LA PRIMERA NAVIDAD TRAS SUPERAR UNA GRAVE ENFERMEDAD

Aferrada a la vida

No hay una Navidad, sino miles, no solo porque cada uno la vive a su manera, sino porque a lo largo de la vida la festividad no significa lo mismo. En estas páginas contamos cómo serán cinco primeras Navidades tras un cambio de guion, un volantazo del destino, porque el empleo, el hogar, la salud, la muerte, la vida, en definitiva, dan muchas vueltas.

Olga Noé acaba un año en el que ha tenido que recuperarse de un aneurisma cerebral, después de haber sobrevivido tiempo atrás a un linfoma

JOAN CAÑETE BAYLE / MATARÓ

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¿Por dónde empezar, cómo contar una historia como la de Olga Noé (43 años)? Tal vez por el pasado 8 de septiembre. Aquel día, Olga, que a los 20 años perdió a sus padres, que a los 29 años fue diagnosticada con un linfoma de Hodgkin, que a los 32 sufrió una recaída y tuvo que someterse a un trasplante de médula (su hermano fue el donante), hacía running por Mataró cuando sintió un insoportable dolor de cabeza. Una chica, “un ángel de la guarda”, llamó a Urgencias y un día que había empezado con toda normalidad acabó con Olga en coma en Can Ruti. Había sufrido un aneurisma cerebral.

La historia podría contarse desde el punto de vista de su marido, Xavier Ribas, y su hermano, Josep Maria. “Fueron 15 días en coma, 41 ingresada”, dice con toda precisión Xavier al recordar el enorme susto de volver a ver a Olga, otra vez, en el hospital. “Lo pasamos muy mal -cuenta-. Con el linfoma ella, y nosotros, éramos conscientes de lo que le sucedía, pero con el aneurisma vino todo de golpe. De verla aquí, en casa, normal, a encontrártela en la UCI del hospital con tubos por todas partes”. La primera noche, rememora Xavier, fue la más dura. “Los médicos no nos lo pintaron nada bien, se nos iba. Los días siguientes fueron como una montaña rusa, sobre todo los primeros, no sabíamos el alcance que podría tener la lesión cerebral...”

La historia podría empezar quince días después de que Olga decidiera salir a hacer running por Mataró. Sería la historia de una superviviente de cáncer por partida doble que despierta de nuevo en una habitación de un hospital sin saber dónde está (“Estaba convencida de que estaba de crucero, desvariaba, ¡qué voy a estar yo en Can Ruti!, decía, ahora cuando acabe de desayunar me voy a la piscina. ¡Y lo mejor es que no me gustan los cruceros!”), la historia del difícil proceso de recuperación y rehabilitación (“No podía mantenerme en pie, no podía utilizar las manos, me vestían y me bañaban las enfermeras, me daban de comer mi hermano y mi marido, fue como volver a nacer, ¡incluso llevaba pañales!”). Sería la historia de la superviviente, tres veces superviviente, en realidad, que se considera afortunada porque no ha habido secuelas del último envite de su cuerpo, porque cuando el miedo inicial es “quedarse vegetal” todo el proceso de rehabilitación, una vez superado, es visto como un golpe de suerte. “Siempre le digo que debe de ser la reencarnación de un gato”, comenta su marido. “Pues ya he gastado tres vidas, espero parar ya, es demasiado, desde los 29 que empecé con el linfoma....”, replica ella. Por eso, para Olga, hablar del futuro es terreno desconocido. “Vivo al día, me levanto, estoy bien, hago la rehabilitación, intento valorar las pequeñas cosas, vivo al día”.

UN SÁBADO

Otra forma de empezar la historia de Olga sería la reunión navideña de este año, fecha propensa a recapitular, la primera Navidad tras volver a nacer en todo el concepto de la palabra, desde los pañales hasta la recuperación. “Esta Navidad quieras que no será especial porque estoy aquí y estoy viva, aferrada a la vida, me ha tocado tres veces el gordo de Navidad”. Podría empezar así su historia pese a que ni Olga ni su familia son especialmente navideños, la pérdida de los padres tan jóvenes convierte en un ejercicio nostálgico, agridulce, el reencuentro familiar, por mucho que este año motivos para celebrar no les falten, ni mucho menos.

Y la historia de Olga podría empezar el 18 de octubre, “un sábado”, recuerda su marido, el día que le dieron el alta en Can Ruti después de los 41 días ingresada, 15 de ellos en coma. Ese sábado, Olga y Xavier fueron a cenar a un restaurante cercano a su casa y compartieron con el propietario la historia de su estancia en el hospital. Un rato después, este se acercó a la mesa con un teléfono. “Habla”, animó a Olga. Al otro lado estaba la chica que había llamado a la ambulancia, “el ángel de la guarda” que le salvó la vida, Elena de nombre, también clienta del restaurante.

Sí, la historia de Olga, la vida de Olga, puede empezar a contarse de muchas formas. Lo mejor es el final: aún no ha acabado.