FENÓMENO EN AUGE

Nuevas 'familias' unidas por un mismo techo

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Beatriz Pérez / Barcelona

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Elevadas tasas de paro, bajos salarios, alquileres por las nubes... Son algunos factores que empujan a los ciudadanos de las principales ciudades de España a compartir piso. Pero no son los únicos. También existen otros que tienen más que ver con los tiempos que corren, como el hecho probado de que las relaciones sentimentales duran menos que décadas atrás. Y es así cómo surgen nuevas formas de convivir.

Julia Le-Senne, de 28 años, tiene una hija de 5. Hace un par de años que está separada y ahora comparte un piso de alquiler, en el barrio barcelonés de Sant Antoni, con otro padre también separado y con una hija. "Encontrar un piso para mí sola es imposible", expresa esta joven, copropietaria de la tienda ecológica La Lleteria del Poble Sec.

Desde que separó, relata esta joven de la generación 'piso compartido', ha convivido en una misma vivienda con otras familias separadas. "Para mí es mejor así. Las familias entienden mejor tu situación. Y se respeta el ambiente, hay mucho equilibrio. Cuando hay niños, es una cosa. Hay que hacer cenas para todos, por ejemplo. Cuando no hay niños, es diferente", añade.

Le-Senne asegura que, en su entorno, es muy habitual este fenómeno de jóvenes separados con críos que comparten piso para hacer frente a alquileres abusivos que ellos solos no podrían afrontar. "Nos hacemos llamar las nuevas familias", comenta entre risas. Ella paga 385 euros por dos habitaciones (una para ella y otra para la hija) y un saloncito propio.

"La mayoría de los padres y madres que nos hemos juntado no tenemos familiares en Barcelona, es decir, no tenemos apoyo familiar. Por eso también nos vemos obligados a compartir", relata esta joven menorquina asentada desde hace años en Catalunya.

Menos emancipación

Ricard Fernández, gerente del área de Derechos Sociales del Ayuntamiento de Barcelona, reconoce la dificultad de acceder a una vivienda propia. "Llevamos dos años en los que los alquileres suben por encima de los dos dígitos. Y todo indica que continuará", reconoce.

Los efectos de esta situación son evidentes: "Menos emancipación juvenil, más expulsión de ciudadanos de la ciudad y una mayor sobreocupación de la vivienda". Por "sobreocupación de la vivienda" Fernández se refiere a la convivencia de personas de diferentes unidades familiares en un mismo hogar.

Es el caso de Elena (nombre ficticio), que tiene 36 años y un hijo de 5. También está separada. "Comparto piso para tener tiempo de calidad con el niño, ya que solo trabajo 30 horas a la semana", cuenta esta joven que prefiere mantenerse en el anonimato porque subalquila una habitación. En España, cuatro de cada 10 alquileres no se declaran a Hacienda, según datos del colectivo de Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha). 

Y también el caso de Natalia Carvalho, de 37 años y diseñadora web. Con una hija de 14 años se ve obligada a alquilar una o dos habitaciones para poder salir adelante. Vive en un piso de 65 metros cuadrados en Ciutat Vella y, durante ocho meses al año, son tres y a veces cuatro conviviendo en él.

"Subalquilo habitaciones a estudiantes que vienen de EEUU a estudiar en Barcelona. La pensión de mi ex no nos da para todo... Me veo obligada a alquilar y, gracias a esto, podemos respirar un poco". A veces, lo admite, cuesta convivir con extraños. "Mi hija y yo somos muy familiares", destaca.

Mercado laboral

Agustí Jover, socio de Promo Assossors Consultors, reconoce que compartir piso es un "hecho". Pero, en su opinión, el principal problema no está en la vivienda, sino en el mercado laboral. "El origen de esta situación son el paro y los sueldos de miseria", denuncia Jover, quien añade que para "combatirlos" hacen falta políticas sociales que garanticen que una persona tenga sus necesidades cubiertas.

También lamenta que las políticas de vivienda hayan prácticamente "desaparecido" ya que, según él, España no destina en la actualidad "ningún esfuerzo" a ayudas de vivienda social. A todo esto se le suma el que la gente joven suele optar por trasladarse a grandes ciudades como Barcelona, donde la oferta cultural y la libertad son mayores. Ello pese a que los alquileres sean mucho más elevados.