Periodista y escritor

Fermín Bocos: «El miedo al infierno ha configurado nuestra cultura»

El temor al averno se ha diluido, pero la sombra de lo demoníaco forma parte de nuestro ADN. El periodista invita a reflexionar sobre la influencia del más allá en la cultura, porque saber qué temores nos atenazaron en el pasado, dice, nos explica como personas hoy.

Fermín Bocos, periodista y estudioso del más allá, en Madrid, el pasado jueves.

Fermín Bocos, periodista y estudioso del más allá, en Madrid, el pasado jueves.

JUAN FERNÁNDEZ

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Ha sido reportero en un puñado de guerras, ha presentado y dirigido los informativos de medio dial de la radio y la tele, y actualmente se dedica a comentar la actualidad política en multitud de platós, emisoras y artículos de opinión. Sin embargo, la última preocupación de Fermín Bocos no tiene que ver con el presente urgente y pasajero, sino con el pasado más remoto y eterno. En Viaje a las puertas del infierno (Ariel) ha reunido una guía de las legendarias entradas al mundo de Hades tras visitar los lugares donde el hombre se puso en contacto con el más allá y realizó sacrificios a los dioses.

-¿Qué hace un intérprete de la actualidad como usted poniendo el foco en los ritos mitológicos de la antigüedad?

-Siempre he llevado una especie de doble vida. Dirigía informativos y, a la vez, era profesor de universidad; estaba pendiente de la actualidad, pero me fascinaba la antigüedad. Cuando terminaba de presentar Hora 25 en la SER o de dirigir el Telediario en TVE, me escapaba a Grecia, Egipto o Israel en busca de las huellas del pasado. El mundo clásico me libra del hastío del presente, que se repite tanto.

-¿Hasta el extremo de convertir las puertas del infierno en su objeto de estudio?

-El libro arranca de una reflexión: creo que la melancolía de los humanos es el resultado del silencio de Dios. Esta sospecha me llevó a evocar una época lejana en la que el hombre tenía despejada la mitad de esa pregunta haciéndole consultas a los dioses a través de los oráculos. Me pareció interesante conocer y describir esos lugares donde nuestros antepasados hablaron con Dios.

-¿De dónde le viene el interés por el infierno?

-El temor a Dios y al infierno ha regido la vida del ser humano desde la noche de los tiempos. Como civilización, hemos crecido sobre el convencimiento de que nuestra conducta tenía una sanción en la otra vida. Esto ya lo decían los egipcios, y luego el judaísmo y el cristianismo lo tomaron prestado. El miedo al infierno nos ha configurado. A nosotros y a nuestra cultura, en la que esa figura está más presente de lo que a veces pensamos.

-El concepto del infierno ha cambiado mucho en los últimos tiempos.

-Sin duda. En el último medio siglo hemos tenido tres papas dando explicaciones diferentes sobre su existencia. Pablo VI sostenía que la mayor habilidad del diablo es hacernos creer que no existe, Juan Pablo II dijo que el infierno no era un lugar, sino algo metafísico, y Benedicto XVI restableció el concepto antiguo y clásico.

-¿Eso le resta valor?

-La cuestión es que las nuevas generaciones están creciendo ajenas a las raíces de nuestra cultura debido al arrinconamiento que sufren las Humanidades en los programas educativos. Esta ignorancia les impide interpretar lo que tienen delante. Se maravillan ante un cuadro del Bosco donde se representa el infierno, pero no saben qué significa. Mi libro intenta hacer una aportación para que todo ese saber no se pierda.

-¿Existe hoy el infierno?

-Le propongo que cambiemos ese término por el del mal. ¿Alguien duda de que el mal existe? ¿Se puede explicar el holocausto nazi, los gulags soviéticos, o el actual Isis sin nombrar al mal? Claro que existe, pero en cada época tiene una expresión diferente. Lo de las calderas de Pedro Botero servía para un tiempo en el que no había televisión, ni internet, ni libros. El infierno de nuestros días está en los informativos, diariamente llenos de situaciones en los que el mal actúa con minuciosidad. A veces, incluso, en nombre de una buena causa.

-¿A qué se refiere?

