PERFIL

Retrato psicológico de Rosario Porto, condenada por el asesinato de su hija, Asunta

Rosario Porto, durante el juicio, en octubre del 2015.

Rosario Porto, durante el juicio, en octubre del 2015. / periodico

MAYKA NAVARRO

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Esta información se publicó el día 07 OCT 2013. El contenido hace referencia a esa fecha.

Hay crímenes sin móvil cuyos porqués nos empeñamos en buscar en medio de un campo abonado por la locura y el sinsentido. ¿Qué pasa por la cabeza de una madre aparentemente feliz que presuntamente mata a una hija? A veces no pasa nada, porque los psicóticos no necesitan una causa para justificar su acción. Aún faltan los análisis psiquiátricos a los que en los próximos días será sometida Rosario Porto, Charo, Charitín para sus desconcertados amigos. Pero se puede construir un retrato a partir del relato de los allegados a una mujer que duerme, desde hace ocho noches, en una celda compartida de la prisión de Teixeira, en A Coruña, acusada junto con su exmarido, Alfonso Basterra, de matar a Asunta, la hija que estos días habría cumplido 13 años.

Con el triste paso de las semanas en Santiago, refrescadas por las primeras lluvias de otoño, el inicial golpe de rabia y dolor ha dejado paso al recuerdo de episodios en la vida de Rosario que, filtrados por el tamiz de la tragedia, adquieren otro sentido. El pasado julio marca un antes y un después en la vida de Rosario, el inicio de una caída en barrena que a nadie de su entorno se le antojó que pudiera tener consecuencias tan dramáticas. Rosario, de 44 años, tenía roto el corazón. Hacía un tiempo que mantenía una relación con un empresario gallego, casado, con el que ansiaba iniciar una vida en común. Juntos habían viajado varias veces a Marruecos por unos negocios inmobiliarios que no acababan de ir del todo bien. Cuentan que fue durante esa última escapada al país africano, a finales de junio, cuando el hombre rompió su promesa. No solo no pensaba separarse de su mujer, sino que estaba embarazada, y daba por acabada su relación con Rosario. Le pidió que se olvidara de él. Como si el amor que Charo llevaba dentro se pudiera quitar solo con palabras. Al regresar de ese viaje ocurrieron varios sucesos extraños.

Rosario ingresó en el Hospital General de Santiago, en el área de neurología, compartiendo habitación con una mujer que había sufrido un ictus. A ella la trató el equipo de psicólogos y psiquiatras. Estuvo allí tres semanas, durante las cuales Alfonso Basterra, de 49 años, el marido al que echó de casa cuando se enamoró de otro, no se separó de su cama. En esos días, Basterra intentó sanar el corazón que había roto otro y recuperar su vida junto a su hija y a su mujer. Tras salir del hospital, los tres, padres e hija, pasaron unos días en una de las casas heredadas tras la muerte de los padres de Rosario, en Vilagarcía de Arousa, junto al mar.

El extraño incidente

Inmediatamente después tuvo lugar el extraño incidente del supuesto hombre de negro, con pasamontañas y guantes de látex que, según ella, descubrió en el interior de su piso de Santiago intentando asfixiar a su hija. Un incidente que quiso primero denunciar en la comisaría, pero cuando el agente que le atendió le pidió que acudiera al hospital y volviera con un parte de lesiones, porque tenía algún rasguño en la cara, ella ya no regresó. Sin embargo, recordó el incidente el sábado 21 de septiembre, a las diez y media de la noche, cuando, del brazo de su exmarido, acudió de nuevo a la comisaría a presentar una denuncia porque su hija había desaparecido. Apenas cuatro horas después, el cadáver de la pequeña fue encontrado en una pista forestal de Cacheiras, ya en el término municipal de Teo, a solo cuatro kilómetros de la casa familiar, heredada también por la mujer tras la muerte de sus padres.

Un tiempo atrás, a Rosario le habían diagnosticado un lupus, una enfermedad reumática crónica que puede afectar a casi todos los órganos. El lupus es como un lobo, de ahí su nombre; de origen desconocido y que te devora poco a poco por dentro. La depresión está entre los síntomas de esta peculiar patología. Algo de eso también había en ese cóctel interior con el que Rosario batallaba en los últimos tiempos y que reventó en septiembre con el presunto asesinato de la hija.

Rosario y Alfonso se plantearon la adopción en cuanto confirmaron que la maternidad iba a ser un camino muy complicado y arriesgado para ella. Asunta fue la primera niña adoptada que llegó de China en toda Galicia. Los vecinos de Santiago se giraban al verla, por su exotismo, y porque su madre la llevaba emperifollada como una princesa. Asunta creció y se convirtió en una niña especial, de la que madre y padre hablaban con muchísimo orgullo. Estudiaba en el instituto Rosalía de Castro, el mismo al que fue su madre, e iba casi dos cursos adelantada para su edad. Hablaba perfectamente gallego, castellano e inglés, y tenía nociones muy avanzadas de chino y francés. Tocaba el piano, el violín e iba a clases de ballet. Todavía le quedaba tiempo de escribir, inventar historias increíbles que salían de una imaginación privilegiada.

