Profesores a contracorriente

MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / BARCELONA

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Dos italianos, tres canadienses y otros tres indios, una mexicana, dos jordanas y una marroquí... y hasta 17 estadounidenses. Estos son, junto con una veintena de profesores más, los contrincantes del maestro zaragozano César Bona en su carrera hacia el Global Teacher Prize, el Nobel de los docentes. La lista de los 50 finalistas que optan al galardón incluye a personas de 25 países distintos, con alumnos de orígenes sociales y culturales muy diversos. Hay algo, no obstante, que sí comparten todos los candidatos: entrega al mundo de la docenciacreatividad y capacidad de liderazgo.

Entre los aspirantes a ser el mejor profesor del mundo no hay ningún finlandéscoreano singapurense. Tampoco aparecen japoneses ni polacos, países todos ellos muy bien situados en el Informe PISA de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, que cada tres años fija un ranking con los mejores sistemas educativos.

Al contrario. Prácticamente la mitad de los nominados al Global Teacher Prize proceden de países con una estructura escolar frágil (entre ellos, los seis africanos, los dos centroamericanos y los 11 asiáticos que han llegado a finalistas). Y buena parte de los que enseñan en países considerados desarrollados lo hacen en condiciones cuanto menos singulares, en escuelas de alta complejidad o con recursos menguantes.

El español Bona, por ejemplo, empezó su trayectoria en un colegio de una zona degradada de Zaragoza, la escuela Fernando el Católico, en el Barrio Oliver, con un grupo de alumnos de 10 años y de varias nacionalidades, entre los que había chavales que aún no sabían leer. Bona pasó luego a hacerse cargo de la escuela rural de Bureta, también en Zaragoza, donde se encontró con una única clase de solo seis estudiantes de distintas edades, amenazada de cierre desde hacía años.

"Es que la innovación, por definición, suele encontrar terreno abonado en las periferias del sistema. Los innovadores, además de tener una madera particular, suelen ser personas que asumen riesgos en condiciones no siempre favorables", constata Ismael Palacín, director de la fundación Jaume Bofill, una entidad dedicada al análisis de los sistemas educativos y las nuevas pedagogías.

Usar el entorno

En la lista de aspirantes al Nobel de la docencia hay excepciones, claro, como el holandés Jelmer Evers, que da clases de Historia en una universidad de Utrecht y que motiva a sus alumnos a través de las nuevas tecnologías, o la alemana Mareike Hachemer, que enseña inglés haciendo uso del teatro en una escuela técnica de la ciudad de Gross-Gerau. "El docente innovador debe de ser también una persona con una visión muy colaborativa, no se limita a trabajar dentro del aula, sino que sabe usar lo que le ofrece su entorno para implicar a sus estudiantes", prosigue Palacín.

"En realidad, puede haber innovación en cualquier aula, en cualquier colegio... Cada día vemos experiencias innovadoras en escuelas de barrios estándares", observa Enric Roca, profesor de Pedagogía Sistemática y Social en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). "Lo malo -agrega Roca- es que, al menos en España, esa innovación depende de las personas o los equipos que la llevan a cabo por iniciativa propia. Demasiadas veces ocurre que, en cuanto el profesor innovador se va del colegio o en cuanto cambia el grupo de maestros de ese centro, las prácticas innovadoras desaparecen".

El trabajo de estos docentes, solitarioanónimo y a menudo a contracorriente, "en sistemas con una cultura muy burocratizada, debería tener más apoyo o al menos un acompañamiento de las administraciones educativas", protesta Palacín. Esta es también una de las principales reclamaciones del candidato Bona, que considera que la labor de los docentes españoles está hoy demasiado sujeta a la cumplimentación de formularios sobre objetivos logros de los estudiantes, cuando "lo importante no son los dieces que saque un estudiante, sino que adquiera las herramientas necesarias para valerse en la vida adulta", subraya.

"Los responsables educativos tendrían que estar ahí para que las experiencias innovadores afloraran, para crear ecosistemas que no fueran castrantes. En lugar de eso, muchas de estas iniciativas se mutilan", agrega el director de la Bofill. "Las personas o las escuelas que apuestan por nuevos modelos pedagógicos deberían tener también aquí un reconocimiento", clama.

Cambios sin análisis

Además de ello, añade Roca, las administraciones deberían vincular innovación evaluación. Y lo explica: "Tenemos tendencia a poner en marcha nuevos modelos pedagógicos sin analizar previamente cómo están funcionando los actuales". "En lugar de cambiar el sistema por el mero de hecho de cambiarlo -arguye, en referencia a la ley de mejora la de calidad educativa-, quizás sería bueno tener evidencias sobre qué va bien y qué es lo que no va bien". De este modo, de paso, la investigación que se hace en las facultades de Educación también podría enfocarse hacia la resolución de los déficits y a proponer, a su vez, nuevas innovaciones, defiende este catedrático de la UAB. "Y que no sea el maestro, desde su aula, el único que tire de ese carro", sentencia.