JOSÉ L. VARGAS. VÍCTIMA DE HIPERCOR. PRESIDE LA ACVOT

«Mientras no pidan perdón, no voy a perdonar a nadie»

Las víctimas de ETA,aun teniendo puntos de vista distintos sobre el arduo proceso que se abre tras el anuncio de la banda, comparten la íntima convicción de que ninguna solución hará completa justicia al dolor causado por el terrorismo. Sea cual sea el papel que deban desempeñar en esta nueva etapa, sus testimonios seguirán siendo indispensables para construir un futuro de paz y de verdad.

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Eran las 19.10 horas del jueves cuando José Luis Vargas, víctima del atentado de Hipercor y presidente de la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas (ACVOT), supo que «por fin» ETA había enviado el comunicado. Lo esperaba desde las 17.00 horas y, durante 60 minutos, los que estuvo reunido con el presidente de la Generalitat, Artur Mas, en la plaza de Sant Jaume, pensó más de una vez en mirar la pantalla del móvil. Lo detuvo el protocolo y, sobre todo, el estar acostumbrado a esperar.

Fue únicamente cuando se hubo discutido la posibilidad de que se presente una ley catalana que «conceda ventajas a las víctimas del terrorismo en Catalunya en temas de educación, vivienda y sanidad» cuando encendió el móvil. Tenía varias decenas de llamadas perdidas. ETA, que le hizo vivir el «momento más trágico de su vida», acababa de anunciar que dejaba las armas.

En su memoria, rescató a esa chica en llamas que buscaba a su madre el 19 de junio de 1987 cuando ETA atentó en Hipercor. De nuevo, vio a esa chica, a su mujer herida y a su hijo llorando en el pasillo de ese supermercado del distrito barcelonés de Sant Andreu. El jueves ETA dijo que no mataría más. Cuando lo supo, Vargas no estaba solo. Junto a unos compañeros de una asociación que agrupa a 270 víctimas directas del terrorismo --no todas de ETA-- llegó tan rápido como pudo a la oficina de la ronda de la Universitat y revisó palabra por palabra lo que acababa de anunciar la banda.

La primera reacción fue «de decepción, de pena». Nada se decía de «disolución, de entrega de armas, de juicios a los etarras que tengan causas pendientes o de que los presos seguirán cumpliendo las penas». Más aún: nada se decía «del dolor que han causado».

Vargas se quedaba con un único concepto: «cese definitivo de la actividad armada». Ese es, decía ayer rodeado de micros, «el único paso esperanzador». Del resto, explicaba, «ya se verá». Ese era su sentir y el de la mayoría de víctimas que se habían puesto en contacto con él. «Mientras no pidan perdón, yo no voy a perdonar a nadie. El comunicado es una loa a sus compañeros caídos y al sufrimiento de los presos. Esperemos que esto no acabe como en el 2006», se lamentaba.

En la sede de la entidad entraba María Dolores Closa, también víctima de Hipercor. Escuchaba a Vargas y movía la cabeza. Supo del comunicado mientras preparaba la cena. «Ojalá sea verdad», pensó. Luego, dice, se enteró de que «ni siquiera» habían «pedido perdón». Cuando Vargas la vio, se abrazaron.