ESTRATEGIAS PARA EL CURSO PRÓXIMO
Plan de choque en los institutos para atajar el fracaso escolar inmigrante
Diez años después de su creación -las primeras empezaron a funcionar en el curso 2004-2005-, a las aulas de acogida de los centros educativos catalanes les ha llegado la hora del cierre. Bueno, más que cerrar lo que harán a partir del próximo septiembre es reconvertirse, según precisó la consellera de Ensenyament, Irene Rigauconsellera, que anunció que el servicio se reformará, en el caso de los institutos, para que los adolescentes extranjeros puedan mejorar su nivel lingüístico y recibir una orientación individualizada cara a los estudios posobligatorios. El objetivo, reconoció Rigau, es atajar la alta tasa de fracaso escolar que registra el alumnado inmigrante y reforzar, de paso, su integración social.
Con este plan de choque contra el abandono de los estudiantes extranjeros, que representan un 13,2% de los matriculados este curso en Catalunya, la conselleria está admitiendo que, pese a los éxitos logrados en la primera fase de acogida escolar, en el sistema educativo (en particular, en la secundaria) existe una brecha importante entre los alumnos autóctonos y los chicos llegados con sus familias durante la gran oleada migratoria previa a la crisis.
Rigau se pone finalmente manos a la obra después de que los sucesivos informes PISA de la OCDE (en especial en su última edición) y otros estudios de organizaciones especializadas hayan señalado la acusada falta de equidad como principal asignatura pendiente de la escuela catalana. La solución, por otra parte, la habían propuesto ya los propios responsables de las aulas de acogida, que venían viendo cómo el número de usuarios descendía de forma drástica en los últimos años.
«Pero es que el problema no es de origen, el problema es de clase social, de los recursos económicos de que dispone la familia», objeta Sheila González, doctora en Ciencias Políticas especializada en educación e inmigración. «Está demostrado que el capital instructivo de los padres y los recursos educativos que un estudiante tiene a su alcance fuera de la escuela son determinantes. Eso es lo que marca la diferencia, no la nacionalidad en sí». Por eso, opina González, a las reconvertidas aulas de acogida que planea la Generalitat quizás no tendrían que acudir solo alumnos extranjeros. El servicio también debería dar cabida a hijos de familias desfavorecidas, sugiere.
MISIÓN CUMPLIDA / «Nadie cuestiona, ahora mismo, el éxito de las aulas de acogida: han cubierto la función extraordinaria que se les asignó inicialmente, que era la primera acogida. Pero ahora los problemas son la desigualdad de oportunidades, la falta de equidad que sufren muchos estudiantes por razones económicas. Y lamentablemente muchos alumnos pobres son también extranjeros», reflexiona Ismael Palacín, director de la fundación Jaume Bofill.
«Lo ideal sería que el nuevo servicio corrigiera las diferencias educativas que se producen por razones sociales», prosigue González. Hay investigaciones, agrega, que han puesto de manifiesto que «un alumno hijo de universitarios multiplica por dos sus posibilidades de obtener el graduado en ESO respecto a un compañero cuyos padres no tengan estudios superiores. En el caso del origen, esa probabilidad es 1,5 a favor del alumno autóctono respecto al extranjero», explica la miembro del Institut de Govern i Polítiques Públiques (IGOP) de la Universitat Autònoma de Barcelona.
DÉFICITS LINGÜÍSTICOS / Quienes trabajan en el día a día de los institutos certifican que las lagunas educativas -también las lingüísticas- no son patrimonio solo de los extranjeros. «Hay muchos estudiantes autóctonos que tienen severas lagunas, de léxico, de gramática, de expresión oral...», señala Pep Gratacós, responsable de un aula de acogida en Banyoles (Pla de l'Estany). Eso repercute, ineludiblemente, en su aprendizaje de otras materias. «¿Cómo van a seguir una clase de Biología o de Física, si no entienden conceptos que se dan por sabidos?», interpela.
Con todo, admite el docente, los déficits en el dominio de la lengua son más acusados entre los extranjeros, aunque estos hayan nacido ya en Catalunya. Tal y como está concebido ahora el servicio, los jóvenes recién llegados a España solo pueden permanecer en el aula de acogida para aprender la lengua un máximo de dos años. Tres si su cultura de origen es lejana. «Pero en ese tiempo, es imposible que consigan un buen dominio del idioma», señala Felicitat Fonollosa, responsable del servicio en el instituto de Roquetes.
Ambos profesores valoran positivamente los cambios anunciados por Rigau, aunque antes de aplaudirla prefieren esperar a que la consellera concrete «la letra menuda», indican Gratacós y Fonollosa.
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