REVISIÓN DE LA DOCTRINA CATÓLICA

El Papa bendice a Darwin

El papa Francisco llega, el día 22, a su audiencia semanal en el Vaticano.

El papa Francisco llega, el día 22, a su audiencia semanal en el Vaticano.

ROSSEND DOMÈNECH / ROMA

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Si el hombre procede del mono, la circunstancia no constituye un problema para el catolicismo. Con su habitual lenguaje ligero y directo, Francisco se ha convertido en el primer Papa que afirma de propia voz que la teoría sobre la evolución de las especies formulada por el inglés Charles Darwin «no contradice la noción de creación». De esta forma se pone fin a 155 años de disputas, dudas, condenas y malabarismos para armonizar el origen del mundo según los científicos con el relato bíblico sobre la creación, aquel que en los países católicos se enseñaba desde la niñez y que afirmaba que Dios creó el mundo en siete días y moldeó al final a Adán con el barro.

Durante muchos años, párrocos, obispos, papas y el mismo Santo Oficio sostuvieron que si la Biblia era la palabra de Dios, y en ella se afirma que fue este quien con sus manos creó al hombre, no se podía apoyar que el hombre fuese el resultado de una evolución de organismos vivos elementales. Por ello, no sorprende que Darwin fuese pintado por los caricaturistas católicos como un mono que intentaba ponerse de pie.

«El big bang que se coloca en el origen del mundo no contradice la intervención creadora divina, sino que la exige», dijo Jorge Bergoglio el pasado lunes en un discurso ante la Pontificia Academia de las Ciencias del Vaticano. «Dios no es un demiurgo o un mago que con su varita mágica está en condiciones de hacerlo todo», añadió, subrayando que «la evolución de la naturaleza (Darwin) no contradice la noción (católica) de la creación».

UN PRINCIPIO SUPREMO

La conciliación entre lo que han sido llamado el evolucionismo (Darwin) y el creacionismo (catolicismo) no figura todavía en un documento oficial, pero el Papa, de momento, la explica así: «Dios creó a los seres y dejó que se desarrollaran de acuerdo con la leyes internas que dio a cada uno». Añade que «el comienzo del mundo no es obra del caos (...), sino que deriva de un principio supremo que crea por amor». En resumen, Dios creó el mundo y si lo hizo a través de la evolución carece en realidad de importancia.

Las palabras de Francisco constituyen el punto de llegada de una lenta y atormentada aproximación de los católicos, no solo a Darwin, sino a todos los descubrimientos sobre el universo que desde entonces se han ido haciendo. Unos descubrimientos con los que resultaba cada vez más peliagudo atribuir a la Biblia un significado científico. De hecho, el Santo Oficio, guardián de la ortodoxia católica, no se pronunció nunca contra las teorías evolucionistas y cuando en 1998 se desclasificaron sus archivos sobre la cuestión se entendieron mejor las razones del silencio.

LENTA APROXIMACIÓN DESDE 1950

La lenta aproximación católica a las teoría evolucionistas parte principalmente de la encíclica sobre el género humano (1950), en la que Pío XII aceptaba que el hombre pueda proceder de «materia orgánica preexistente», aunque excluye aún que se trate de un «bruto». A principios del siglo XX, filósofos, teólogos y la misma Pontificia Comisión Bíblica dijeron abiertamente que los relatos bíblicos sobre la creación eran «metáforas, figuras y alegorías». Pero todavía en 1962 el clérigo y científico Pierre Teilhard de Chardin fue condenado por haber escrito que «la evolución es un hecho». El Concilio Vaticano II remachó que la creación bíblica era fruto «de los géneros literarios propios de la época» y Juan Pablo II añadió que «la evolución no es una mera hipótesis» pero «presupone la creación».

Benedicto XVI no avaló el creacionismo católico -el Dios de la varita mágica— y en el 2000 firmó un artículo colectivo sobre la existencia de una evolución desde el big bang hasta la actualidad. En el 2009 pidió a los jesuitas que organizasen una conferencia internacional sobre la cuestión, en la que participaron los máximos expertos católicos y agnósticos. La conclusión fue que un universo creado por Dios y un universo surgido a través de la evolución no eran contradictorios. «Casos como el de Galileo basta uno solo», había cortado por lo sano Pío XI.