CREER O NO CREER

¿A quién sirve la Iglesia?

6. EL GOBIERNO DE LA IGLESIA. ¿Tiene sentido que la institución católica siga gobernándose hoy de espaldas al sistema democrático? Este artículo cierra una serie de seis en la que profesionales e intelectuales han reflexionado y debatido sobre la vigencia del catolicismo en la sociedad racional.

EMMA RIVEROLA

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A las 11 de la mañana la vida bulle en el barrio del Raval. Enric Canet, escolapio, biólogo y directivo del Casal del Raval, me recibe en la puerta de un piso repleto de gente que viene y va. Ruega dos segundos de espera mientras pregunta si hay alguna sala libre. Tenemos suerte.

Por la tarde, en el Eixample, la impresionante iglesia de la Mare de Déu del Angels está en penumbra. En una capilla lateral, una quincena de personas escuchan al rector, Rafael Méndez. Acaba la misa y unos minutos después, Méndez, ataviado ya con camisa y jersey, nos recibe en un despacho contiguo a la sacristía. Al advertir la presencia del fotógrafo, se retira para cambiarse. Reaparece al instante con las ropas negras y el alzacuellos de clérigo. Cuando el fotógrafo termina, el sacerdote se desabotona el cuello y se arremanga. Un gesto premonitorio de la intensidad que cobrará la conversación que mantendremos. En las charlas con Méndez y Canet, la pasión y la convicción brotarán a raudales.

Canet empieza mostrando sus cartas:«El gobierno de la Iglesia debería trabajar por los más desfavorecidos. Pero está demasiado preocupado mirándose el ombligo. Es un mundo endogámico. Cerrado».Y cita el título del libro de Jacques Gaillot:La Iglesia que no sirve, no sirve para nada.Méndez toma posiciones y afirma que a menudo la crítica parte del prejuicio:«¿Qué quiere decir estar cerca de la calle? ¿Bendecir la permisividad? La Iglesia dice lo que tiene que decir, quien no se vea capaz de seguir el camino, que no siga. Hay que dialogar con la sociedad, pero de forma juiciosa, profunda. Esta es la manera de ayudar al progreso real».

Esto no es una democracia

La crítica de Canet al sistema de gobierno de la Iglesia es demoledora:«No hay democracia. Se discrimina a la mujer en el acceso al poder y no hay libertad de expresión. Se ha perdido el tiempo de la utopía y nos hemos enterrado en normas y más normas, en interpretaciones perversas de algunos fragmentos del evangelio».

Canet persuade con su mirada magnética. Méndez, con su ímpetu.«La Iglesia no es una democracia -dice este último-. No se le pueden aplicar los esquemas políticos. Pero busca el consenso. Detrás del nombramiento de cada obispo hay muchas consultas, muchos informes y muchas opiniones sobre las aptitudes de esa persona. No se gobierna a golpe de sable».

Canet ha puesto sobre la mesa los temas más espinosos: la discriminación de la mujer y el silencio de los teólogos. Méndez sitúa el veto del sacerdocio a la mujer en la tradición apostólica. Pero admite que le faltan elementos de estudio para decidir sobre el tema. En esta apreciación parece emerger el profesor de economía que se impone rigor a sí mismo. En cambio, se extenderá sobre las advertencias a los teólogos:«Para la Iglesia son muy importantes las aportaciones de los teólogos, pero estas han de beneficiar a todos. Hay que medir las turbulencias que pueden provocar. Hay temas que no deben abordarse en según qué momento. Somos una comunidad de 1.200.000 personas y hay que tener en cuenta su realidad y su pluralidad. Hay que pensar muy bien los mensajes antes de generalizarlos».

El uso del poder

¿Una Iglesia que observa desde las alturas o que dialoga de tú a tú? ¿Es realista plantearse la renovación de una institución que apenas ha evolucionado desde su creación? Canet augura:«Creo que la Iglesia católica pronto sufrirá una crisis muy fuerte por falta de vocaciones».¿Muy pronto?, inquiero tratando de situar esa locución adverbial de tiempo en 2.000 años de historia.«Dentro de unos diez años-responde sin vacilación-. Y entonces habrá una renovación. El día en que se invite a ser sacerdote a quien quiera serlo, independientemente de si es hombre o mujer, casado o soltero, ese día habrá vocaciones de nuevo. Hay que separar Estado e Iglesia. Sacar a la Curia del Vaticano. Diluirnos en el mundo y trabajar codo con codo con cualquier persona. El ejemplo está en la visita del Papa. No estoy en contra de ella, pero sí del modo en que se plantea. El Papa debería ser un impulsor de la justicia. La Iglesia tiene demasiado poder».

«Sí, la Iglesia tiene poder».Méndez se revuelve en su silla y garabatea en un folio para subrayar sus palabras. «El de las piedras y el de las personas, el de la gente que cree en ella. Esta es su fuerza y aquí radica su independencia. La Iglesia actúa más por convicción que por poder. Así se han hecho las catedrales, con el dinero que la gente ha dado y con las oraciones de gentes sencillas y no tan sencillas, que superan la estructura porque se la creen».

Pérdida de vocaciones

Una Iglesia sustentada en la dureza de las piedras y en la calidez de las creencias, pero con una creciente pérdida de vocaciones. ¿Cómo afrontar el futuro? Méndez empieza: «La doctrina católica deber tener en cuenta la fidelidad a los que nos han precedido y a los que tenemos al lado. Hay que ir avanzando, pero con prudencia. Y siempre con Jesucristo como referencia».Y termina Canet: «Mucha gente se ha sentido expulsada de la Iglesia. De esta Iglesia. Pero yo creo en el espíritu, en Jesús como una razón de futuro y de esperanza para los perdedores de la Historia. Debemos encontrar un camino común entre todos aquellos que luchan por unos valores desde la transcendencia, pero que se sienten en la frontera de una estructura que no comparten. Y esa vía debemos compartirla con personas de otras confesiones».