8-M. Contra la desigualdad

Mujeres en lucha

Hay conceptos como 'abrirse paso' y 'superar obstáculos' que para algunas mujeres tienen un significado especial. La lucha continúa, dice el cliché, y lo hace, pero las condiciones son otras: una crisis encallada que, se denuncia ya, ha robado terreno a la igualdad. Cuatro mujeres hablan en este contexto de sus luchas personales, de cómo les ha afectado estos años de crisis y qué están haciendo para salir adelante.

MAURICIO BERNAL
BARCELONA

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Emilia crisis ha visto muchas, por decirlo de algún modo, y por decirlo de otro su vida ha sido siempre un moderado y sostenido aprieto. «Lo bueno de haber luchado desde joven es que lo que pasa ahora no me asusta», dice. ¿En qué asiento se sienta Emilia? En el de sus 47 años, sus cuatro hijos, su marido mileurista, su ocasional trabajo de asistenta, su situación un poco al límite; sobre todo en su experiencia. «He sido barrendera, he trabajado en cocinas de colegios, en grandes almacenes, he limpiado casas. Siempre he trabajado en lo que he podido, toda mi vida he picoteado aquí y allá. Ahora quizá es más difícil encontrar algo, pero yo estoy acostumbrada a no tener todo a la primera». Emilia se apellida Romero y vive en el barrio de Horta, en Barcelona. Unas galletas de chocolate a final de mes, dice, es una utopía, un lugar remoto.

Es el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que la ONU instituyó oficialmente en 1977 para celebrar la lucha femenina en favor de la igualdad; y el sexto año de la crisis. UGT subrayaba ayer que la cuarta parte de las mujeres europeas en el paro son de España, que el desempleo femenino ha crecido más del doble en cinco años y que hay más mujeres que hombres sin trabajo. Igual de descorazonador, que en los avances logrados en los últimos años en materia de igualdad se ha dado «un gran paso atrás». ¿Cómo, en concreto, atraviesan las mujeres esta larga y penosa crisis? Si es que la atraviesan de un modo distinto.

TIEMPOS DE OPULENCIA / «Estaban haciendo recortes de salarios y personal. Yo salía muy perjudicada, y además pensé que llevaba siete años con ellos y que en los últimos cinco no me habían subido el sueldo. Y decidí irme». Ruth Noemí Pineda es dominicana, tiene 40 años, lleva 23 en España y ha trabajado como asistenta doméstica y canguro, y últimamente como ayudante de cocina. Vive con su marido, sus tres hijos y una hija de él. Los años no le han laminado el acento, y menos las ganas de abrirse paso. «Era un momento difícil, sobre todo porque mi marido no tiene trabajo fijo, y aquí hay niños pequeños y al menos un salario debe entrar para poder sobrevivir. Por eso decidí emprender yo mi propio negocio, como siempre había querido, y pedir la capitalización del paro».

A unas cuantas galaxias en el espectro social, Isabel Molina vende las joyas de sus tiempos de opulencia para recaudar dinero. Sabe lo que es la lucha desde hace poco. No hace más de tres años la casa tenía piscina y estanque en el jardín, las habitaciones eran asombrosas por kilométricas y no faltaba nada, al contrario. Dos criaturas de cuidado, entonces, el divorcio por un lado y su marido por otro, la dejaron casi sin nada, expuesta por primera vez. Vulnerable.

VENDER PARA VIVIR / «Durante años viví a un nivel alto; ahora no tengo ni una manutención por el divorcio». El trabajo de auxiliar en un hospital que en los últimos años de su matrimonio se había buscado, en parte para hacer algo y en parte para poner distancia con su esposo, se convirtió en vital, literalmente, una fuente de ingresos que no podía despreciar, y es al que se aferra mientras escampa. Vende las viejas joyas, pide prestado de sus hermanas, se maravilla con la natural generosidad de sus amigos. «Empecé a ir por la ciudad en la Brompton cuando mi marido me quitó el coche, pero después tuve que venderla. Es una bici muy cara».

La organización de autónomos UPTA recordó ayer que la crisis ha acabado con la actividad de más de 54.000 autónomas, y aprovechó la ocasión para pedir el respaldo del Gobierno al plan integral de apoyo a la mujer autónoma. Lo celebraría Carmen Bonell, porque la crisis lo primero que toca es lo prescindible, los pequeños lujos, las cenas innecesarias, los masajes. Carmen los daba en su propio local en Sant Pol de Mar desde el 2001, pero tuvo que cerrarlo en septiembre porque la clientela mermó y ahora ha vuelto al principio, cuando los daba a domicilio y ganaba menos, lo justo acaso. «Lo más grave es que estoy endeudada con el banco, tengo una hipoteca considerable y no quiero dejar de pagarla. Para cualquiera que no tuviera estos problemas bancarios lo que yo gano en un mes le iría bien, iría haciendo, pero yo no. Estoy segura de que hay gente que está peor, pero yo considero que mi situación personal es grave». Le ocurre todo esto a los 62 años. Divorciada. No se puede jubilar, no aún, y no puede cobrar el paro porque es autónoma. Y le parece injusto. «Al del banco le dije: 'Tengo tres opciones: o atraco un banco, o me voy a buscar trabajo a la cola del paro, que no me darán nada por mi edad, o me pongo en una esquina, que tampoco tengo edad'».

UNA TRANSFORMACIÓN / Muchos bajarían la cabeza y juzgarían que su situación roza la debacle si tuvieran que entrar en el circuito de la solidaridad, recibir por ejemplo comida, pero cuando habla de ello Emilia lo hace sin sentimiento, sin drama; los derroteros, parece decir, son los que son. Hay un sueldo cada mes y es lo que importa, y hay también lo que ella trae cuando limpia una casa, y con eso y un par de ayudas el fin de mes es una cumbre que se puede hollar. Limpiar, limpiar. No es el trabajo de su vida, dice, pero se trata de llevar unos euros a casa. «Siempre cuidé más lo de estar con la familia, ver crecer a mis hijos, estar con ellos siempre, que el lado profesional. Por eso tengo estos trabajos». Con voz firme dice enseguida que todo lo que está ocurriendo le recuerda su vida.

Si hay un giro Ruth Noemí lo ha descrito y trazado primero y ahora lo está transitando: el de su transformación. Dado que al fin y al cabo de lo que sabe es de cocina, su negocio, tal como está pensado, será de comida para llevar, y estará en El Prat, donde ya tiene visto un local, y será un bálsamo. «Miré muchos locales en Barcelona pero pedían mucho dinero, y en El Prat conocí a un señor que está traspasando un local por 20.000 euros. Todo esto con la ayuda de una fundación, Servei Solidari, porque a mí sola me hubiera costado más. Mi idea es abrir el mes que viene. Estoy ilusionada, porque a pesar de la crisis veo que puedo tirar para adelante». En los estudios sociológicos, si todo sale bien, será parte de la población anónima descrita con expresiones como transformados por la crisis o reforzados por la debacle.

Lo cual naturalmente también se puede decir de Isabel, cuyas penurias no son nada en comparación con la emocionante idea de que ahora es otra. «He aprendido que no somos lo que tenemos, he aprendido a recibir y he aprendido a ser humilde». Tiene 51 años y estuvo 27 casada, y ahora vive en un pequeño piso en la calle de Aribau, blanco en sus paredes y en la mayor parte del mobiliario. Como todos, como todas, hace equilibrios, pero eso en su vida es una novedad.

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