Madre e hija vivían juntas desde la separación, aunque Asunta pasaba muchísimo tiempo con su padre, que había alquilado un piso a pocos metros de la casa. Se veían a diario. Y era costumbre, como el sábado del asesinato, que él cocinara en su casa para los tres, como cuando vivían juntos.

Albóndigas con salsa de champiñones, uno de los platos preferidos de Asunta. Ese fue el último menú de la niña. Una delicia que el padre, vasco y amante de los fogones, cocinó con mimo. A la menor le suministraron en esa comida lorazepam (un ansiolítico cuya marca más conocida es Orfidal). La prueba de orina de Asunta determinó primero la presencia del sedante, el mismo que tomaba la madre por prescripción médica. El análisis de sangre, esta misma semana, ha revelado la presencia de 0,68 microgramos por mililitro, una dosis 17 veces mayor a la recomendable y que en la experiencia clínica solo se ha registrado en adultos que habían intentado suicidarse tras ingerir cinco cajas del medicamento. Si Asunta hubiese muerto como consecuencia de una dosis letal y no por asfixia, fuentes de la investigación apuntan a que podría haber sido maniatada tras fallecer para ser trasladada fácilmente. El cerco aún se estrechó un poco más el viernes, al saberse que los restos de cuerda hallados junto al cuerpo coinciden con la bobina que había en la casa familiar cercana a la pista forestal.

A los 13 años, que habría cumplido el lunes pasado, Asunta se había convertido en una mujercita. Le pasaba casi la cabeza a su madre, y la relación entre ambas no era fácil. La niña pasaba más tiempo con el padre, y estos días aparece el recuerdo de escenas protagonizadas por ambas. Rosario perdía las formas con su hija, que la sacaba de quicio.

Visita a la peluquería

Primero fue una farmacéutica del centro de Santiago que relata que, hace apenas cuatro semanas, la madre riñó de manera «violenta y fuera de sí» a la hija porque le había pedido pasar al otro lado del mostrador para ver cómo trabajaba la boticaria. A la mujer le sorprendió la actitud «callada y cabizbaja de la niña». «Me dio mucha pena, y lo comenté con mis compañeras», añadió, sin querer facilitar su nombre.

En otro local, una tienda de ropa, la madre inició una discusión que provocó la mirada de reprobación de las muchas personas que había en el establecimiento. «Ella perdió los papeles y empezó a gritar a la niña, que no se atrevió a abrir la boca. Estaba fuera de sí», contó la tendera.

El día antes del asesinato, Rosario acudió a su peluquería de toda la vida, en el centro de Santiago. Le lavaron y le peinaron, como casi todas las semanas. Era una mujer a la que le gustaba salir a la calle impecable, según aprendió de su madre, catedrática de Historia del Arte y muy activa en la vida social y cultural de Santiago. Esa visita ahora estremece, y más si se acaba confirmando que madre y padre se confabularon en planificar la muerte de Asunta.

Los investigadores de la Guardia Civil de A Coruña no tienen ninguna duda de que Rosario y Alfonso, que este viernes se negaron a participar en una reconstrucción de los hechos, mataron a su hija, y así lo cree también el magistrado José Antonio Vázquez Taín, que los envió la semana pasada a prisión acusados de homicidio, con la posibilidad de variar la imputación a asesinato si los análisis toxicológicos confirman que hubo planificación. Según el auto enviado a los imputados, el juez considera que Rosario estaba con Asunta en el momento de la muerte.

¿Cómo la mataron? A estas alturas de la investigación, tal vez es la parte más clara. Intoxicada, quizá asfixiada, atada y abandonada en la pista forestal, para ser hallada por dos vecinos que se dirigían a un club de alterne cercano. ¿Por qué? Es la parte más compleja. Pero en los últimos días, el amor sumiso e incondicional de Alfonso por la que fue su mujer se ha roto. El pasado fin de semana coincidieron en la zona de los locutorios, y él, visiblemente afectado, le advirtió: «Este marrón no me lo pienso comer yo solo». Y eso que hasta el último momento ha intentado proteger a la mujer de la que se enamoró perdidamente. «No te preocupes, cariño, todo saldrá bien y encontrarán a los asesinos», le dijo cuando el furgón de la Guardia Civil los trasladó juntos a la cárcel. Hasta el abuelo paterno reconoce la sumisión de su hijo: «Es un infeliz que siempre ha hecho lo que ella le ha pedido. No me extrañaría nada que ella matara a la niña y él la ayudara para protegerla».

Pero el gran misterio -el porqué de la muerte- aún sigue arrojando más preguntas que respuestas.