La pesadilla del lavacoches de Montgat

«Paso los días acojonado»

Una celda de la cárcel de Nápoles, donde está preso el lavacoches de Montgat.

Una celda de la cárcel de Nápoles, donde está preso el lavacoches de Montgat.

ANGELA BIESOT / MICHELE CATANZARO
BARCELONA

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Ni los mafiosos con los que compartió banquillo conocían a Óscar Sánchez. ¿Cómo iban a conocerlo? «Los condenados en mi primer juicio me preguntaban: '¿Y tú, quién eres?' No me habían visto nunca», relata el lavacoches en una entrevista por carta concedida a EL PERIÓDICO , en la que describe la dureza de la cárcel de Nápoles. «La mayor parte del tiempo estoy acojonado», cuenta desde su celda.

Cuando hace un año la Guardia Civil se presentó en su lugar de trabajo, Óscar se quedó «parado». «Y mi jefa, boquiabierta». Cuando le dijeron que le detenían por tráfico de drogas pensó que era por los porros que fumaba «o por conocer a algunos de los vendedores de mi pueblo», confiesa. Pero nunca llegó a entender que se le acusara de ser un narcotraficante al servicio de la Camorra napolitana que organizaba los envíos desde Latinoamérica a Italia.

El mecanismo judicial fue imparable e implacable. «[En la Audiencia Nacional, que le extraditó a Italia] no tuve defensa y tampoco el derecho a declarar». El juez se limitó a preguntarle si Óscar Sánchez era él, y él no fue informado de las circunstancias de su detención hasta su llegada al aeropuerto de Roma, de donde fue a la prisión de Rebibbia. «Me entregaron la causa poco antes de llevarme a la cárcel. Eran un montón de hojas con nombres, fechas, lugares y llamadas. Todo en italiano», cuenta el detenido, que no habla otro idioma que el castellano. El primer día en prisión compartió celda con tres italianos y un venezolano, «quienes me explicaron lo de la causa paso por paso. Yo les decía que no podía ser, y ellos, al verme cómo era, me creyeron». «Aquí nadie puede creer que soy yo el que realmente buscan».

«El fiscal nunca me creyó»

El lavacoches afirma que la fiscalía italiana tiene documentación «de sobras» del «otro», el mafioso que le suplantó la identidad. «Pero el fiscal nunca me creyó». Cuando llegó la orden de extradición tuvo miedo, recuerda. «Pero era obligatorio [ser entregado a Italia]».

En la cárcel de Nápoles, Óscar comparte celda con nueve presos. «Estoy 22 horas con ellos y dos más de patio. Es complicado. Casi, casi hay agresión. Uno de ellos los para un poco y se olvidan de mí hasta el día siguiente, que viene a ser lo mismo». El lavacoches de Montgat no esconde su decepción con la justicia italiana: «Aquí la justicia es del tercer mundo (...) te crujen de por vida». Y reitera su alegato de inocencia: «Quiero deciros que no tengo nada que ver con los hechos de los que se me acusa. Yo soy un simple trabajador».

Hoy, tras casi 400 días privado de libertad, Óscar sospecha que unas personas que cuidaron de su madre enferma durante una temporada pudieron sustraerle documentos con los que el auténtico narcotraficante le usurpó la identidad. «Una de ellas me robó la tarjeta de crédito y pudo tener acceso a mi teléfono móvil. Me di cuenta de la pérdida de la tarjeta al día siguiente y lo denuncié [a la entidad bancaria]». Esto lo piensa ahora; entonces no sospechó nada.

También lamenta la aprobación del peritaje fonético que sirvió de base para su condena. El perito consideró compatible su voz con la del auténtico narco, un uruguayo. «Yo soy de padres inmigrantes y vosotros sabéis cómo hablan los que vinieron de Andalucía. Y los suramericanos hablan muy distinto. En prisión hablo con ellos y su habla es diferente a la nuestra. Además, lo curioso es que yo apenas hablo y [lo hago] muy mal».