Análisis
El Papa habla español
Ha bastado poco más de un día para que los cardenales electores se hayan puesto de acuerdo en elegir al cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, un jesuita de 76 años que se llamará Francisco I. No era de los favoritos pero estaba bien situado. Tiene fama de hombre cercano al pueblo y conoce bien lo que significan la miseria y la injusticia. Un hombre prudente. Tanto, que se ganó más de una crítica por su actitud poco beligerante durante la dictadura militar argentina.
A diferencia de lo que pasa en política, el elegido no se presenta con un programa electoral. Se le elige por lo que ha sido, dicho o hecho. Claro que los retos están ahí. Son de tal envergadura que lo que del nuevo Papa se espera es que tenga fuerzas físicas y morales para llevarlos a cabo. Benedicto XVI abrió la caja de Pandora y su sucesor no podrá mirar hacia otro lado. Pero no podemos olvidar que la Iglesia católica es una monarquía absoluta y el modo de ser cada Papa imprime carácter. Juan Pablo II, que era un populista, se dedicó a llenar las plazas. A Benedicto XVI, que había sido catedrático, le tiraba más escribir libros y vigilar las ideas de los demás. Francisco I tendrá que mirar al Vaticano y al tercer mundo.
Pero la novedad del nuevo Papa es la cohabitación con el anterior. Por muy retirado que esté, el nuevo inquilino del Vaticano tendrá que convivir con el gesto de la renuncia. Benedicto XVI no va a ser un Papa en la sombra, pero su gesto marcará el horizonte de toda su gestión. Con esa afirmación de la temporalidad del ministerio papal, Benedicto XVI no solo rompía con una tradición milenaria, sino que cuestionaba una de las notas más queridas y repetidas por la jerarquía católica: la obsesión por lo absoluto, lo eterno, lo indisoluble, lo dogmático. La temporalidad del cargo desinfla la retórica absolutista y permite plantearse de otra manera la relación, por ejemplo, con las otras religiones. Puestos a ser coherentes, bajarse de la retórica absolutista es reconocer que nadie tiene la verdad en exclusiva, que lo propio del ser humano es buscar la verdad más que poseerla. Eso cambiaría el diálogo interreligioso. Lo mismo cabría decir de planteamientos tan inamovibles como el no sacerdocio de las mujeres, que el sacerdocio es ad aeternum o que el matrimonio es indisoluble. La temporalidad supone una brecha en la milenaria estructura del catolicismo cuyas consecuencias son incalculables, aunque nada permite suponer que ese cálculo haya jugado papel alguno en el nombramiento.
Francisco I es el primer Papa iberoamericano, y eso significa que se espera de él no solamente que limpie el Vaticano sino que represente los problemas y las esperanzas que asociamos al tercer mundo. Es el primer Papa jesuita que anuncia su vocación misionera al tomar el nombre de su correligionario Francisco Javier. Un Papa que habla español, una lengua de proyección universal aunque nos luzca poco. Ahora, con acento argentino, se hará oír en todo el mundo.
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