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Pau Castell: «Las colgaban del pulgar para arrancarles la confesión»

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OLGA MERINO

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El fruto de su investigación, titulada Orígens i evolució de la cacera de bruixes a Catalunya (segles XV-XVI), ha sido galardonado con el tercer premio a la mejor tesis doctoral 2015 por el claustro de la Universitat de Barcelona. Un hecho insólito, ya que la distinción rara vez recae en trabajos sobre humanidades. En los próximos meses, Pau Castell Granados (Tremp, 1984) publicará la obra en inglés y en catalán.

-Las fuentes catalanas -sobre todo las actas judiciales sobre casos de brujería en los condados de Urgell, el Pallars, la Ribagorça y Andorra- todavía no se habían estudiado en profundidad y trastocan la hipótesis hasta ahora existente.

Doctor en Historia. Su tesis demuestra la ferocidad de la caza de brujas en Catalunya.

-¿Cuál? Que el origen de la caza de brujas en Europa se situaba en lo que llaman el arco alpino -Suiza, el este de Francia y el norte de Italia- porque allí surgieron, a principios del siglo XV, en un momento de profunda crisis, los primeros procesos documentados.

-¿Y? Al revisar los legajos catalanes, aparecen casos contemporáneos o incluso anteriores de mujeres acusadas de brujería o de formar parte de esta secta herética.

-¿El primer caso? Es difícil asegurarlo, pero sí puede confirmarse que en Catalunya, en el valle de Àneu, se hizo la primera ley europea sobre caza de brujas, en 1424. Se trata de un documento que legisla contra las «malas gentes» que se reúnen de noche, adoran al diablo, abjuran de la fe cristiana y causan males.

-¿Males? Podían culparlas de haber matado a los niños o el ganado, de causar la granizada que arruinó la cosecha, de envenenar los pozos... Las acusaciones venían de abajo. No era una minoría de fanáticos, sino toda la sociedad la que participaba de esta psicosis.

-¿Quién la fomentaba? La Iglesia, desde luego, y los predicadores bajomedievales, que condenaban a las fetilleres (hechiceras), conjuradoras, sortílegas y adivinas. San Vicente Ferrer conminaba a los fieles en Lleida a deshacerse de estas adoradoras del diablo. «Que no us falti la llenya», dice en un discurso.

-Pero las gentes acudían a ellas. Porque eran mujeres que poseían conocimientos sobre plantas medicinales, prácticas mágicas, sobre asistencia en los partos. A veces también les pedían protección o la suerte en una empresa determinada.

-¿Bastaba una denuncia? Sí, una acusación ante el corregidor o el procurador. En toda Europa, los juicios por brujería los asumen mayoritariamente los tribunales laicos, no los eclesiásticos.

-¿...? Curiosamente, la caza de brujas resulta más virulenta en aquellas zonas donde las autoridades locales gozan de mayor autonomía (Catalunya, Escocia, los principados alemanes, alguna ciudad italiana) que en otras con un poder centralizado y fuerte (Castilla, Inglaterra). La Inquisición era muy escéptica con la cuestión de la brujería y rara vez intervenía. Una vez entraban en la rueda de la justicia, el proceso mismo llevaba a estas mujeres al tormento.

-Ay. Con la tortura, pretendían asegurarse de que decían la verdad. Aquí lo más común eran las estrepades: les ataban una cuerda al pulgar, las colgaban y las dejaban suspendidas en el aire para arrancarles la confesión. «Baixeu-me, que jo diré la veritat», es una frase que encuentras a menudo.

—Y luego, a la hoguera. A la horca, que es el símbolo de la justicia civil y laica. Pero siempre se quemaba el cadáver por la cuestión del diablo.