Exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género

Miguel Lorente Acosta: «Lo terrible es que Cañete sigue pensando lo mismo»

Hay un machismo que no mata pero que sigue viendo a la mujer como a un ser inferior. El experto en violencia sexista denuncia esos tics en los que no reparamos.

Lorente, en un hotel de Madrid, el pasado jueves.

Lorente, en un hotel de Madrid, el pasado jueves.

JUAN FERNÁNDEZ

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Tres años y medio al frente de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género dan para mucho más que contar cadáveres de mujeres asesinadas a manos de sus parejas. Dan para descubrir que debajo de esa sangría late el mismo machismo con el que convivimos a diario sin darnos cuenta, camuflado en pequeños detalles de la vida cotidiana. Con la minuciosidad del forense, Miguel Lorente Acosta ha desentrañado las trampas de la desigualdad y las ha expuesto en un libro cuyo título esconde uno de esos cepos: Tú haz la comida, que yo cuelgo los cuadros (Crítica).

-Si salimos a la calle y preguntamos, comprobaremos que la mayoría de las parejas ve normal que él cuelgue los cuadros y ella haga la comida.

-Ese es el error, que lo vemos normal. La idea del libro me la dio esa imagen. Unos recién casados se disponen a inaugurar su nueva vida. El primer día, él dice: «Tú haz la comida, que yo cuelgo los cuadros». Y a los dos les parece perfecto. La trampa radica en que él cuelga los cuadros en tres días, pero ella tendrá que estar cocinando el resto de su vida. La trampa no se ve porque detrás de este tic hay un patrón de normalidad.

-¿A qué se refiere?

-Él ha visto a su padre manejar el taladro y ella ha visto a su madre guisando toda la vida. Y así durante décadas. Es la costumbre lo que determina el comportamiento. Cuando se apela al factor biológico se cae en otra trampa, porque detrás de él suele estar la cultura, no la naturaleza. El hombre es igual aquí que en Arabia, pero se comporta de forma diferente. La mujer es la misma que hace 100 años, pero dos tercios de la última promoción de jueces son mujeres.

-¿Entonces?

-Sin darnos cuenta reproducimos un patrón mental que asigna al varón el terreno de la acción y a la mujer el del afecto. Esto es muy perverso, porque a ella, por poder ser madre, se la obliga a ser cuidadora, mientras que el hombre, para ser un buen hombre, debe dedicarse a protegerla y proveerla. Este tic mental sigue ahí: el hombre tiene la fuerza y la razón, dispone de esa inteligencia superior a la que alude Cañete.

-¿Qué significado da a su reflexión?

-Es muy reveladora. Cañete dice que si hubiera actuado con Valenciano como actuaría con Rubalcaba habría quedado como un machista. Y es verdad. Lo que no alcanza a ver es que con ese comportamiento de gallito, que para él es el de un hombre de verdad, habría sido un machista con Rubalcaba. Porque machismo no es despreciar a las mujeres, sino servirte del poder y la virilidad, y no de la inteligencia, para dirigir tu vida. Se puede ser machista con otros hombres.

-Ese comportamiento abunda.

-Así nos va. Imagine que va a un bar con su pareja y un tipo más fuerte y rudo que usted le suelta a ella alguna grosería. Lo que se espera de usted es que se encare con él, e incluso que se pelee, aunque le partan la cara. Volverá a casa sangrando, pero contento, y su pareja estará orgullosa de ver lo valiente que es su hombre. Esa es la trampa del machismo. Lo contrario, lo sensato, es marcharse de ese bar o evitar la provocación de un tipo con el que usted no tiene nada que ventilar.

-¿Qué le pareció la disculpa de Cañete?

-¿Disculpa? Él solo ha dicho que su frase fue desafortunada, pero no ha explicado qué opina sobre el fondo del razonamiento. Lo terrible es que Cañete hoy sigue pensando lo mismo. Este asunto no podemos cerrarlo diciendo: «Vaya leñazo se ha pegado él solo».

-¿Qué cree que hay que hacer?

-A ese tipo de machismo hay que combatirlo señalando las trampas que nos cuela en la vida diaria. La desigualdad no son unos tíos que están encerrados en sus despachos pensando en cómo seguir disfrutando de sus privilegios sobre la mujer. No, la desigualdad está en el día a día. Está en confundir los celos con el amor, está en admitir que una agresión menor no es una agresión. La vida cotidiana está llena de trampas machistas, forman parte de la normalidad, de lo adecuado, de lo que se espera de uno como hombre y como mujer.

-El rostro más cruel de ese machismo son los asesinatos. ¿Cómo se explica que la cifra de mujeres muertas no baje?

-Porque la sociedad está viviendo una transformación asimétrica en ese asunto. La mujer ha empezado a cuestionar el patrón patriarcal y machista, pero el hombre no. Ellas han cambiado, ellos no. Las mujeres han dicho: «Basta, tú no me vas a decir a qué hora tengo que volver a casa, ni me vas a obligar a plancharte la camisa». Y ante ese cambio, el hombre reacciona con violencia. En el fondo, es miedo a perder sus privilegios.

-Las asesinadas votan a partidos de todos los colores. ¿Por qué la lucha contra la violencia de género tiene tintes ideológicos y no es transversal?

-La diferencia entre la izquierda y la derecha no es el número de machistas que hay en uno y otro lado, sino el número de feministas. Machistas hay en todos los sitios, pero la derecha no ha hecho el ejercicio crítico de cuestionar ese modelo patriarcal que sí ha hecho buena parte de la izquierda. Faltan feministas en el PP.

-¿Cómo está gestionando ese asunto el actual Gobierno?

-Se está limitando a seguir lo que nosotros pusimos en marcha, pero con menos recursos e intensidad. El Ministerio de Igualdad, que fue muy atacado, tuvo dos grandes logros: las políticas que inició y el factor simbólico que supuso su existencia.

-No lo cerró el PP, sino Zapatero.

-Y fue un gran error, tanto político como desde el punto de vista emocional y simbólico. Era la gran bandera de aquel Gobierno. Me cuesta pensar que la idea partiera de Zapatero. Creo que alguien de su entorno, no sé quién, que influyó para que al final tomara aquella decisión, pero fue un lamentable error.