se hacen terapias individuales y de grupo para tratar temas como las adicciones al tabaco, el alcohol, la cocaína o abordar los problemas de convivencia con la familia. También se ofrece a quienes siguen el tratamiento actividades como natación, yoga o la posibilidad de realizar ciclos de grado medio o superior. «Esta es una fase en la que hacen un parón porque han decidido que quieren cambiar el estilo de vida que llevaban. Es para ellos el momento de dejar correr problemas que tenían y de soltar lastre», explica Masvidal, que repite un detalle: «El alcohólico siempre será alcohólico. Se rehabilita pero no tiene cura. Pero hay estrategias de recaída», añade.

Desde la asociación señalan que no todo el mundo que tiene problemas de adicción al alcohol es de clase social baja. «Aquí ha venido gente con niveles sociales y culturales altísimos. La adicción no sabe de niveles sociales o económicos», añade la asistente social. En un momento de la entrevista con ella, entra un señor en la sala. Es José Manuel Pedregosa, uno de los alcohólicos en tratamiento. «Entré aquí el 11 de abril del 2002. Hace ya casi 13 años y estoy contento. Tenía que haber entrado antes», dice cuando le comentan que se va a escribir un reportaje sobre la sociación en este diario.

En una tercera fase, las personas en tratamiento conviven en grupos de tres, y a diario son supervisados por trabajadores. Se observa que tengan buena relación con los vecinos y que se sepan organizar. Actualmente hay cinco pisos en toda Barcelona destinados a este fin. «Creemos que una persona puede entrar en uno de estos pisos cuando toma consciencia de lo que tiene, lo admite y puede aplicar las estrategias de prevención de recaída. Que lo vea en él o en un compañero», explica Masvidal.

REINSERCIÓN

 La cuarta fase es la de la reinserción laboral. «Intentamos que la gente aprenda a estar en situación de estrés y que pueda resolverlo sin recurrir al alcohol y a las drogas. Que su capacidad volitiva vuelva a funcionar. Muchas veces, esta capacidad está anulada. Un adicto no es libre». La última fase de todo el proceso es el alta.

En Rauxa trabaja gente con perfiles distintos, pero todos están de acuerdo en el poder de la persona. «El encuentro con otro ser humano es transformador y potencialmente sanador», explica la doctora Marín. «Dejar las drogas es muy duro, pero cuando alguien te dice 'ayúdame', eso es muy bonito», dice Ramón Aguayo, voluntario de Rauxa. Tras hablar con este diario, cierra las puertas de la furgoneta y se dispone a dar vueltas por la ciudad. Quizá esta noche pueda ayudar a alguien.