TESTIMONIO

Un peluche, un dibujo

Un docente de un instituto de Badalona escribe una carta en la que reflexiona sobre el impacto en las aulas de la tragedia del IES Joan Fuster

Un peluche, un dibujo TODOS_MEDIA_1

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T. D. R. / BADALONA

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Todo mi apoyo a los profesores, alumnos y familias del Joan Fuster. En pocos días se irán los periodistas y los delincuentes que se hacen pasar por periodistas y revelan datos de menores. En pocos días pasará la tormenta mediática y solo quedará el dolor y el duelo. En pocos días se verá la mezquindad de los que han vociferado atribuyendo esta desgracia al catalanismo o a los recortes o han aprovechado para decir que no estamos ante un hecho aislado. A veces las cosas pasan porque pasan.

Un antiguo alumno, musulmán, me comenta que gracias a Dios el niño no era de familia musulmana. Tiembla solo de pensar en vivir otro linchamiento mediático como el de los presuntos niños terroristas de Badalona. El martes leí en clase la entrevista con el profesor de Educación Física que publicó EL PERIÓDICO. Tocaba tutoría y pillaba justo a la hora de los minutos de silencio. Les pedí que no prejuzgaran, que no ayudaran a difundir imágenes o el nombre del chico como ya han hecho varias cadenas de televisión y algunos medios escritos y de la red. Son alumnos de segundo de ESO. Todos escucharon atentos mientras yo leía.

TOCADO EN LO MÁS HONDO  Les hablé de mi maestro Isidro, al que pilló el asunto dentro del Joan Fuster. Ese chaval estuvo en las clases de Isidro, tenía  la misma edad que yo cuando él me dio clase a mí. En la foto del diario, Isidro sale tocado en lo más hondo. No se me ocurre algo peor que eso, el duelo por el ausente, por el que no volverás a ver más. Una profesora de Badalona me comentó su soledad ante la muerte repentina de un alumno. Es algo parecido. Organizó un rincón y los chicos llevaban cosas, un peluche, una foto, un dibujo. Lloraban juntos y reían juntos recordando anécdotas. Se le paró el corazón y murió. Era el espacio de duelo. En el Joan Fuster tendrán que pasar ese duelo. Tendrán que recordar el día en el que un chico normal se convirtió inesperadamente en alguien al que ya no conocían.

Voy para el instituto. Un avispado niño musulmán va al lado del profe de Educación Física dando saltitos. Coincidimos en el semáforo. Le pregunto si se porta bien y me sonríe y me dice que sí. Es un enano movidito y adorable, de esos que siempre saludan y sonríen por los pasillos. El profe le pasa la mano por encima del hombro y le da un achuchón cariñoso, que él agradece. Hace muchos años una maestra de Primaria me explicó que muchas veces había que tocar a los niños, que una caricia podía calmarlos y que en Secundaria deberíamos acercar la distancia física con respecto a ellos. A pesar de eso reconozco que me cuesta bastante ese contacto, pero ayer acaricié un par de cabezas. Tenía necesidad de tocar a los niños que algunos pintaban como monstruos malcriados en los medios.

El profe que calmó a aquel chico dice que la solución es más humanidad y no más seguridad. Creo que tiene razón. Tenemos que ser más humanos y hacer normas más flexibles. A veces hay que pasar la mano por esa cabecita a un chico y no dejar nunca solo a un chico con su dolor o con su humillación.

En un mundo duro ese chico acabaría en la cárcel, tal vez encerrado de por vida. En mi mundo ideal acaba siendo el nieto que Abel jamás podrá dar a sus padres. Solo desde el amor y desde el perdón se puede avanzar. Un profe que sale de su clase para ayudar es un profe con unos valores aprendidos en casa y estoy convencido de que a no tardar será posible que el chico pida perdón y abrace a las personas a las que hizo daño. Tal vez mi mundo ideal no exista, pero prefiero luchar por él que rendirme, dejar para la siguiente generación un mundo en el que los valores fundamentales queden reducidos a un código penal en el que, como siempre, los que sufrirán más serán los que tengan el peor abogado.