-Piense en un dron que es maniobrado desde una base militar de Estados Unidos para aniquilar a un jefe talibán, un criminal, pero que en su estallido arrasa un colegio lleno de niños. Eso es el mal en estado puro. También lo es aquél que hace daño a conciencia. ¿Acaso no existe la venganza, el robo y el odio? El mal forma parte de la condición humana, debemos asumir que hay gente sencillamente mala. El diablo es el jefe de recursos humanos del infierno y echa mano de todo el que está dispuesto a actuar mal a sabiendas. Todo eso sigue siendo hoy el infierno.

-Parece que hemos avanzado poco desde la antigüedad. 

-Nuestro avance consiste en darnos cuenta de que las cosas no van bien. En Occidente tenemos la suerte de haber establecido un estado del bienestar que permite proteger de la miseria y la exclusión a los más necesitados, pero últimamente hay quienes intentan derribar esos diques. Que la crisis haya hecho más ricos a una minoría de ricos mientras empobrecía a la mayoría es, sencillamente, una maldad. Pero no quiero hablar de política, eso lo dejo para las tertulias y los artículos.

-Hábleme de los lugares que ha visitado para escribir su libro, todos de culturas muy diferentes, de Grecia a Japón, de China a Babilonia. ¿Tienen algo en común?

-En todos los tiempos, en todas las culturas, el ser humano ha sentido que su naturaleza animal no agotaba su personalidad, que tenía una pulsión espiritual anterior incluso a cualquier adscripción religiosa. Me imagino el terror que debió sentir el primer hombre que vio que las sombras se apoderaban de su cueva. Se entiende que al día siguiente, al ver salir el sol, convirtiera al astro rey en una divinidad. A partir de sus grandes incógnitas, el hombre creó las religiones. Fue así como surgió la idea de que aquí estamos en tránsito y que todo lo que hagamos ahora tendrá un eco en la otra vida. Julian Barnes decía: «No creo en dios, pero le echo de menos».

-¿Usted es creyente?

-He recibido una educación cristiana católica tradicional, pero la vida ha ido erosionando esa adhesión incondicional e irreflexiva. Me sitúo en la franja de los agnósticos. No alcanzo a creer, pero no me atrevo a negar, asumo mis limitaciones. Lo que no soy es ateo. Para afirmar su negación, el ateo tiene que concebir previamente la existencia de la entidad que dice negar. Me parece contradictorio.

-¿Su agnosticismo se ha resentido de su excursión por los lugares donde estuvieron las puertas del infierno en la antigüedad?

SEnDNo, a pesar de todas las situaciones extrañas que he vivido en esos viajes. En Sicilia, visitando un templo donde se sacrificaban doncellas en nombre de la diosa Ceres, me cayó un rayo al coger el móvil en plena tormenta. El zurriagazo me dejó tres dedos insensibles durante varios meses. Visité la catedral del Chartres, cerca de París, el día del solsticio de verano, el único en el que un rayo de sol logra iluminar una losa que, según la leyenda, comunica este templo con Santiago de Compostela y Bruselas. Al salir, me topé con un cojo con casco y chupa negra que subió a una moto con la matrícula 666 y se esfumó. Sobrecoge visitar sitios donde se han hecho ritos satánicos, como el cabo Tenaro, en Grecia; o la iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio, en Roma, llena de reliquias enviadas desde el purgatorio.

-Advirtamos a los lectores: Bocos no se ha hecho satánico ni se ha vuelto esotérico.

-En absoluto. Sólo soy un periodista guiado por su amor al mundo clásico y preocupado porque todo ese saber antiguo puede perderse en la niebla en la que vivimos. Si no sabemos de dónde venimos ni qué fuimos en el pasado, es muy difícil entender lo que nos está pasando ni prever lo que nos va a ocurrir.

-Sartre decía que el infierno son los otros. Hoy no hemos venido a hablar de política, pero no me resisto a conocer su opinión sobre un asunto de la actualidad: ¿España se ha convertido en el infierno del independentismo catalán, y viceversa?

-El nacionalismo es una pulsión sentimental que exagera los méritos propios y rebaja las virtudes ajenas para justificarse. Fui jefe de informativos del primer noticiario de radio que se emitió en catalán y retransmití la primera Diada de la democracia, cuando aún era ilegal. En aquel momento se luchaba por dejar atrás el tiempo pasado y entrar en una etapa de concordia. Me apena tener que dar explicaciones sobre algo que creía superado, algo que pertenece más al siglo XIX que al XXI.