Peter Engel, el octogenario recién graduado en Arqueología

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MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / BARCELONA

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Fue el verano de 1971, en unas vacaciones familiares, al descubrir el "museo a cielo abierto que es Menorca», cuando Peter Engel  (Barcelona, 1931) se apasionó por la Arqueología. Entonces era un empresario de éxito, propietario de una fábrica de máquinas de corte, qque acabaría abriendo el camino a la exportación hacia China de la industria catalana y que en sus ratos libres leía a Kant. Entre aquel primer enamoramiento por el patrimonio histórico en ruinas hasta su ingreso en la Universitat de Barcelona como alumno de Arqueología discurrieron cuatro décadas.

Empezó la carrera recién cumplidos los 80 y la terminó con casi 85, el pasado junio. "Tardé un año más de lo habitual, porque en el primer curso, mi hija, que me ayudó con la matrícula, me recomendó que no me inscribiera en todas las asignaturas de golpe, por si acaso», argumenta. "¡Ya ve cómo confiaban en mí!», bromea. Así que aquel curso, Engel no pudo sacarse todas las asignaturas de primero, lo que le impidó convertirse, luego, en uno de los titulados de la primera promoción del grado de Arqueología de la UB.

"Hasta entonces, era una especialidad de Historia y, la verdad, a mí lo que de verdad me gusta es la Arqueología, lo demás no me interesaba demasiado. Así que cuando me enteré de que iba a ser una carrera en sí misma, me animé a hacerla», explica. "Yo era como el padre de la mayoría de los profesores... ¡Y el abuelo de los estudiantes!», recuerda con una sonrisa. De hecho, destaca, llegó a tener como docente en la facultad a una antigua compañera de colegio de una de sus hijas. "Y coincidí en la universidad, aunque no en la misma carrera, con alguna de mis nietas», agrega.

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El título se lo ganó a pulso. Había aprendido a manejarse con los ordenadores durante sus años al frente de la fábrica y, como siempre había estado en contacto con la tecnología, tampoco le costó familiarizarse "con aparatos muy usados por los arqueólogos como los georradares o los drones que se utilizan ahora para fotografiar los yacimientos y tomar medidas del terreno».

La única deferencia que tuvieron con él los profesores fue a la hora de las prácticas. "En teoría, una de las dos campañas de excavaciones que hacemos a lo largo de la carrera se ha de realizar fuera de Barcelona. A mí me autorizaron a hacerlas las dos años aquí, en un terreno que cede el ayuntamiento para evitarme el desplazamiento», indica.

"Había alumnos muy bien preparados, la verdad –afirma el veterano–. Traté a muchos de ellos porque, como ahora te piden trabajos y has de formar equipo con otros compañeros, tuve ocasión de conocer mejor a varios». Su grupo de facultad lo integraban, "cuatro prejubilados del sector de la banca», recuerda.

PLANES A MEDIO PLAZO

Ahora, ya graduado, Engel, que es nieto de un alemán de Hamburgo que llegó a Barcelona para estudiar español, está embarcado en un proyecto que tiene como objetivo la divulgación del patrimonio paleocristiano de Menorca. Él vive la mitad del año en la isla y la conoce como la palma de su mano. "Soy el encargado de la coordinación del proyecto, de la logística y de la organización de las excavaciones. ¡No sabe la cantidad de cosas que hay que tener en cuenta!», detalla el flamante arqueólogo octogenario. Es un proyecto que se desarrollará en el 2018, pero Engel ya lo tiene todo perfectamente documentado.

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Una de las seis basílicas que integran el programa, una sencilla construcción del siglo VI situada en la Illa del Rei, frente a la costa de Maó, es el ojito derecho de Engel, que ya participó hace años en su excavación sacando maleza y retirando pedruscos. "Es un lugar con varios misterios: su mismo origen es uno de ellos. El otro, un gran mosaico romano hallado en el lugar y, otro más, un enterramiento que, cuando lo encontramos, estaba vacío», cuenta, mientras muestra unas minuciosas recreaciones en tres dimensiones (hechas por él mismo) de lo que debieron ser originalmente esas antiquísimas basílicas que les están dando tanta vida.