MALTRATO INFANTIL

Olga no quiere llegar a casa

GUILLEM SÀNCHEZ / TERESA PÉREZ / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La mujer se detiene junto al portal, da media vuelta y observa que su hija, de 12 años, no quiere llegar a casa. La niña, Olga [es un nombre ficticio], sostiene en una mano una garrafa de agua mineral y en la otra dos bolsas con el resto de la compra. Permanece quieta. Ni siquiera se mueve cuando la madre extiende el brazo para señalar el hueco de la puerta principal mientras se lo ordena por última vez: “Sube para arriba que ahora tu padre ya dirá”. Nada. La niña no quiere entrar en casa. La madre va a por ella. Olga suelta la garrafa y las bolsas y huye. 

Minutos después, la cámara de seguridad instalada en la portería de este bloque de viviendas de Barcelona, registra la reaparición de la madre y de la hija. Son las cinco y media de la tarde del martes 19 de abril. A esa hora, los vecinos entran y salen del edificio. El portero, que ha escuchado la discusión, abandona su puesto y decide asomarse sencillamente para que sepan que está ahí. Ni los vecinos ni el portero evitan con su presencia lo que está a punto de suceder. La madre se abalanza sobre la pequeña. Intenta cogerla del brazo, del abrigo, cualquier asidero le vale. Finalmente lo logra por el cabello. El tirón es tan fuerte que tira a la niña al suelo, y sigue arrastrándola sin que quede claro hasta donde piensa tirar de ella. El portero interviene. Colocando su mano sobre la de la madre que agarra el pelo a su hija, le pide que por favor se detenga. La niña, con el trasero en el suelo, da la impresión de querer esconderse tras el portero. Llegan la abuela y la hermana pequeña. Se deshace el embrollo y las cuatro suben a casa.

El portero acude al monitor de la cámara, rebobina la cinta y comprueba que todo lo que acaba de vivir está grabado. Revisándolo, le invade una certeza: si esto ha ocurrido en su presencia y en la de otros vecinos, qué debe estar viviendo ahora Olga, atrapada en una casa en la que no quería entrar, a solas con una madre que le pega. El hombre coge el teléfono y llama a la Guardia Urbana.

EL FIN DEL INFIERNO

Dos policías que patrullan con su motocicleta cerca de la zona reciben el encargo de responder a su llamada. Tras hablar con el portero, suben a la casa. Preguntan por la pequeña. La encuentran en su habitación, tumbada sobre el suelo, llorando. Intentan consolarla. Le ofrecen ir al médico. La niña niega con la cabeza. “¿Tu madre te pega a menudo?”. Esta vez asiente.

Cuando el padre llega a casa, abre la puerta y ve a dos policías uniformados en su comedor. Le pregunta a su mujer qué ocurre y esta se lo cuenta. Luego pronuncia dos frases que terminan de convencer a los agentes de que el infierno de Olga ha durado demasiado. Son esta, dirigida a su esposa: “Los nervios se pierden en casa, no en la calle”. Y esta otra, a la niña: “Tú ten cuidado con lo que dices, que por ser una mala hija van a encarcelar a tu madre”.

"ERES UNA MIERDA"

Los malos tratos que ha sufrido Olga son físicos, porque su madre le pegaba con la escoba, con una percha o con lo primero que tuviera a mano y porque su padre usaba las manos pero a él nunca le bastaba un único golpe, y psicológicos, porque su Whatsapp recoge mensajes escritos por su madre ese mismo día en los que le dice que es una “mierda” y una “basura”, la amenaza con meterla “en un reformatorio” y humillarla aireándolo en su perfil de Instagram e, incluso, le pide que le haga “el favor” de “marcharse de casa”.

Los policías interrogan a su abuela materna y a su tía. También a un chico marroquí menor de edad, que se había convertido en una antena de la abuela para que avisara si volvían los gritos a casa de su hija. Los tres confirman lo que cuenta la niña. Recibe palizas de modo frecuente. Ellos han visto los golpes que reciben tanto Olga como su hermana menor, de 9 años. Y han asistido a la conversión de su infancia en un tormento, en el que Olga tiene tanto miedo que ha pensado en el suicidio como vía de escape. Lo ha intentado en más de una ocasión y por eso acude de vez en cuando al psiquiatra.

Tras anotar las declaraciones, que incluyen que -según la abuela- la mujer también es a su vez víctima de la violencia del marido, le piden al chico que se lleve a las niñas a su casa. Los agentes no quieren que vean como arrestan a sus padres. Las dos hermanas y el pequeño de la casa, un bebé de un año, se trasladan a vivir con la abuela mientras la Direcció General d’Atenció a la Infància i a l’Adolescència (DGAIA) decide quién recibirá la custodia de los tres.

Afuera ya está anocheciendo. En la cámara de seguridad aparece la figura de la madre esposada. Ahora es un policía quien la sujeta a ella, del brazo. Así termina el infierno de Olga. Hoy trata de empezar otra vida, marcada por las mismas heridas que recibieron más de mil niños el año pasado en Catalunya. A ellos también los maltrataron los que estaban obligados a quererlos: sus padres.