Un campamento de drogadictos junto a la Ronda Litoral

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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El lector veterano verá la foto y volverá a la Barcelona preolímpica. A los años de Can Tunis, de la droga por las calles de Ciutat Vella; a las redadas en Sant Cosme (El Prat de Llobregat) o en Sant Roc (Badalona). Se acordará de todo aquello, pero no es una imagen habitual porque la capital catalana es hoy pionera en el tratamiento de la drogadicción, con los centros de atención y seguimiento, o las salas de venopunción, las mal llamadas narcosalas, que empezaron a funcionar en el 2005. Las instantáneas, sin embargo, no reflejan un hecho anecdótico. Lo que muestran, según ha podido acreditar EL PERIÓDICO, sucede a diario en un rincón de nadie junto a la Ronda Litoral, en la parte trasera del Hospital del Mar, frente a la Facultad de Medicina. Entre los coches, un pequeño corredor de hierba amanece a diario repleto de jeringuillas, lleno de los enseres que usan los yonquis para inyectarse sustancias, básicamente heroína. Vienen, se colocan, y se van. Siempre a media tarde. Los expertos, sin embargo, coinciden: los peores tiempos de la droga quedaron atrás. 

La pista nace de los reportajes que este diario publicó hace dos semanas sobre el incivismo salvaje en la Vila Olímpica, sobre las felaciones en la calle, los excrementos en los interfonos, el botellón. Una conversación con el personal de Parques y Jardines invitó a andar un poco más allá, ya en terrenos de la Barceloneta. “Ahí en esa zona de cemento siempre encontramos condones. Y más lejos hay jeringuillas; pero aquello no lo tocamos”. Ese ‘más lejos’ se encuentra a unos 200 metros, en el epicentro del nudo vial que genera la confluencia de una entrada y una salida de la ronda marítima.

El Ayuntamiento de Barcelona, tras una ardua comprobación, argumenta que la zona es competencia del Consell Comarcal del Barcelonès. Un portavoz del consistorio asegura que el personal municipal realiza "actuaciones puntuales", pero uno de los trabajadores lo niega. "No nos jugamos la vida, ahí no vamos, y además somos nueve personas para toda Ciutat Vella, es imposible que lleguemos a todo". Y explica que dos compañeros suyos "se estuvieron realizando pruebas de sida durante dos años". Se habían pinchado accidentalmente con jeringas usadas.

"COMO SI FUERAN PALOMAS"

Con la ley en la mano, estos hombres y mujeres drogadictos se enfrentan a penas de entre 601 y 30.000 euros por consumir en la vía pública. El vigilante de la Facultad de Medicina explica que empezaron a acudir al lugar “hace algunos meses”, que a veces se presenta la Guardia Urbana y los echa “como si fueran palomas”, pero sin llevárselos a comisaría. El rincón da pena, porque además de jeringuillas, potes de agua estéril para inyectables, gomas para atar el brazo y marcar la vena, recipientes de metal para licuar la droga, también hay excrementos humanos y todo tipo de basura. Y dos agujeros de unos cuatro metros de profundidad -caen un par de tuberías- por los que cabe una persona. No sería difícil que un adicto cayera al fondo, también repleto de porquería. Podría pensarse que es un lugar apartado, alejado de la civilización, pero justo al lado tiene una explanada de hierba que bien podría servir para un partido dominical de niños del barrio. También una pareja de amantes entrados en alcohol podría caer en la tentación de aprovechar la intimidad del lugar.

Felisa Pérez, presidenta de la Federación Catalana de Ayuda al Drogodependiente, insiste en señalar el “beneficio colectivo de salud pública que supone intervenir en este tipo de población”. Admite que la ciudad puede estar “experimentando un cierto repunte en el consumo de heroína”, pero concreta que se trata de fenómenos cíclicos. Joan Colom, subdirector general de Drogodependències del Departament de Salut, en cambio, asegura que la cifra se mantiene estable. En cualquier caso, Pérez dice no sentirse sorprendida por la foto. Los datos ayudan a entenderla: en el 2014 se recogieron en las calles de Barcelona 20.123 jeringuillas, cifra inferior a la del año anterior (23.871) y muy por debajo a la del 2012 (36.641). El número llama la atención. Pero no tanto si se tiene en cuenta que solo en La Mina (Sant Adrià de Besòs) se retiran cada año cerca de 34.000 agujas. 

EL ALCOHOL, EN CABEZA

Gemma Tarafa, comisionada de Salut del Ayuntamiento de Barcelona, admite que siempre ha habido gente pinchándose en la calle, pero señala que hoy son "muchos menos que antes". La estadística es definitiva: a finales de los 80, explica, morían cada mes en la capital catalana 60 personas por sobredosis. Hoy no se llega a 60 al año.Teresa Brugal, responsable del servicio de Prevención y Atención a las Dependencias del consistorio, refuerza la tesis con más números, los de la evolución de personas que inician un tratamiento. El consumo de heroína, según datos de la Agencia de Salud Pública de Barcelona, ha pasado en 20 años de 2.800 solicitudes de asistencia a 800, mientras que la cocaína ha pasado de algo más de 400 a 800 y el cannabis -la ciudad acaba de regular los fumaderos- de 200 a 400. La droga con mayor número de personas en tratamiento, el alcohol, se mantiene estable en unos 2.200 al año. Respecto al campamento hallado en la ronda, la comisionada recuerda que los adictos consumen la droga cerca del lugar en el que la consiguen. "Como mucho, a 10 minutos caminando".

Pérez sostiene que el drogadicto que se pincha en la calle "representa el perfil más marginal de la droga, un tipo de personas a las que no se les ocurre descolgar el teléfono para pedir ayuda". Hay que buscar estrategias de acercamiento desde su realidad para poder ayudarles". Desde su realidad significa desde su punto de vista, desde su absoluta vulnerabilidad. En eso, según la presidenta de la Federación Catalana de Ayuda al Drogodependiente, "Barcelona es modélica".