EL ÁNIMO DE LOS AFECTADOS

Paciencia entre vallas

El polvo y el ruido fastidian, pero son para mejorar», dice un restaurador de Arenys

E. W.
BARCELONA

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El aspecto entristece un poco. La tienda, una mezcla de supermercado y bazar de artículos de playa y suvenires, parece enjaulada. Solo se puede llegar a través de un estrecho pasillo. Apenas queda un metro de espacio entre las vallas de las obras y los artículos expuestos: colchonetas hinchables, flotadores, gafas de sol. Asha mira y habla con resignación. «¿Qué vamos hacer? Llevamos así meses. Para la tienda es muy malo, entra mucha menos gente. Respiramos con alivio cuando son las seis de la tarde y acaba el ruido. Menos mal que los fines de semana no trabajan en la obra».

Un día no muy lejano, la antigua riera de Capaspre de Calella, trampa sin compasión en días de diluvio para coches aparcados ahí, será una fenomenal rambla de acceso a las playas de Calella. Hasta entonces, comerciantes, vecinos y bañistas deben ejercer la paciencia, como hace Asha, una mujer de la India que regenta su tienda a la espera de tiempos mejores. Tres metros más allá, Rajinder limpia, por enésima vez, las gafas de sol de un expositor. «Hasta de las patatas tenemos que quitar el polvo por las obras», dice Asha. De poco le sirve el obrero que no para de regar con agua el sitio donde sus compañeros levantan polvo.

Para el Ayuntamiento de Calella, el Plan E llegó en buen momento. Fomento ya había cubierto, por fin, la denostada riera, pero faltaba dinero para urbanizarla. Dinero que llegó el 12 de febrero, 2,7 millones de euros. Con la exigencia de licitar y adjudicar las obras de inmediato. Tiempo de ejecución: seis meses. O sea, en obras hasta septiembre, como mínimo. En pleno verano. No había remedio, en este caso.

Como tampoco en la cercana población de Arenys de Mar, donde incluso un miércoles cualquiera se forma la única cola en toda la N-2 a su paso por el Maresme. Culpa de unas obras que estrechan sustancialmente la maldita carretera, justo en pleno centro de la población. También ahí luce el gran cartel de color amarillo con letras rojas, Plan E, omnipresente en toda España.

El restaurante Casa Poncio, en Arenys de Mar, también se encuentra cercado, con las vallas a menos de un metro de su entrada. Por ese pasillo estrecho, los bañistas intentan hallar el camino a la playa, no sin antes cruzar las propias obras para alcanzar el semáforo. Pero Poncio Mora, el Poncio de Casa Poncio, no se queja. «Vale, molestan el polvo y el ruido, pero es para que luego todo esté mejor. Ampliarán la acera aquí delante, que ya es algo. Y si hicieran las obras en invierno, puede que lloviera, y estaría esto lleno de barro. Nunca es el momento bueno».

Sortear obstáculos

Además, en su restaurante entran ahora también los trabajadores de la obra. Poncio celebra que el plan de Zapatero haya generado al menos empleo. Dice que tendrá que aguantar las obras unos tres meses más. Desde el ayuntamiento le han informado bien, desde el principio. «Y cuando acaben, lo celebraremos». Lástima que por entonces ya no será verano, ni habrá bañistas, aunque permanecerá la N-2, que también aporta comensales.

En la calle de S’Auguer de Blanes, totalmente levantada, Fernando y Olallo descansan un momento del trabajo mientras delante de ellos, salvando los obstáculos, turistas extranjeros intentan llegar a su hotel. «Nos alegran un poco el verano», dicen. No se refieren a las guiris en biquini, sino a las obras. Aunque, añade Olallo, «puede que sea pan para hoy y hambre para mañana», por lo que espera que en otoño la construcción se levante un poco de la tumba que la crisis le cavó.

Y así están en toda la costa catalana. Unas obras son más molestas, otras acabaron justo antes de que llegara la avalancha de agosto, pero todas, en teoría, deben llevar a una vida algo mejor. Para los obreros y sus empresas, pero también para vecinos y visitantes. Casi todos los ayuntamientos han aprovechado los millones del plan para ejecutar proyectos urbanísticos o sociales que llevaban años en el tintero.