En el albero

La penúltima corrida acaba en una reivindicativa fiesta taurina

El Juli, Manzanares y Morante de la Puebla ponen patas arriba una Monumental llena

El Juli, Morante de la Puebla y José María Manzanares salen a hombros, ayer, de la Monumental.

El Juli, Morante de la Puebla y José María Manzanares salen a hombros, ayer, de la Monumental.

EDWIN WINKELS
BARCELONA

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Para la historia. Las tres palabras salen en el pequeño programa oficial del último fin de semana en la Monumental, junto a los carteles de la primera corrida, en 1916, y las últimas, ayer y hoy. Esta tarde, poco después de las ocho, las corridas en Barcelona serán historia. Y sus aficionados, muy pocos en tardes menos deslumbrantes que estas pero unos 35.000 este fin de semana, no quieren despedirse en silencio. Tienen ganas, muchas ganas, según empezaron demostrar ayer, con gritos reivindicativos pero también olés

y pañuelos taurinos. Y seguirán haciéndolo esta tarde, cuando José Tomás encabezará el cartel del adiós.

«Pero el cartel de hoy es mejor», decían ayer muchos aficionados ante las puertas casi colapsadas del gran teatro barcelonés de la tauromaquia. Aun así, quedaban unos pocos cientos de asientos libres, porque la penúltima corrida no es lo mismo que la última. Eso sí, será difícil que hoy se supere el listón elevadísimo que ayer pusieron ante reses de Núñez del Cuvillo los triunfantes El Juli y José María Manzanares (tres orejas cada uno) y un abucheado Morante de la Puebla, que se redimió con un séptimo toro de sobrero, un Domecq ante el que los tres matadores de la tarde se convirtieron en espléndidos banderilleros; el público no se lo creyó y acabó invadiendo el ruedo para sacar a hombros a los tres matadores.

ACTO CULTURAL / Fue cuando, con la noche ya bien cerrada, por última vez se escucharon los gritos de «¡Libertad! ¡Libertad!» Varias pancartas bien elaboradas con artículos de decretos y leyes adornaban las gradas. «Se garantizará y promoverá el patrimonio histórico, cultural y artístico español». O «los poderes públicos promoverán el acceso a la cultura». ¿Qué cultura? Un texto, en otra pancarta, lo explicaba con el decreto 1151/2011: «La tauromaquia es disciplina artística». En los asientos, una octavilla de la Unión de Taurinos y Aficionados de Catalunya llamaba a la gente a salir a la calle después de la corrida y acompañar a los toreros al hotel.

Fuera, en la hora previa al inicio de la penúltima corrida, las calles respiraban el ambiente de otras épocas. Las aceras de la calle Marina estaban casi intransitables. Cientos de personas abarrotaban el interior y las terrazas de dos locales taurinos históricos, La Gran Peña y el Bretón, este último desde hace años en manos de hosteleros chinos que han mantenido el espíritu taurino. Pero también se llenaba el Dönner Monumental; el hambre y la sed no entienden de discriminación, a diferencia de los unos jóvenes de PxC. «Nos quitan a los toros y nos ponen a los moros», gritaba una chica, repartiendo una octavilla en la que se denuncia que la Monumental, joya arquitectónica neomudéjar, se convertirá, según ellos, en una mezquita.

OLÉS Y OREJAS/ Pero los aficionados taurinos estaban poco interesados en la proclama del partido xenófobo, ni se preocupaban por la presencia, en la acera de enfrente, de una veintena de antitaurinos protegidos por diez mossos que en sus pancartas piden ahora la abolición de loscorrebous. Nada de eso se escuchó después dentro de la plaza. «¡Catalunya es taurina!», se gritó ahí, entre algunas vivas a España. Y los olés, por supuesto, sobre todo para El Juli y Manzanares, tan brillantes como Gallito, Posada y Saleri II aquel 27 de febrero de 1916. Hoy, a José Tomás le toca encender la traca final.