TESTIGO DIRECTO

«Yo pasaba por allí»

«Si te veo colocado ante el juez, me paso los derechos humanos por el forro de los cojones», amenazó un celador a Luis Troquel

Luis Troquel (detrás, con melena) y Luis de Holanda (a la izquierda), unos días después.

Luis Troquel (detrás, con melena) y Luis de Holanda (a la izquierda), unos días después.

LUIS TROQUEL / BARCELONA

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Lo recuerdo como una película de Eloy de la Iglesia. Y me lo siguió recordando durante mucho tiempo la policía cada vez que me paraba. Estaba y supongo que debo seguir estando fichado.

Algo más de 30 años no me han hecho olvidar aquellas algo más de 30 horas que pasé detenido. 35 creo que fueron. Más por lo estrambótico que por lo traumático, tampoco es cuestión de dramatizar. Ni de ponerse medallas. Porque aunque consto como okupa 'avant la lettre', en realidad nunca lo fui. Simplemente pasaba por allí. «¿Sabéis a lo que exponéis?», nos advirtió alguien en tono airado desde lo alto de la casa cuando íbamos a entrar. Yo desde luego, sí lo sabía. La mitad de mis amigos militaban en la naciente causa 'squatter'. Sin embargo, a pesar haber vivido una preadolescencia de lo más politizada, entonces todo eso me la traía al pairo. Tampoco compartía con ellos el 'look punkie', aunque sí muchas otras cosas.

Aquella noche había quedado con mi mejor amigo. Luis, también se llamaba. Luis de Holanda le acabaría llamando todo el mundo cuando se marchó allí. Daban un nuevo episodio de la serie 'Retorno a Brideshead', que él y yo veíamos siempre en la televisión de un bar cercano.

Luis de Holanda estaba metido hasta las cejas en la okupación y cuando retornó a la casa, yo y un grupo de amigos que encontramos de camino compramos botellas de champán y decidimos acompañarle dando la nota frívola. Y de ahí a vernos rodeados de antidisturbios sin comerlo ni beberlo. En mi caso ni una sola gota. Yo no probaba el alcohol por miedo a que interactuara con los ansiolíticos a los que estaba completamente enganchado. Tras llevarnos a todos a una comisaría que había en Rosselló, nos repartieron por otras en grupos.

A mí me tocó en la de Lesseps. Mi amigo Luis venía conmigo y había logrado esconder un pequeño gatito bajo su jersey. Cuando los policías estaban arriba, el gatito entraba y salía entre los barrotes del calabozo. Yo también pude salir un rato de esa comisaría. En coche policial al Hospital del Vall d'Hebron. Me dio un ataque de pánico cuando me quitaron los ansiolíticos y monté tal pollo que conseguí un permiso médico para que me los devolvieran.

'El castigador'

Como suele pasar, el trato policial dependía de quién te tocara. Había uno terrible. 'El castigador', le llamábamos riendo Luis y yo cuando se iba. Pero cada vez que volvía nos aterraba su sola presencia. La segunda noche encerrados, el gatito empezó a maullar. Bajó 'El castigador' enfurecido, preguntando que pasaba. «Es un gato», dijo otro de los que estaban con nosotros en la celda. «¿Dónde está? ¡Que lo estampo!», amenazó él. Luis de Holanda, sin decir nada, con suma sensualidad se subió el jersey y mostró al gatito en su regazo. Boquiabierto se quedó 'El castigador'. Y todavía más nosotros cuando le vimos buscar una botella de plástico y cortarla para hacer un cuenco con el que darle leche.

Nuestro segundo amanecer fue en un furgón policial XXL rumbo a jefatura. En Via Laietana. Nos separaron por sexos en diferentes celdas comunales. La nuestra estaba en penumbra, abarrotada. Dos yonquis empezaron a pedir a voz en grito algo que les calmara el mono. Los sacaron y lo único que les dieron fueron golpes y patadas por todo el cuerpo. De nuevo en la celda, fueron ellos dos quienes se llevaron a uno de nosotros a un rincón, bromeando en plan colegas, para lanzarse sobre él a puñetazo limpio. O sucio, igual habría que decir.

Por mi parte, logré que no me quitaran los ansiolíticos ni en los calabozos del juzgado donde luego nos trasladaron. Les mostré el salvoconducto médico. Tanto supliqué que al final un celador tremebundo consintió. No sin antes advertirme: «Pero si te veo con cara de colocado cuando declares delante del juez, me paso los derechos humanos por el forro de los cojones».