LOS FLUJOS MIGRATORIOS

Melilla, la deseada

Un inmigrante sentado frente a la valla del CETI de Melilla habla con una mujer que se halla en el interior del centro, el jueves pasado.

Un inmigrante sentado frente a la valla del CETI de Melilla habla con una mujer que se halla en el interior del centro, el jueves pasado.

BEATRIZ MESA
MELILLA

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Melilla registra este año el mayor repunte de llegada de inmigrantes sin papeles desde la crisis de las vallas, en el 2005, cuando entraron en la ciudad autónoma 3.300 clandestinos. Pese al endurecimiento del control migratorio, las mafias siempre encuentran los mecanismos para burlar los controles policiales y abren nuevas rutas y caminos que permiten la entrada constante de ilegales a España.

Desde el 2011 se viene registrando un crecimiento de entradas de indocumentados. El año pasado fueron 1.940, un 85% más que en el 2010. Y desde enero de este año hasta el 31 de julio, un total de 971 subsaharianos, que se han jugado la vida a bordo de pateras o embarcaciones de tipo zodiac desem-

barcaron en territorio español. También lograron su objetivo salvando la imponente verja de Melilla y, como se viene produciendo en los últimos meses, utilizando la novedosa fórmula de arribar a deshabitados peñones e islotes de soberanía española en África.

Ante la escalada de llegada de sin papeles, el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla se encuentra en uno de los momentos de mayor sobreocupación. Cuenta con 480 plazas, pero en la actualidad viven allí casi el doble de personas. Fuentes de la Delegación del Gobierno de la ciudad insisten en que«la inmigración exige una mayor implicación de la Unión Europea mediante políticas previsoras, y no meras acciones adoptadas a la postre, para poder acabar con las mafias de la inmigración ilegal».

Bamaka, Mike y Paul son algunos de los cientos de subsaharianos que entran clandestinamente en Melilla con la esperanza de hallar un futuro para sí mismos y los suyos. Residen en el CETI y ya forman parte del paisaje urbano de esta ciudad de 80.000 habitantes.«He cumplido mi sueño, pero ahora aspiro a viajar a otra ciudad española. Estamos rodeados de mar y aquí no hay trabajo para ayudar a mi familia»,comentó Mike a EL PERIÓDICO. El joven maliense se arribó hace tres semanas a la costa melillense a bordo de una embarcación hinchable que entre varios movieron a golpe de remo recorriendo los doscientos metros que separan la costa marroquí de Melilla.

Nada más entrar por las puertas del CETI -«algo que venía suplicando a Dios desde que salí de Malí», afirmó Mika -un sentimiento de alivio y satisfacción le envolvió. Empezaba a vivir enEl Dorado,dejando atrás los recorridos en caravanas nocturnas y clandestinas, el desasosiego causado por el acoso policial, el miedo y la sensación de persecución constante. Quiere salir adelante, pero no las tiene todas consigo:«Tengo miedo a ser expulsado a mi país. Cuando ingresé en el CETI cambié mi nacionalidad. Me dijeron que era aconsejable indicar determinados países para evitar la expulsión», continuó el muchacho.

Según la Delegación del Gobierno en Melilla, un inmigrante que ingresa en el CETI -donde puede permanecer hasta cinco años- puede ser expulsado a su país de origen siempre y cuando se identifique con certeza su nacionalidad y se alcance un acuerdo con los servicios consulares del país del que procede.«Espero que pronto me trasladen al otro lado»,añadió Mika en alusión a la península.«Puedo trabajar en lo que sea. He dejado en mi país a mi hermana pequeña», lamentó.

Su amigo Paul accedió a Melilla pagando a un marroquí que lo introdujo en la ciudad autónoma oculto en el doble fondo de su coche.«Nada más llegar me dieron ropa limpia y comida. Aquí, en el centro, nos sentimos relajados, sin la presión policial»,aseguró. Aún con todo, reconoce que los días, a veces, se le hacen interminables, salvo cuando toca partido de fútbol en el campito del centro. En las horas libres -que son todas- se dedica como el resto de senegaleses, cameruneses, nigerianos o guineanos a buscar un«empleo»de aparcacoches o limpiando vehículos, mendigando en los supermercados o haciendo pequeñas chapuzas a escondidas. Entran y salen del centro con libertad.

Denuncia falsa

Ocho menores y dos mujeres de los 73 subsaharianos que arribaron al peñón español de Tierra han sido los últimos en llegar al CETI. Las autoridades españolas los trasladaron hasta aquí el pasado martes. EL PERIÓDICO encontró a una de las dos mujeres, Antonela, de Malí. Acompañada de su hijo de 11 años, llora la ausencia de su otra hija, Elizabeth, quien, al contrario de lo que denunció la semana pasada una oenegé marroquí, no fue entregada por las autoridades españolas a la policía de Marruecos tras desalojar la isla. La pequeña Elizabeth nunca llegó a la isla de Tierra, sino que permaneció en la playa de Marruecos, donde fue retenida por la gendarmería marroquí y deportada luego al desierto argelino.«El señor me la entregará muy pronto, lo sé»,confió Antonela, contenta sin embargo porque su condición de vulnerabilidad le permitirá regularizar su situación.