CRISIS Y NUEVAS FORMAS DE CONVIVENCIA
Alquiler en especie
Durante décadas, el piso compartido ha sido sinónimo casi exclusivo de fauna estudiantil. Un hábitat dominado por tardoadolescentes que se afianzó como la mejor alternativa para aliviar el bolsillo de los padres cuyos hijos marchaban a estudiar lejos de casa. Pero en los últimos años, la crisis y la nueva realidad socioeconómica han alterado drásticamente el perfil de los inquilinos que comparten alquiler y gastos bajo un mismo techo. Las juergas universitarias y las tentaciones de una vida disoluta han dado paso a nuevos hogares compartidos, ocupados ahora por personas adultas. Incluso muy adultas.
Un recurso de emergencia en cada vez más casos al que recurren aquellos que no pueden abonar un alquiler y buscan alternativas para poder establecerse. Así lo certifican los registros de los portales inmobiliarios, que constatan que los apuros económicos ya superan a los desplazamientos estudiantiles lejos del hogar paterno como motivo para compartir vivienda.
El 35% de los catalanes recurre a esta fórmula al no poder permitirse alquilar una vivienda, casi el doble del 18% que lo hace por estar realizando una formación académica, según una encuesta de Fotocasa entre más de 10.000 de sus usuarios. La voluntad de emanciparse cosecha otro 18%, por un 15% para otras dos opciones: un cambio laboral y una separación o divorcio.
PRECARIEDAD
Pero en ocasiones, hay personas cuya situación económica es tan precaria que no pueden permitirse siquiera la cuota de un piso compartido, por más que represente en torno a la mitad de lo que cuesta un alquiler. Una tendencia al alza, según coinciden las webs inmobiliarias consultadas y que se explica en buena parte «por las dificultades financieras y laborales» desde que arrecia la crisis, expone Beatriz Toribio, responsable del estudio.
Y de la necesidad brota la creatividad. Por ello, proliferan las propuestas de pago en especie: morada a cambio de trabajos o servicios. Cualquier oferta que no implique un pago monetario que al menos una de las partes no puede permitirse.
Demandas de habitaciones a cambio de asumir la limpieza de la casa, de cuidar de un anciano o de hacer de canguro con los niños. Generalmente con el gasto de suministros incluidos. En ocasiones, incluso la manutención. «Es una consecuencia más de la crisis, una muestra de la economía no monetaria, forzada por la penuria», explica el sociólogo Xavier Martínez Celorrio.
También proliferan ofertas de propietarios o inquilinos de una vivienda que se ven condicionados por las obligaciones cotidianas y anteponen la calidad de vida a un ingreso económico. Personas mayores que desean compañía, divorciados que necesitan que alguien cuide de sus hijos mientras ellos trabajan, solteros que ceden una habitación si alguien cocina para ellos. «Son hábitos sociales poco frecuentes en los países mediterráneos, donde tenemos una pauta marcada por el estatus. Con la crisis, la presión por el nivel de vida de antaño se ha traducido en nuevos comportamientos que en Europa se siguen desde hace mucho tiempo», expone Celorrio.
'Viure i conviure', un proyecto de intercambio intergeneracional de la Fundació Catalunya-La Pedrera en el que ancianos ceden habitaciones a estudiantes a cambio de compañía constata esta tendencia a la obligación de recurrir a fórmulas no pecuniarias. De las 312 solicitudes de jóvenes de hace tres cursos, se pasó a 443 hace dos y a 502 en el anterior. Un incremento que la coordinadora del programa, Neus Fontanet, atribuye «básicamente a la crisis».
FALTA DE ÉTICA
Como en la mayoría de escenarios en los que surgen los aprietos, también hay espacio para aprovechados que tratan de beneficiarse de las precariedades de quienes carecen de solvencia financiera. Casos en los que se ofrece habitación a cambio de relaciones sexuales, tocamientos y otras prácticas poco éticas. Incluso hay personas que ofrecen esa posibilidad si alguien le acoge en su hogar.
El lado más cruel de una situación de limitaciones personales que va a más propiciada por la depresión económica y que, en opinión de Celorrio, obliga a adoptar un modo de vida «que choca con la tradicional cultura mediterránea de ostentación y honor personal».
El sociólogo no alberga dudas de que la tendencia de «hábitos más austeros y soluciones de intercambio» amenaza con perpetuarse. «La situación de este tipo de trueque en especie se irá afianzando de forma lenta pero por fuerza mayor --sostiene Celorrio-- ,dado el contexto precarizador que vivimos en una crisis que va para largo».
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