CONMOCIÓN POR LA INVESTIGACIÓN DE UN ESCÁNDALO

Ovejas descarriadas

La misa de las siete de ayer en la parroquia de San Juan María Vianney.

La misa de las siete de ayer en la parroquia de San Juan María Vianney.

MAYKA NAVARRO / GRANADA

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Las fuertes rachas de viento que ayer por la tarde azotaron Granada derribaron varios árboles en el recinto de la Alhambra. El aire llenó de ramas y hojas secas el patio de la entrada a la parroquía de San Juan María Vianney, en el barrio del Zaidín. Pero vendaval por el escándalo de los presuntos abusos sexuales protagonizados por tres populares sacerdotes de la ciudad no ha mermado la confianza de los numerosos feligreses. Al contrario.

Faltan quince minutos para las siete de la tarde y las campanas del austero torreón de la parroquia tocan a misa. A pesar de lo desapacible que se ha quedado la tarde por culpa del viento los feligreses se van acercando poco a poco y en silencio hasta la iglesia. Cuando el cura Manolo da inicio a la ceremonia casi un centenar de parroquianos atienden a sus palabras repartidos entre las cuatro hileras de bancos de la estancia.

Hasta el martes pasado que fue apartado de sus funciones, junto a otros dos sacerdotes, las misas en esta iglesia las oficiaba Román. A este cura señala el joven, que ahora tiene 24 años, como el responsable de los abusos sexuales que asegura haber sufrido cuando tenía 11 años y ayudaba al sacerdote haciendo labores de monaguillo. El papel de los otros dos curas sospechosos sería menor, según la denuncia, pero también los señala como autores de abusos y tocamientos. El denunciante, que actualmente trabaja como docente en un colegio del Opus Dei en Pamplona, aportó el nombre de otros monaguillos que según su testimonio también fueron víctimas de abusos.

A pesar de la ventisca, que no amaina, hay corrillos a las puertas de la iglesia. Abrazos largos e intensos entre los feligreses que extrañan a Román. «Tengo cuatro hijos, y los cuatro han estado con este cura. Y mis hijos querrán que mis nietos estén cerca de Román. Porque este hombre está lleno de Dios. Le voy a decir una cosa, mi marido murió hace cuatro años y en el fondo doy gracias a Dios que no haya visto esta sarta de calumnias y mentiras porque se me habría muerto de pena. Yo por ese cura mato, se lo juro». Agitada por la rabia y por el viento habla con esa vehemencia y pasión Mariana Coca Durán. Es de las pocas que accede a dar su nombre porque irrumpe a gritos en el patio la madre de otro sacerdote que invita sin amabilidad a la forastera a abandonar la casa de Dios. «Estamos indignados y solo nos queda confiar en Dios, que está de su parte, y en la justicia. Y ahora por favor, márchese de una vez».

Con más serenidad, Aurelia Tercedor y Manuel Ruiz explican que conocen a Román hace muchísimos años. «Hemos comido en su casa y el ha comido en la nuestra, y no una, ni dos. Muchas veces». Una fuerte amistad, más allá de la relación entre parroquiano y sacerdote, que les permite estar al corriente de cómo se encuentra el cura investigado, con el que se comunican por mensajes. «Está muy mal, completamente hundido. No entiende nada de lo que está pasando».

El matrimonio explica que lo que algunos «malintencionadamente» han calificado como la secta de los Romanones,  no es más que un grupo buenos amigos de sacerdotes, una decena, que cada domingo, tras sus respectivas tareas, se reunían en una casa o en un chalet para realizar ejercicios espirituales y trabajar «en beneficio de una mejor Iglesia». Y añaden que «en ese chalet de Pinos Genil en el que dicen que se organizaban las orgías hemos estado un montón de veces. Es una casa grande pero austera que Román heredó de su padre, médico de la época».

No son pocos los que ven tras esta denuncia una guerra contra el arzobispo de Granada Francisco Javier Martínez. Aunque recuerdan que al arzobispo no le gustaba demasiado la autonomía y popularidad que tenía los curas amigos de Román. «Usted ha estado alguna vez en una misa en la que el cura le haya hablado desde el altar con un PowerPoint. Pues eso lo hacía Román en un iglesia de barrio de Granada», ilustra otra feligresa.

Desde la última fila de bancos atendió a la misa Antonia. A ella le gusta más la parroquia del Corpus Christi pero se acercó para chafardear y ver si en su homilía el sacerdote Manolo hablaba entre líneas. Eligió el versículo 34 del libro de Ezequiel de la Biblia, el dedicado a las ovejas descarriadas...